martes, 20 de enero de 2015

DAVID CAMERON Y EL «DERECHO A OFENDER LA RELIGIÓN DEL OTRO»


¿Existe el derecho a ofender la religión del otro? Tal parece ser el punto de vista del Primer Ministro británico, David Cameron. Le responde Austen Ivereigh, coordinador y cofundador de Catholic Voices y autor de El Gran Reformador: Francisco y la fabricación de un Papa radical, que se publicará en España en el mes de abril

La prensa británica, durante el pasado fin de semana, estaba convencida de que el Primer Ministro, David Cameron, está en desacuerdo con el Papa. En declaraciones realizadas en un canal de televisión estadounidense, Cameron afirmó que existe un derecho a ofender la religión de alguien. «David Cameron no está de acuerdo con el Papa», afirma The Guardian; «David Cameron dice que el Papa está equivocado», dice el Mail. El titular del Independiente incluso afirma: «El Papa Francisco está equivocado al apoyar la venganza en la estela de los ataques de París, dice David Cameron».

Sin embargo, todos estos medios todos dan por sentado algo absolutamente falso. Francisco dejó claro que no había justificación para la violencia bajo ningún pretexto. Cuando dijo que es natural esperar un golpe en respuesta a la madre de alguien que está siendo insultado, él estaba describiendo una realidad, no justificando la violencia. Incluso si las declaraciones del Papa podrían haber sido malinterpretadas, su portavoz no podía haberlo sido. «Obviamente, no estaba justificando la violencia –dijo el padre Federico Lombardi–. Habló de una reacción espontánea que uno puede tener cuando se siente profundamente ofendido. En este sentido, ha puesto sobre el tapete el derecho a ser respetado».

Sin embargo, es cierto que el Primer Ministro y el Papa tienen perspectivas muy distantes. David Cameron estaba hablando, estrictamente, de un derecho legal en una sociedad libre. Francisco estaba abordando un punto ético mucho más profundo y amplio acerca de cómo promover el crecimiento humano. Él dijo que la libertad de expresión tiene límites; su objetivo es construir el bien común, no burlarse y mofarse. Para construir una sociedad en paz consigo misma, tenemos que respetar lo que otros aprecian; mientras que el reverso de este respeto –un humor burlón aliado con un desprecio post-iluminista hacia las creencias religiosas, a las que se considera como la excentricidad de una minoría– tiende a provocar reacciones violentas que hacen más difícil la construcción del bien común.

Gran parte de la indignación y la protesta Je suis Charlie ha dado por sentado que la religión es una idea. En una clásica malinterpretación secular-humanista, el columnista de The Guardian Polly Toynbee afirma que Francisco estaba exigiendo «un estatus especial y anti-voltairiana de protección para las ideas religiosas, un respeto nunca concedido a las ideas políticas o de otro tipo».

Pero la gente religiosa no se molestan con el hecho de que las ideas religiosas sufran este desafío; lo que les molesta es la burla de Dios, de Jesús o la Virgen María, o del profeta Mahoma o el Guru Nanak. ¿Por qué? Los creyentes viven una relación; y como todas las relaciones, la de ellos implica la memoria y el sentimiento, que son el fruto de la experiencia de una oración continuada a lo largo del tiempo. Por este motivo, la analogía de Francisco acerca de un hombre al que insultan a su madre era una buena comparación. El vínculo no es intelectual, sino personal.

Los creyentes merecen, como cualquier otra persona (los gays, por ejemplo, o las minorías raciales), que sus sentimientos e identidad respetados. Si la ridiculización pública de los gays debiera alegarse como ejemplo de vigorosa libertad de expresión, habría una protesta –y las Iglesias serían las primeras en quejarse–. Pero debido a que son creyentes de una religión ¬–lo cual, en el mito liberal, supone una hegemonía que debe ser confrontada–, de alguna manera parece un aceptable ejercicio de libertad de expresión despreciar a aquellos que creen.

Esto no significa per se que debería haber más límites legales a la libertad de expresión. Esos límites son un tema de debate constante para los legisladores, quienes deben sopesar otros derechos con los que están en tensión: el derecho a no ser difamado, por ejemplo, o el derecho a ser protegidos contra el acoso y la incitación al odio.

Pero con el fin de construir una sociedad verdaderamente pluralista, tolerante, en la que la gente puede con libertad buscar y debatir sobre el bien común, y en la que los diferentes grupos que sostienen convicciones fuertes pueden vivir en paz unos con otros, tenemos que ir más allá de un supuesto derecho legal a ofender. Tenemos que afirmar la obligación ética de respeto. Ese fue el punto subrayado por el Papa. David Cameron, como el líder electo encargado de velar por el bien común en Gran Bretaña, debe ser valiente para subrayar el mismo punto. En cambio, afirmó una verdad banal políticamente correcta. Su desacuerdo con el Papa se ha exagerado, pero lo cierto es que se perdió una excelente oportunidad de estar de acuerdo con él.

Austen Ivereigh

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