Escribe el maestro espiritual Jean Lafrance…, y nos dice que, la prueba
más evidente de que avanzamos en el amor a Dios, se encuentra en ese deseo que
se siente de querer amarle más, aun de lo que se le ama. Y no es Jean Lafrance,
el único que así opina, sino que son varios los tratadistas y exégetas de la
vida espiritual, que coinciden en esta opinión. La mejor señal de que uno
avanza en el deseo de amar al Señor, está en el deseo que se tiene, de amarle
aún más.
En el amor humano cuando este es lícito, porque es un reflejo del amor
divino, dado que, Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16) y Dios es la única fuente
de amor que existe, por lo que nos sucede en nuestro amor humana es reflejo del
divino. Y dentro de este planteamiento, es de ver que de la misma forma que los
enamorados humanos, necesitan fidelidad e intimidad en su amor. Nuestro amor al
Señor, siempre debe de desarrollarse y crecer en fidelidad e intimidad.
Como sabemos, el deseo es el motor de la actividad humana, es la fuerza
del deseo, la que pone en marcha la voluntad humana, el deseo humano, por medio
de sus instrumentos de actuación, sobre todo por medio de la voluntad, crea,
ama y destruye con la misma fuerza que puede llegar a tener su deseo, de crear
amar o destruir. El deseo es una palanca que en el orden de la materia, puede
crear lo inimaginable, pero también puede destruir lo que pensábamos que era
indestructible.
En el orden del espíritu al que pertenece el alma, que es la que siente
el deseo, de amar también puede existir el deseo de destruir, esto es
precisamente, lo que siempre desea el maligno. Pero también se avanza en el
deseo del amor a Dios, y es esta la más provechosa y bella tarea que puede
tener el deseo de un alma.
Me figuro que algún lector se dirá: Bueno todo esto está muy bien, pero
lo que yo quiero saber más concretamente, es como mi alma puede avanzar en su
amor al Señor. Ante todo hay que tener presente, que este amor que tenemos, no
es una creación nuestra, sino que es el fruto de un don, que Dios nos ha
proporcionado, porque en nuestras vidas sobre todo en nuestra vida espiritual
todo lo que tenemos ha sido dones divinos. A este respecto San Agustín nos dice:
¿Qué es lo que tú tiene, que previamente no lo hayas recibido? Y
así somos deudores de todo, unos deudores insolventes, porque todo lo que
tenemos son dones recibidos de Dios, que nunca podremos pagar.
Nosotros con nuestra vida de piedad podemos predisponer más al Señor,
para que se fije en nosotros y tal como el mismo explica en la fundamental
parábola de los talentos cuando al final el Señor nos dice: “28 Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez,
29 porque al que tiene se le dará y abundara; pero a quien no tiene, aun lo que
parece que tiene se le quitara, 30 y a ese siervo inútil echadle a las
tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes”.(Mt 25,28-30). Si aprovechamos
con nuestra vida de piedad, recibiremos un crecimiento abundante de las gracias
que recibamos.
Se pueden considerar la existencia de una serie de consejos y aptitudes
que cada vez nos acercarán más al Señor, y entre otras varias para fomentarán
en nosotros el deseo de amarle. Pensemos en la virtud más querida por el Señor,
que es la humildad. El Señor le manifestó a Santa Catalina de Siena. “Yo soy el todo y tú eres la nada”.
Es la realidad de nuestra situación con respecto a Dios: “somos la nada” y la antítesis de la
humildad que es la soberbia, nos hace creer que somos alguien y que valemos
mucho. Todos sabemos que hay personas más inteligentes, una de otras y sin
embargo estamos hartos de ver personas que se enorgullecen de sus logros
materiales e incluso de los espirituales, pues la soberbia humana carece de
límites. Pero a nadie conozco ni he oído, que se envanezca de ser tonto y
escaso. Generalmente esta clase de personas que carecen de nivel mental o
intelectual, resulta que a los ojos de Dios ella es la más apreciada. Solo Dios
es grande y ama la humildad que suele ser lo propio dl que no tiene de nada.
Y esta es precisamente la idea que tenemos que meternos en la cabeza, la
de que solo Dios es grande, porque si mental o intelectualmente, una persona es
considerada muy lista y por lo tanto ha levantado una fortuna. Veremos al final
de la jornada si de algo le ha valido esos dones intelectivos que Dios le
proporcionó. Hay varias aseveraciones evangélicas y epistolares que aquí han de
tenerse en cuenta. En la primera nos dice el Señor: “…, a quien
mucho se le dio mucho se le pedirá”. (Lc 12,48). San Pablo nos dice: “Los que pretenden ser ricos caen en la tentación y en el lazo y en
muchas codicias insensatas y perniciosas, las cuales hunden a los hombres en el
abismo de la ruina y de la perdición”. (1Tm 6, 9).Y más claramente el Señor nos dice: "19 No alleguéis tesoros en la tierra donde la polilla y el orín los
corroen y donde los ladrones horadan y roban. 20 Atesorad tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni
roban. 21 Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. (Mt 6, 19-21). San Pablo también nos dice: “…, los que usan de este mundo no se detengan en
eso, porque los atractivos de este mundo pasan”.(1Cor. 7, 31). Y también nos dice
que: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los
bienes de allá arriba, donde esta Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad
a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. (Col 3, 4).
No es malo que tengas ansias de bienes, pero que estos no sean
materiales sino espirituales y no te preocupes buscando una seguridad en el
dinero, porque tu camino está en: “Buscad
primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por
añadidura”.
(Mt 6, 33).
Pero si uno sigue un camino equivocado, creyendo que su salvación se encuentra
en la seguridad material, que no olvide que; “Quien quiera
salvar su vida la perderá y quien acepte perderla por el Señor, la encontrara”. (Mt 10,35). En el libro de los proverbios se
puede leer: “7 Hay dos cosas que yo te pido, no me la
niegues antes que muera: 8 aleja de mí la falsedad y la mentira; no me des ni
pobreza ni riqueza, dame la ración necesaria,9 no sea que, al sentirme
satisfecho, reniegue y diga: «¿Quién es el Señor?», o que, siendo pobre, me
ponga a robar y atente contra el nombre de mi Dios”. (Pr. 30,7-9).
Aunque nosotros no lo veamos, ni lo comprendamos, Dios siempre quiere lo
mejor para nosotros, y lo que nos envía sea bueno o malo, es lo que más nos
conviene en ese momento, no para lo que estimamos que es nuestra felicidad en
este mundo, sino lo que el estima que más nos convienes para nuestra eterna
felicidad. Y es por ello, por lo que San Pablo nos dice: “28 Y sabemos que
Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman, de los que han sido
elegidos según su designio. 29 Porque aquellos que de antemano conoció, también
los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, los llamó; y a
los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los hizo partícipes de su
gloria”. (Rm 8, 28-30).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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