Son, no
diré que son muchos…, pero si son bastantes, los que me ocupan mucho tiempo,
para contestarles debidamente. Esto es mi obligación y lo que el Señor espera
de mí, por ello les agradezco pues me sirven de estímulo en mi trabajo y más de
una vez tengo que consultar viejas notas que me refresque viejos pensamientos
de santos y exégetas. Lógicamente nadie da más de lo que tiene y siempre me ocupo
de contestar, de acuerdo con los conocimientos que el Señor ha dispuesto que
tenga, para mejor servirle. Hace unos meses…, una fiel lectora de estas glosas,
a cual le agradezco su amabilidad y el interés que se toma en leerlas, me
escribió planteándome una cuestión.
Sobre el
tema que me plateaba esta señora, son muchas las preguntas que nos podemos
hacer, como siempre ocurre en aquellas cuestiones que dependieron en su día de
la voluntad divina, y que nuestra ilimitada inteligencia, no acierta de ver clara
la razón, tuvo el Señor para hacer las cosas de una forma o de otra. Nosotros
solamente podemos hacer dos cosas; La primera aceptar la voluntad divina,
teniendo siempre en cuenta que ella en su omnisciencia, y amor a su creación,
siempre ejecuta o dispone lo mejor para sus amadas criaturas que somos
nosotros. Y la segunda es que tratemos de especular cual pudo ser la razón que
tuvo el Señor. Aunque en estos casos hay que ser prudentes, y no olvidar la
recomendación que se hace en el Kempis, cuando se nos dice: “No escudriñéis
porque es peor”.
El tema
planteado es: ¿Por qué el Señor quiso crearnos mitad espíritu y mitad carne?
Para tratar de responder a esta pregunta hay que tener en cuenta una serie de
consideraciones, a las que nos vamos a referir. Pues aunque Dios dada su
omnipotencia no tiene porqué supeditarse a ningún condicionante, puede ser que
solo por amor, pues Él es amor y solo amor (1Jn 4,16), sea esta, la razón que
le movió, al Dios ateniéndose así a su propia esencia
Las dos
únicas clases de seres, que nosotros sepamos, que Dios ha creado por amor, para
compartir su gloria y eterna felicidad con Él, son los ángeles y nosotros los
seres humanos. Existe una gran diferencia entre ellos y nosotros y
precisamente, es que ellos no han sido creados con materia y no disponen de una
parte material de carne, como nosotros.
Esto
determina, que ellos a diferencia nuestra nunca han tenido fe, ni la necesitan
pues desde el mismo día de la creación por Dios de cada uno de ellos, vieron y
contemplaron el Rostro de Dios y fueron iluminados por la maravillosa Luz que
emana de su Rostro, de la cual, se nos dan referencias en la Transfiguración
del Thabor que contemplaron los tres apóstoles, Pedro, Juan y Santiago. Sobre
esta Luz de Dios que será la base de nuestra futura gloria, pueden verse varias
glosas en las que he mencionado la luz del Señor.
Por otro lado hemos de considerar
para comprender este tema, que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16) y el amor
exige una reciprocidad, porque si el amor no es recíproco, el amar no nace, y
esta reciprocidad ha de ser comprobada. En el amor humano, vemos que si este es
auténtico, emanará siempre del amor de Dios, porque Dios es la única fuente
generadora de amor que existe. Nosotros cuando amamos también queremos
comprobar la fidelidad de la persona que nos ama y si ella nos traiciona,
queriendo compartir nuestro amor con un tercero, nos indignamos y esto es lo
que también le pasa al Señor,
Es por
ello por lo que, el Señor nos ha situado en este mundo material, para que
realicemos una prueba de amor a Él y si resulta, que la prueba hemos de
superarla en un mundo material y hemos de vivir durante un cierto periodo de
tiempo, mientras dure la prueba de amor, en ese mundo material que es esta
tierra, es lógico que necesitemos una parte de nuestro ser que también sea
materia, para que ella nos ayude a superar la prueba de amor, a la que estamos
convocados.
La parte
fundamental e importante de nuestro ser humano es nuestra alma que pertenece al
superior orden del espíritu. No olvidemos que Dios es espíritu puro y no
materia aunque Él sea el creador de todo el orden de la materia u orden
material. Nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, pero esa imagen
y semejanza se refiere a nuestra alma no a nuestro cuerpo, sencillamente porque
Dios no tiene cuerpo.
Hemos
mencionado una prueba de amor que el Señor necesita de nosotros, porque si nos
ha regalado el libre albedrío, es decir la capacidad de que disponemos para
aceptar el amor que el Señor constantemente nos está ofreciendo o despreciarlo
no aceptándolo. Esta es nuestra prueba de amor. Que demostremos amar a Dios y a
todo lo por Él creado especialmente a nuestros semejantes, a nuestros hermanos.
Nuestro cuerpo material es mortal y solo nos servirá, mientras estemos en ese
mundo, donde solo estamos de paso, ya que esta no es nuestra casa, aunque sean
muchos que le tenga mucho apego a ella, y miedo a la muerte que será nuestra
liberación, porque ella nos abrirá las puertas de la felicidad y de la gloria
eterna.
Cierto es
que obtendremos un nuevo cuerpo, tal como San Pablo nos dice: “42 Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos
corruptibles y resucitarán incorruptibles; 43 se siembran cuerpos humillados y
resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de
fuerza; 44 se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos
espirituales. Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo
espiritual”. (1Cor
15,42-44). Es lógico que nuestro futuro cuerpo sea espiritual, pues la materia
como orden inferior, necesita sitio o lugar donde ubicarse y en el cielo todo
es espiritual.
Ignoramos
la prueba por la que tuvieron que pasar todos los ángeles, Sabemos solo, lo
poco que nos dice el Apocalipsis en su capítulo 13, Parece ser que el orgullo
del demonio le llevó a rebelarse y la prueba solo la superaron 2/3 de los
ángeles capitaneados por el arcángel San Miguel, que derrotaron a los ángeles
sublevados juntamente con el demonio y fueron echados del cielo a los
infiernos, pasando a convertirse todos ellos en demonio.
Tradicionalmente
la Iglesia católica nos dice que nuestros tres enemigos que tratan de evitar,
nuestra santificación y acceso a la gloria de Dios, son: el demonio, el mundo y
la carne. Nuestro cuerpo fenecerá y si vivimos con Cristo y compartimos su vida
y su muerte, con Él resucitamos y tendremos otro cuerpo no mortal y espiritual
tal como nos dice San Pablo.
No
pensemos que aquel que no comparte la vida con Cristo, va a ir al cielo porque
Dios es muy misericordioso, sí lo es pero además de misericordioso es justo y
no le tembló la mano, para enviar al infierno a un 33% de los ángeles que Él
mismo había creado. El Hijo en la oración sacerdotal se manifiesta sobre nosotros
diciéndole al Padre: “Yo les he dado tu palabra, y
el mundo les aborreció porque no eran del mundo, como yo no soy del mundo. No
pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del
mundo, como no soy del mundo yo” (Jn
17,12-16).
Y más adelante le sigue diciendo
el Hijo al Padre: “Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad Como Tú me
enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo y yo por ellos me
santifico, para que ellos sean santificados en verdad. Pero no ruego solo por
éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno,
como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en
nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que
Tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú
en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que Tú me enviaste y
amaste a éstos como me amaste a mí” (Jn
17,17-23).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario