Ya antes hemos tratado sobre la santidad…., en sí la santidad no es otra
cosa, que el deseo de amar a Dios y cuanto mayor sea este deseo de amor a Dios,
en un alma, menos tibieza de amor y más fortaleza de amor, tendrá esa alma, y
por ende mayor de santidad tendrá esa alma. El tema de la tibieza de amor a
Dios es tan inagotable, como el tema de amor a Él. Existe el fuego de amor a Dios,
es el fuego de la zarza ardiendo, en el Horeb que nunca se consumía y que
Moisés se acercó a verla y se abrasó en el fuego del amor a Dios.
El deseo del Señor es que todos seamos santos y para eso Él se ha tomado
la molestia de crearnos, para que seamos santos e irreprochables en el amor a
Él y superada la prueba de amor, para la que nos convocado y situado en este
mundo, seamos eternamente felices en el cielo, participando de su infinita
gloria.
Nosotros, estas insignificantes y pecadoras criaturas, que todos somos,
incomprensiblemente nos dedicamos a ofenderle, unas veces por ignorancia y
otras por maldad.
Nosotros tenemos que saber y tener siempre muy presente, en nuestros más
profundos y hondos pensamientos que Somos
la gloria de Dios. Y lo somos, porque somos el lugar donde Dios ha
decidido vivir en el fondo de nuestro ser en nuestra alma, y por ello nosotros
somos templos vivos de Dios, el lugar donde se manifiesta su gloria. Somos la gloria de Dios y este
pensamiento debe debemos de tenerlo siempre muy presente, porque en nuestra
alma mora Dios Trinitario. “Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada”. (Jn 14,23).
Es por ello, que nuestras almas son de un valor infinito, en cuanto
ellas son templos vivos de Dios que nos ama hasta tal extremo, que se ha
dignado habitar en nosotros convirtiéndonos en portadores privilegiados de Dios
trinitario. Nosotros Somos la gloria de
Dios y así nos lo manifiesta la lectura del Génesis donde se dice: “Dios formó al hombre con
polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el
hombre un ser viviente” (Gn 2,7).
Tal como escribe Henry Nouwen nosotros: “Vivimos porque compartimos el aliento de Dios, la
vida de Dios, la gloria de Dios. La pregunta no es tanto ¿cómo vivir para la
gloria de Dios? sino ¿cómo vivir lo que somos?, ¿cómo hacer verdadero nuestro
ser? La
respuesta a las preguntas de Nouwen, se encuentran en vivir ansiosamente el
deseo de ser santos, porque si de verdad lo deseamos, llegaremos a serlo. Dios
a nadie que se le ha entregado, lo ha defraudado.
Cuando Dios desea algo de nosotros siempre nos da los medios y gracias
necesarias para que lo logremos y como desea que todos seamos santos, a todos
nos pone a nuestra disposición las gracias y medios necesarios para lograrlo.
Solo es necesaria una cosa y esta es que nos pongamos en marcha, con los
ilimitados medios que se nos ofrecen, porque los medios nos los proporciona
Dios y Él es, ilimitado en todo. Pero para la utilización de los medios que
Dios pone a nuestra disposición, que esencialmente son los dones y las gracias,
hay que tener presente que los dones y gracias divinas han de aprovecharse,
pues si no se aprovechan no recibiremos otras más importantes, es el tema de la
parábola e los talentos: “Quitadle el
talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene se le dará y abundara;
pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitara, y a ese siervo inútil
echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes”. (Mt 25,19-30).
Nuestra santidad la tenemos que conquistar poco a poco, sobre todo con
perseverancia en el desarrollo de nuestra vida espiritual, cuyo aumento
mediante la oración y los sacramentos, nos marcará el avance en nuestro camino
hacia la bendita santidad que tanto anhelamos. Muchos son los que tiene unos
pensamientos equivocados, pensando que se van a salvar hagan lo que hagan,
porque Dios es muy misericordioso.
Pero no se dan cuenta, de que todo tiene un límite, incluida la
misericordia divina. Además, para que la misericordia divina se genere es
siempre preciso un arrepentimiento y sin el arrepentimiento y demanda de
perdón, no se genera en Dios su misericordia. Solo el arrepentimiento primero y
después el perdón es lo que genera la misericordia divina perdonando, pero si
no hay arrepentimiento, nunca habrá nunca misericordia, por parte de Dios. Y es
difícil el arrepentimiento de un tibio que cree no haber o pecado, porque
normalmente cuando se pierde el sentido del pecado, uno cree no haber pecado
nunca.
