viernes, 7 de noviembre de 2014

DE LOS HERMANOS DE JESÚS EN LOS EVANGELIOS


La famosa cuestión de los hermanos de Jesús, que no vamos a esquivar en esta columna, es una de las más peliagudas de las que plantean los evangelios. Y lo es porque expuesta así, a bote pronto y sin mayor explicación, parece chocar con la no menos peliaguda de la perpetua virginidad de María, la madre de Jesús, tradición consolidada desde los primeros momentos de vida del cristianismo, y dogma de la Iglesia desde el Concilio de Efeso, tercero de los ecuménicos, celebrado en el año 431.

Y sin embargo, y como quiera que fuere, los cuatro evangelios sin excepción se refieren en algún momento de su texto a los hermanos de Jesús. Traemos hoy aquí todas las referencias que los textos neotestamentarios realizan a esos hermanos del Nazareno para entrar en otra ocasión muy próxima a realizar la exégesis de los pasajes.

Lo primero que debemos decir al respecto es que dos de los cuatro evangelios se refieren a la cuestión de manera muy tangencial, esto es, sin citar separadamente a los hermanos, sino como meros miembros del colectivo familiar: se trata de Lucas y de Juan.

Lucas concretamente lo hace así:

“Se presentaron donde él [donde Jesús] su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa de la gente” (Lc. 8, 19-21)

Un episodio al que se da en llamar “el verdadero parentesco de Jesús” en el que la familia de Jesús va a buscarle con una intención que el Evangelio no revela, y que por cierto, también recogen Mateo (cfr. Mt. 12, 46-50) y Marcos (cfr. Mc. 3, 31-35)

Lucas aún recoge otra referencia en abstracto a los hermanos, esta vez en la otra gran obra de su autoría, los Hechos de los Apóstoles:

“Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch. 1, 14).

San Juan, por su parte, cita dos veces a los hermanos de Jesús, aunque como Lucas, sin nombrarlos en ninguna de ellas:

“Después [de la boda a la que asiste en Caná] bajó [Jesús] con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí mucho tiempo” (Jn. 2, 12).

“Es que ni siquiera sus hermanos creían en él [en Jesús] (Jn. 7, 5).

Mateo y Marcos, por el contrario, dan un paso adelante y hasta nos brindan los nombres de todos y cada uno de esos hermanos. Ambos colocan la escena en el mismo momento, por lo que no es difícil colegir que se trata del mismo episodio. Jesús ha vuelto a Nazaret y sus convecinos, al verlo llegar rodeado de la aureola que lo hace, con toda probabilidad nutridamente acompañado, anunciando ser el mesías, con una fama taumatúrgica que le desborda, se hacen la pregunta que recogen los dos evangelistas sinópticos.

“¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón?” (Mc. 6, 3).

“¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?” (Mt. 13, 55).

A mayor abundamiento, hasta unas hermanas existen, algo en lo que coinciden tanto Mateo como Marcos:

“Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?” (Mt. 13, 56; similar en Mc. 6, 3).

El apócrifo llamado Historia de José el Carpintero, al que nos referirrmos en su momento, incluso da nombre a estas hermanas: Lisia y Lidia.

Lucas recoge también el pasaje, pero las circunstancias son algo diferentes. El tercero de los evangelistas lo emplaza al inicio de su Evangelio y en él el episodio adquiere carácter iniciático, pues representa el momento en el que Jesús decide hacer público su ministerio público, y eso que Lucas ya nos ha explicado que “su fama [se había extendido] por toda la región [e] iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos” (Lc. 4, 14). Además, por lo que refiere a lo que aquí nos interesa, el pueblo se limita a preguntarse: “¿Acaso no es éste el hijo de José?”, sin citar hermanos, ni en abstracto ni por su nombre.

En algo sí coinciden en cambio las tres versiones del episodio, Mateo, Marcos y Lucas, y es que en las tres, curiosamente, Jesús termina pronunciando esa frase tan utilizada hoy día sin que nadie o casi nadie conozca su origen, que no es otro que los evangelios, de “nadie es profeta en su tierra” (Mt. 13, 57; Mc. 6, 4; Lc. 4, 24), la cual analizamos ya en su día (pinche aquí si le interesa conocer esta frase de Jesús y aún otras).

No son los evangelistas los únicos en tratar el tema, y así, el otro gran escritor canónico, Pablo, también lo recoge de una manera clara en uno de sus escritos, específicamente la Carta que dirige a los gálatas, en la que se refiere a uno de esos hermanos concretamente:

Y no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, el hermano del Señor”. (Gl. 1, 19)

Y hasta una fuente absolutamente ajena al tema, ni que decir tiene que no cristiana, como es el Libro de las Antigüedades judaicas del judío Flavio Josefo (n.37-m.100), en una de las pocas reseñas que dedica en su obra a los eventos relativos a la irrupción de Jesús en el escenario judío de su época, interviene para justamente hacerse eco de la existencia de al menos uno de esos hermanos de Jesús a los que nos estamos refiriendo:

“Al hermano de Jesús, al que llaman Mesías, cuyo nombre era Santiago” (Ant. 20, 200).

Y bien amigos, esto es todo por hoy en la promesa de que no hemos de agotar aquí el tema sino que en próximos días les hablaré de las interpretaciones que a estos textos se ha dado, les despido una vez más por hoy, deseándoles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

Luis Antequera

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