domingo, 9 de noviembre de 2014

CONFESIÓN A LO PADRE PÍO


Su nombre: Pierino Galeone, hijo espiritual del Padre Pío, a quien el capuchino curó cuando estaba desahuciado por los médicos, al término de la Segunda Guerra Mundial.

Conocí a don Pierino, octogenario ya, en mayo de 2010, con motivo de mi viaje a San Giovanni Rotondo para componer un libro (Padre Pío. Los milagros desconocidos del santo de los estigmas) que está causando furor en millares de almas de medio mundo: España, Italia, Argentina, Brasil, Perú… y hasta Eslovaquia.

Un libro convertido en instrumento del Padre Pío para “dar más guerra muerto que vivo”, como él mismo prometió. Y fiel a su palabra, millares de almas, como digo, han retornado ya al Señor por intercesión de este gran santo después de leer esas páginas. Todavía hoy, al cabo de más de cuatro años, sigo recibiendo testimonios de conversiones y/o curaciones en mi correo electrónico.

Ahora, en Un juego de amor. El Padre Pío en nuestro camino al matrimonio, he creído oportuno revelar lo que me sucedió entonces con don Pierino, quien, lo mismo que el Padre Pío, posee el don de introspección de conciencias: lee tu alma.

Galeone fundó, en 1957, el instituto Siervos del Sufrimiento por expreso deseo del Padre Pío, con quien compartió más de veinte años de su vida. ¿Su misión? Extender por el mundo el gran valor de la penitencia corporal y espiritual en beneficio de las almas. Personas abnegadas que ofrecen diariamente sus sacrificios, grandes y pequeños, por la conversión y los pecados de los demás.

Los Siervos del Sufrimiento están presentes hoy también en Alemania, Suiza, Austria, Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Camerún, Togo y, cómo, en España.

En mayo de 2010, viajé a San Giovanni Rotondo confiado en que el libro del Padre Pío me “saldría gratis”. Pensé, ingenuo de mí, que ese trabajo literario no diferiría mucho de otros que ya había emprendido sobre los Borbones o la Guerra Civil española.

Añadiré que la víspera de mi entrevista con don Pierino había confesado con un obispo residente en el mismo convento del Padre Pío. Pero al día siguiente, nada más concluir la conversación con don Pierino, éste me invitó con gesto severo: “José María, confiésate”.

Acto seguido, extendió las palmas de sus manos hacía mí, apremiándome: ¡”Dame tus pecados! ¡Dámelos!”. Imagínese el lector lo que pude llegar a sentir en aquel instante. “Señor –dije para mis adentros- si en algo te he ofendido que no sepa, aquí estoy para pedirte perdón”.

Y entonces, el confesor me preguntó: “¿Quieres decirme tus pecados o prefieres que te los diga yo?”. Opté por lo segundo, obnubilado. Comenzó así a enumerarme con pelos y señales todos y cada uno de los pecados cometidos desde que hice la Primera Comunión, a los seis años. Cada ofensa, que hasta ese mismo instante me había pasado inadvertida, se convirtió en un hachazo en mi alma herida.

Entendí finalmente por qué el Padre Pío me quería pulcro por dentro para abordar un libro que no es mío, sino de él, y que tantas almas está acercando a Dios.


José María Zavala

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