Y es fácil perder el sentido del pecado, porque se llega a estar tan
acostumbrados al pecado, que no se dan uno cuenta de su horror. Los inocentes
comprenden el horror del pecado mucho mejor que los pecadores. En la vida
espiritual de las personas, estas solo pueden de verdad amar aquellas que
buscan el amor divino, pues esto es lo principal, para alcanzar nuestra propia
santificación. ¡Ojalá! que todos nosotros buscásemos la santidad, sin tibieza
alguna. Pero desgraciadamente bien sabemos todos, que esto no es así y ni
siquiera aquellos que la buscan, lo hacen sin entusiasmo, sin la plena
convicción de que es real lo que buscan porque su fe es débil.
Solo con una fuerte fe, se puede emprender cualquier aventura en el
orden espiritual, porque la fe, este mundo es el fundamento de todo. Si lo que
tenemos es una débil fe, nunca podrá entusiasmarnos nada, que tenga por base el
amor al Señor, nunca llegaremos a tener idea de lo que es y significa la
grandeza de lo sobrenatural y formaremos parte de la categoría de los tibios. Y
sobre los tibios, en el Apocalipsis se nos dice que: "15 Conozco
tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16
Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi
boca”. (Ap 3,15-16).
Al Señor le repugna la tibieza, hasta el punto de decir que a los
tibios, el Señor los vomitará. Duras palabras son estas, que nos ponen de
relieve los sentimientos del Señor, para aquellos a los que dándoles todo,
dándoles todo su amor ellos le ignoran y corren tras el dios dinero. Son los
nuevos idólatras de esta época, no le aman, con el corazón solo con su lengua.
Es muy importante la exclamación que aquí se nos da: ¡Ojalá fueras frío o caliente! porque la tibieza
está haciendo estragos, entre nosotros.
Y uno se pregunta: ¿Por qué esa repugnancia divina sobre los tibios? El
obispo Sheen nos contesta a esta pregunta diciéndonos: “Dios puede hacer
algo con la gente que le odia y que peca, pero no puede hacer nada con aquellos
que no son, ni caliente ni frío y que niegan el ser pecadores necesitados de
perdón”. Y meditando sobre este versículo, del
Apocalipsis, uno comprende que Dios prefiera un ateo antes que un tibio, porque
en cuanto a las posibilidades de conversión, son mayores las que tiene un ateo,
que las que tiene un tibio creyente, que se cree que camina rectamente. A la
pregunta que nos podemos hacer; ¿Por qué Dios vomitará a los tibios?
Continúa el obispo Sheen diciéndonos: En el orden material, es posible
compaginar en algunos casos. Se puede mezclar el café y la leche y se obtiene
una bebida distinta llamada café con leche, pero no se puede mezclar el aceite
y el agua porque se repelen. De la misma forma que en el orden espiritual, no
se puede compaginar el bien con el mal. Las medias tintas Dios no las acepta, y
a los que esto pretenden, se les denominan tibios. Y a los tibios, Dios los
vomitará.
Escribía un conocido exégeta y decía que el tibio es quien desea ser
santo sin que le cueste trabajo y renunciamiento; quien trata de conquistar las
virtudes sin mortificación, que quiere hacer muchas cosas, menos hacerse
violencia para conquistar el reino de los cielos. Y Thomas Merton nos dice: “No hay término medio entre la
gratitud y la ingratitud. Quienes no son agradecidos, pronto comienzan a
quejarse de todo. Quienes no aman odian. En la vida espiritual no existe
indiferencia al amor o al odio. Por eso la tibieza (que parece ser indiferente)
resulta tan detestable. Es el odio disfrazado de amor. La tibieza, donde el
alma no es “fría o caliente”, ni ama francamente ni odia francamente, es un
estado en el que se rechaza a Dios y se rechaza la voluntad de Dios mientras se
mantiene una apariencia de amarlo a fin de mantenerse lejos de los problemas y
preservar una supuesta dignidad”.
“Un gran director de almas solía advertir con fuerza una idea de
apariencia sencilla, pero muy sabia: “la tibieza cuaja en el alma
cuando se pierde el hábito de la contrición”. La
tibieza cuaja en el alma cuando a lo pequeño no le damos importancia. “Es
imposible que el tibio, por s mismo´ rompa los lazos de la tibieza, pero no es
imposible que Dios se lo conceda. Lo que al menos se requiere es que lo desee,
pues si no se desea levantar. ¿Cómo va a esperar que Dios le ayude a
levantarse?
Los tibios, adoran a Cristo como Dios, se alimentan de Él en la
comunión, se lavan con Su preciosa Sangre y esperan el momento de encontrarle
en el juicio. Pero tienen escasa o nula experiencia de la íntima relación y la
compañía que constituye la amistad divina. El Señor rechaza la mediocridad, y
sin embargo estos son, por desgracia, una gran parte de los que se llaman
cristianos, que viven absorbidos enteramente por las cosas de la tierra, rara vez
levantan sus miradas al cielo. Su vida es puramente humana y natural, sin
horizontes sobrenaturales, sin ideales de perfección, sin anhelos de santidad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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