Noticia digital (30-IX-2014)
María Francisca Teresa nació el 2 de enero de 1873 en Francia. Era hija
de un relojero y de una costurera. Era la menor de sus hermanas y no muy
devota. Su madre falleció cuando Teresa tenía tan solo cuatro años. Corría el
año 1877 y su padre tuvo que vender la relojería e irse a vivir a Lisieux.
Cinco años después de la muerte de la madre y del traslado de la
familia, Paulina entró en el convento de las carmelitas. La hermana pequeña
presintió que ella seguiría los pasos de su hermana. A los catorce años otra de
las hermanas de Teresa ingresa también en las carmelitas. Era 1886, Teresa
tenía dos hermanas monjas y sufre, durante las Navidades, una gran conversión
que recordó para el resto de sus días. Ella misma lo describió así: «En esa
noche de Navidad acababa de nacer otra Teresita. Jesús me transformó de tal
manera que ni yo misma me conocía».
A raíz de esta conversión decide entrar en el convento pero su padre fue
el único que le apoyó. Las monjas, así como el señor obispo de Bayeux pensaban
que todavía era muy joven. Teresa tenía 14 años.
La pequeña se había convertido y tenía claro su ingreso en las
carmelitas, por eso, aprovechando un viaje a Roma con motivo del jubileo
sacerdotal del Papa León XIII, se arrodilló delante del Santo Padre y le pidió
su ingreso en la orden. El Pontífice le recomendó seguir las directrices de sus
superiores. Se volvió de Roma con la negativa de León XIII pero tres meses
después recibió el beneplácito del Papa y con 15 años, el 9 de abril de 1888,
entró en el Monasterio del Carmelo de Lisieux.
Su ingreso en el convento supuso un reguero de oraciones y sacrificios
ofrecidos por la conversión de los pecadores y por las misiones. En 1893, con
tan solo 20 años, Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias.
En 1897 enfermó de tuberculosis y ya nunca volvió a salir de la
enfermería. Sus últimos meses de vida se vieron envueltos entre grandes
padecimientos físicos y morales. Lo vivió con santidad pensando que era lo
mejor que le podía ofrecer al Señor. Teresa murió el 30 de septiembre de 1897
agarrada a un pequeño crucifijo y exclamando «Dios mío, os amo».
Teresita del Niño Jesús puso su acento en la oración y en las pequeñas
cosas del día a día hechas por amor a Dios. Ella lo llamó la pequeña vía
como un camino para llegar a la infancia espiritual. Su espiritualidad
se recogió en el libro Historia de un alma, una autobiografía que
escribió por orden de sus superioras y que se publicó como obra póstuma al
morir Teresa. «Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a
nuestro Señor», escribe la santa en el libro.
Fue beatificada en 1923 y canonizada dos años después por el Papa Pío
XI. En 1997, el 19 de octubre, fue proclamada Doctora de la Iglesia por san
Juan Pablo II.
José Calderero
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