Hoy mis padres han ido a misa. No
voy a decir a qué iglesia ni con qué cura. Pero cuando han llegado, les he
preguntado: ¿Qué tal la misa? El cura, un rollo, ha contestado mi madre.
Malo y largo, ha añadido. Compadezco al predicador, porque satisfacer a
mi madre no es tarea precisamente fácil. Sin duda encontraría peros al mismo
San Pedro o al mismo San Juan si los escuchara.
Pero su comentario (aunque probablemente
cruel y caprichoso) me ha llevado a hacer la siguiente sugerencia a todos los
curas que me estén leyendo. Por qué no crear en cada diócesis la figura de una
persona que cada domingo escuchase un sermón en una parroquia distinta. Esa
persona después le diría en una carta al interesado cuáles cree que son los
defectos de los que adolece su sermón.
Esta persona no sería un espía al
servicio del obispo. La carta se la enviaría al sacerdote. Esa crítica no
tendría otro sentido que ser un servicio para los sacerdotes.
Los arciprestes podrían sugerir a
los curas de su arciprestazgo el pasar por esta especie de beneficiosa
auditoría. Se podría hacer de común acuerdo. Poniéndose también de acuerdo en
cual podría ser el perfil de la persona que les enviaría los informes a cada
uno. Aunque la identidad y la fecha en la que les haría una visita, tendría que
ser desconocida. Por supuesto, si algún cura no estuviese de acuerdo, podría
quedar fuera de esa visita.
El VISITADOR podría ser un laico
de gran vida espiritual. Incluso podría ir junto a su esposa, y así serían dos
personas las que darían su opinión por escrito al sacerdote. Conozco a
infinidad de laicos preparadísimos de notable vida interior que estarían encantados
de hacer este servicio totalmente gratis, sin cobrar ni siquiera la gasolina
para el desplazamiento.
Por supuesto que habrá sacerdotes que dirán que un juicio sobre un
sermón es algo muy subjetivo. Y tienen razón. Pero estas dos personas sólo se
fijarían en si existe un defecto objetivo. Y si dos personas o cuatro coinciden
en algo, lo normal es que ese párroco comience a dudar acerca de si no tendrán
razón.
P.
FORTEA
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