Tras la primera semana del Sínodo
de las Familias, muchas personas siguen haciendo campaña de supuestas
primaveras, “espíritus” y sesgos diversos. Se presenta a la Iglesia como un
espacio de lucha entre partidarios de la justicia o de la misericordia, como si
justicia y misericordia fuesen antagónicas. Partidarios de una Iglesia aduana o
partidarios de la Iglesia hospital de campaña. Partidarios de la teología
doctrinaria a la teología de rodillas. La aparente lucha se suele reducir a la
contraposición de los cardenales Kasper y Muller. Créanme que esta dicotomía resulta tan cansina como
desenfocada.
Hace unas semanas publique una reflexión sobre este tipo de dicotomías y sus peligros: “Antes que pelear o tolerar, hay que dialogar”. Es curioso que muchas personas “compran” la victoria de cualquiera de estos dos modelos, como una panacea ideal, sin darse cuenta de que les están engañando. La solución nunca está en un extremo u otro. La solución nunca está en escoger entre uno de los dos precipicios que delimitan el camino del cristiano.
Hace unas semanas publique una reflexión sobre este tipo de dicotomías y sus peligros: “Antes que pelear o tolerar, hay que dialogar”. Es curioso que muchas personas “compran” la victoria de cualquiera de estos dos modelos, como una panacea ideal, sin darse cuenta de que les están engañando. La solución nunca está en un extremo u otro. La solución nunca está en escoger entre uno de los dos precipicios que delimitan el camino del cristiano.
La Iglesia conviven, al mismo tiempo, cualquier parece de extremos, entre
muchas otras aparentes contradicciones. Una Iglesia que perdona sin discernir
no es mejor que una Iglesia que discierne sin perdonar. Una Iglesia que sólo
disciplina no es mejor que una Iglesia que sólo cura. Sólo si la Iglesia perdona y discierne, cura y señala una disciplina
clara, puede ser una brújula para una sociedad que ha perdido la dirección del
sentido de sí misma y de cada uno de nosotros.
La solución no está en el Cardenal Kasper ni en el Cardenal Muller. La solución es Cristo y tenemos que
despertarle para que pare la tempestad (Mt 8, 24-27). ¿Ejemplos?
Cristo es capaz de mostrar misericordia a la Samaritana en el pozo de
Jacob “Jesús respondió, y le dijo: "Todo
aquél que bebe de esta agua volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que
yo le daré, nunca jamás tendrá sed; pero el agua que yo le daré se hará en él una fuente de agua que saltará hasta
la vida eterna". La mujer le dijo: "Señor, dame esa agua, para
que no tenga sed ni venga aquí a sacarla"” (Juan 4,13-15),
sin dejar señalar la causa de sus sufrimientos. “Jesús
le dijo: Ve, llama a tu marido y ven Acá. Respondió la mujer y le dijo: No
tengo marido. Le dijo Jesús: Bien has dicho: "No tengo marido";
porque cinco maridos has tenido, y el que tienes ahora no es tu marido. Esto has dicho con verdad.”(Juan 4,16-18).
¿Quieres el Agua Viva? Cristo se la ofrece, pero ¿Dónde está su marido?
¿Dónde está la causa de su necesidad, de su sufrimiento? El Agua Viva sólo
penetra en nosotros si aceptamos la Verdad, que es Cristo, y dejamos a un lado
nuestras cómodas realidades sociales.
Viendo Jesús que aquella mujer no le entendía, y
deseando que le entendiese, le dice: "Llama a tu marido", esto es: presenta tu inteligencia. Porque cuando la
vida está ordenada, el entendimiento dirige al alma, perteneciendo al alma
misma; el entendimiento no es cosa distinta del alma, sino algo de ella.
Esto mismo que se llama entendimiento e inteligencia del alma, es alumbrado por
una luz superior. Y esta luz era la que hablaba cuando hablaba con aquella
mujer; pero faltaba el entendimiento en ella[…] Más cuando el alma es capaz de sentir, o es dirigida por la sabia razón o
por el error. Pero el error no
rige, sino que pervierte. Después de aquellos cinco sentidos, aquella
mujer aún erraba; mas aquel error no era su legítimo marido, sino un adúltero.
Por lo tanto, le dice Jesús: "Quita este adúltero que te corrompe, y llama
a tu marido para que me entiendas". (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San
Juan, 15)
No nos puede dar igual aceptar un extremo u otro ya que “El error no rige, sino que pervierte”. El
entendimiento no es algo secundario o despreciable, “el entendimiento no es cosa distinta del alma, sino algo de ella”.
Si hemos de dirigir nuestra vida, es necesario entender a través de sabias
razones.
No deberíamos escoger
entre dos soluciones antagónicas, pero tampoco podemos forzarlas a convivir
haciendo un ejercicio de deshonesto equilibrismo intelectual, emotivo y práctico. Sólo podemos
humildemente pedir al Señor que sea Él quien nos guíe. Ante dos falsas y
aparentes soluciones, es necesario desechar ambas para encontrar una que las
supere y las reúna. Una solución de desborde las limitaciones de los sesgos
ideológicos. Nadie desea rebajar el significado de los Sacramentos. Nadie desea
dejar a las personas sufrientes sin un camino hacia del Señor.
La samaritana quería el Agua que Jesús le ofrecía, ya que pensaba era un
agua material. ¿De dónde parten nuestros sufrimientos? El agua era solución a
un síntoma: el cansancio y el tedio de venir, día tras día, a buscar agua,
desde su casa. Pero la solución no está
en ocultar los síntomas, sino en abordar las causas. ¿Causas?
Humildemente puedo señalar que el pecado es la causa de los sufrimientos
que padecemos y la santidad es la solución a estos sufrimientos. Ahora, ¿Cómo
señalar un camino de santidad para que las posturas sesgadas queden rebasadas?
Aquí me quedo, no puedo ir más allá.
Ojala pudiera señalar la solución, pero creo
que no me corresponde ni debo intentar hacerlo. Sólo se me ocurre que busquemos a través de Cristo, Camino,
Verdad y Vida.
Néstor Mora Núñez
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