De joven estudié en colegio de curas y la verdad es que tengo muchos
recuerdos, algunos terribles como los exámenes de Biología, y otros estupendos
como aquellas bromas que con esmero preparábamos durante todo el año, pensando
realizarlas durante los tres días de retiro “espiritual”, que debían ser de
completo recogimiento y silencio. En una ocasión logramos rasurar las piernas a
un chico, y casi nos mata…
En el colegio tenían la costumbre de llevarnos a Misa un día a la
semana, cada 2 meses, cosa que nos gustaba mucho, sobre todo porque perdíamos
las dos primeras horas de clases. Recuerdo aquella vez en que tuve la mala idea
de sentarme al lado de mi novia, pero después de un microsegundo, un cura se
acercó a mí diciéndome que debía cambiar de sitio. Yo no me enteraba de cuál
era el problema, razón por la cual, desde ese momento nació una discusión sin
fin. Ahora me pregunto: ¿Qué cosa le incomodaba al cura? ¿Tenía miedo de que yo
besara a mi novia durante la Misa?
Aunque en esas Misas nunca di a mi novia aquel beso que tanto temía el
cura, hoy, al contrario, lo doy a Alguien, abiertamente y con toda mi alma cada
vez que vivo la Eucaristía. Este gesto de dar un beso es algo muy serio y mucho
más profundo de lo que imaginamos.
Según el diccionario, la palabra “beso” significa: «Hecho de tocar con
los labios, contrayéndolos y separándolos, una parte del cuerpo de una persona
o una cosa en señal de amor, afecto, saludo o respeto». Esto quiere decir que
besarse es expresión de amor, es un acto externo que toca las fibras más
internas de nuestro ser, de nuestros sentimientos, y por esta razón une a las
personas de un modo único. Es un gesto que no podemos separar de los
sentimientos; una expresión real de ternura que se reserva solo para la persona
que se ama.
También en la Misa existe un beso lleno de significado, aunque para
muchos pasa desapercibido. Tenemos que descubrir poco a poco que la Santa Misa
es, ante todo, relación de amor, diálogo, unión de nuestro ser con Dios, como
diría San Agustín: un encuentro entre nuestra miseria y Su misericordia; es una
relación en la cual Dios se revela al hombre como Amor Infinito. Y el hombre
necesita encontrarse con Dios realmente para ser saciado, para ser feliz, para
no experimentar la división en sí mismo; en una palabra, para “ser”, necesita a
Dios. La Santa Eucaristía es este acontecimiento en el cual entramos en
relación con Dios, encontrando así nuestra propia identidad. Por esto,
justamente, el cristiano está llamado a dejarse visitar por su Amado, por el
único capaz de darle sentido pleno a su existencia.
Solo después de esta breve explicación podemos
entender por qué el sacerdote, comenzando la Santa Misa, hace una reverencia al
altar como signo de saludo y lo besa. Este beso, expresión profunda de ternura,
no es solo del sacerdote celebrante, sino que debe ser el beso que cada uno de
nosotros da al Amado de su alma, quien en su infinita misericordia, nos regala
la posibilidad de participar en aquel único evento en el cual podemos tocar el
Amor que nos permite amar, donarnos, para encontrar así un sentido profundo a
nuestra vida.
Ricardo
Reyes Castillo
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