No es
difícil escuchar frases de desaliento o desánimo en matrimonios con muchos o
pocos años de casados y en ocasiones incluso con meses, algo así como: «¡Se me
ha pasado la ilusión!».
En estos casos uno se pregunta: ¿pero qué es la ilusión?, ¿a qué se le llama ilusión?, ¿a ese desasosiego que uno tiene por no estar con la otra persona?, ¿a que cada vez que la miro… parece que tengo una aparición o un sueño?
Pero, realmente, ¿hay alguien que piense que eso tenía que durar siempre? Ese estado que nadie sabe definir con exactitud, ¿por qué creemos que es eterno? Eso no es cariño, es algo relacionado con la atención, algo que nos atrae en la forma de ser de la otra persona, y tiene mucho que ver con la novedad.
Llega un momento en que deja de ser novedoso.
Si en eso ponemos toda nuestra carga de felicidad, antes o después, nos sentiremos desencantados.
El factor novedad es ilusionante, pero desaparece siempre.
¿Qué a mí me gustaría vivir siempre en ese estado?
Lógico. Pero las cosas son como son.
Además, eso pasa en otras muchas situaciones. Cuando uno tiene un hijo hay mucha euforia, se ve todo color de rosa, es una situación tremendamente ilusionante, pero eso pasa.
Nadie me dirá que quiere más al hijo recién nacido que cuando tiene diez años. En cambio, a los diez años nadie siente ilusión por haber tenido ese hijo.
La ilusión va y viene, se nos escapa de las manos. Causa sorpresa en muchas ocasiones, es imaginación proyectada en el futuro.
Mientras esa ilusión no la llenemos de obras, de hechos, estaremos en el terreno de lo ilusorio.
Por eso fracasan muchos matrimonios, por la ilusión.
Creerse que sin hacer nada, sin lucha, dejando la vida correr van a estar siempre embobados, es ser unos ilusos.
«¡Hombre, si no me lo creo!…», ya, pero vivimos como si lo creyésemos.
¿Por qué cuando las cosas ocurren como nosotros sabíamos que tenían que ocurrir, nos venimos abajo y creemos que hemos fracasado?
¿Por qué?, sencillamente porque la razón nos decía que las cosas no eran así, pero nuestro corazón, nuestro sentimiento, se negaba a aceptarlo.
No asumimos con facilidad el hecho de que el cariño lleva consigo muchas emociones positivas y negativas. Y cuando vienen estas últimas, nos creemos que no debería ser así.
El factor sentimiento-novedad está rompiendo muchos matrimonios a cambio de nada.
La moda, si nos descuidamos, se lo lleva todo por delante. Nos hace creer que si no sientes la ilusión o la continua novelería, es que no quieres.
Cuando el sentimiento funciona, todo va bien. Si no, hay que meter la inteligencia para seguir queriendo y la voluntad para hacer aquello que hay que hacer para seguir queriendo.
Y es que a veces para ser felices estamos pidiendo cosas imposibles. ¿O no?
En estos casos uno se pregunta: ¿pero qué es la ilusión?, ¿a qué se le llama ilusión?, ¿a ese desasosiego que uno tiene por no estar con la otra persona?, ¿a que cada vez que la miro… parece que tengo una aparición o un sueño?
Pero, realmente, ¿hay alguien que piense que eso tenía que durar siempre? Ese estado que nadie sabe definir con exactitud, ¿por qué creemos que es eterno? Eso no es cariño, es algo relacionado con la atención, algo que nos atrae en la forma de ser de la otra persona, y tiene mucho que ver con la novedad.
Llega un momento en que deja de ser novedoso.
Si en eso ponemos toda nuestra carga de felicidad, antes o después, nos sentiremos desencantados.
El factor novedad es ilusionante, pero desaparece siempre.
¿Qué a mí me gustaría vivir siempre en ese estado?
Lógico. Pero las cosas son como son.
Además, eso pasa en otras muchas situaciones. Cuando uno tiene un hijo hay mucha euforia, se ve todo color de rosa, es una situación tremendamente ilusionante, pero eso pasa.
Nadie me dirá que quiere más al hijo recién nacido que cuando tiene diez años. En cambio, a los diez años nadie siente ilusión por haber tenido ese hijo.
La ilusión va y viene, se nos escapa de las manos. Causa sorpresa en muchas ocasiones, es imaginación proyectada en el futuro.
Mientras esa ilusión no la llenemos de obras, de hechos, estaremos en el terreno de lo ilusorio.
Por eso fracasan muchos matrimonios, por la ilusión.
Creerse que sin hacer nada, sin lucha, dejando la vida correr van a estar siempre embobados, es ser unos ilusos.
«¡Hombre, si no me lo creo!…», ya, pero vivimos como si lo creyésemos.
¿Por qué cuando las cosas ocurren como nosotros sabíamos que tenían que ocurrir, nos venimos abajo y creemos que hemos fracasado?
¿Por qué?, sencillamente porque la razón nos decía que las cosas no eran así, pero nuestro corazón, nuestro sentimiento, se negaba a aceptarlo.
No asumimos con facilidad el hecho de que el cariño lleva consigo muchas emociones positivas y negativas. Y cuando vienen estas últimas, nos creemos que no debería ser así.
El factor sentimiento-novedad está rompiendo muchos matrimonios a cambio de nada.
La moda, si nos descuidamos, se lo lleva todo por delante. Nos hace creer que si no sientes la ilusión o la continua novelería, es que no quieres.
Cuando el sentimiento funciona, todo va bien. Si no, hay que meter la inteligencia para seguir queriendo y la voluntad para hacer aquello que hay que hacer para seguir queriendo.
Y es que a veces para ser felices estamos pidiendo cosas imposibles. ¿O no?
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