Después
de conocer mejor la presencia de la que el Génesis considera la madre del género humano, primero en el Antiguo Testamento (pinche aquí para conocerlo) y después en el
Corán (pinche aquí para hacer lo propio), cerramos
hoy nuestro triduo de Eva
analizando su presencia en el Nuevo
Testamento.
A pesar de que la tradición cristiana y concretamente la patrística consolidará la idea de María como la nueva Eva, la verdad es que esa idea no se halla en el Nuevo Testamento que, de hecho, reserva pocas alusiones a la primera madre, y todas ellas en la pluma del gran teólogo del protocristianismo que es San Pablo, el cual escribe su nombre en hasta dos ocasiones, aunque se refiera a ella en alguna más.
Pablo se refiere a la creación de Eva, cosa que hace en su Carta a Timoteo, reparando en un aspecto muy concreto de la misma:
“Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar” (1 Tm. 2, 13).
Y se refiere también al primer pecado, lo que hace en cuatro ocasiones. En la más antigua salida de su pluma, en la Primera Carta a los Corintios, escrita hacia el año 57, parece atribuir su responsabilidad a Adán:
“Porque, habiendo venido por un hombre la muerte [Adán], también por un hombre viene la resurrección de los muertos” (1Co. 15, 21)
En parecida dirección se expresa en la que remite a los Romanos, unos meses posterior a la Primera a los Corintios.
“Por tanto, como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron; -porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley-; con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Ro. 5, 12-15)
Si bien en otros escritos centra la responsabilidad más bien en Eva que en Adán. Así lo hace en su Segunda Carta a los Corintios, cronológicamente situada entre la Primera a los Corintios y la que envía a los Romanos:
“Pero temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo” (2Co. 11, 3).
Y así vuelve a hacerlo en la que envía a Timoteo hacia el año 65, cuando apenas faltan un par de años para su decapitación:
“Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión” (1 Tm. 2, 9-14)
Y esto es todo, porque como decimos al principio, no existen en el Nuevo Testamento mayores referencias a esa figura sin par que es la Eva del libro del Génesis, ni siquiera en el Apocalipsis, donde aunque sí aparecen varias referencias a un personaje denominado genéricamente “una mujer”, ninguno parece aludir específicamente a la gran madre bíblica de la Humanidad.
Así que amigos, con esta entrada ponemos fin al tríptico que hemos dedicado a ese personaje singular del Antiguo Testamento que es Eva. Cada día más próxima la Navidad, les deseo a una vez más que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Hasta mañana.
A pesar de que la tradición cristiana y concretamente la patrística consolidará la idea de María como la nueva Eva, la verdad es que esa idea no se halla en el Nuevo Testamento que, de hecho, reserva pocas alusiones a la primera madre, y todas ellas en la pluma del gran teólogo del protocristianismo que es San Pablo, el cual escribe su nombre en hasta dos ocasiones, aunque se refiera a ella en alguna más.
Pablo se refiere a la creación de Eva, cosa que hace en su Carta a Timoteo, reparando en un aspecto muy concreto de la misma:
“Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar” (1 Tm. 2, 13).
Y se refiere también al primer pecado, lo que hace en cuatro ocasiones. En la más antigua salida de su pluma, en la Primera Carta a los Corintios, escrita hacia el año 57, parece atribuir su responsabilidad a Adán:
“Porque, habiendo venido por un hombre la muerte [Adán], también por un hombre viene la resurrección de los muertos” (1Co. 15, 21)
En parecida dirección se expresa en la que remite a los Romanos, unos meses posterior a la Primera a los Corintios.
“Por tanto, como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron; -porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley-; con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Ro. 5, 12-15)
Si bien en otros escritos centra la responsabilidad más bien en Eva que en Adán. Así lo hace en su Segunda Carta a los Corintios, cronológicamente situada entre la Primera a los Corintios y la que envía a los Romanos:
“Pero temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo” (2Co. 11, 3).
Y así vuelve a hacerlo en la que envía a Timoteo hacia el año 65, cuando apenas faltan un par de años para su decapitación:
“Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión” (1 Tm. 2, 9-14)
Y esto es todo, porque como decimos al principio, no existen en el Nuevo Testamento mayores referencias a esa figura sin par que es la Eva del libro del Génesis, ni siquiera en el Apocalipsis, donde aunque sí aparecen varias referencias a un personaje denominado genéricamente “una mujer”, ninguno parece aludir específicamente a la gran madre bíblica de la Humanidad.
Así que amigos, con esta entrada ponemos fin al tríptico que hemos dedicado a ese personaje singular del Antiguo Testamento que es Eva. Cada día más próxima la Navidad, les deseo a una vez más que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Hasta mañana.
Luis
Antequera
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