La santidad pasa por lo humano.
Mejor, lo incluye y lo eleva.
Es la Gracia plenificando lo
humano sin destruirlo, sino purificándolo.
Es la acción de Dios que cuenta
realmente con nuestra humanidad. Por eso los santos son tan diversos entre sí,
por sensibilidad, afectividad, inteligencia, carácter. Son estrellas distintas
en el firmamento divino, y cada uno refleja de manera distinta la Luz del Sol,
que es Cristo.
Se podría decir aún más: Dios
quiere a cada santo tal cual es, y pone a su servicio los recursos humanos de
cada cual para las tareas que mejor se adaptan a ellos. Nada es en serie para
Dios: todas sus obras, todos sus santos, son originales, precisamente porque
cuenta con la humanidad concreta de cada uno (temperamento, tendencias,
aficiones...)
"Éstos son los medios que Dios
ha previsto para hacer de un pecador un santo: lo toma tal como es y lo usa
contra él mismo; convierte sus afectos en otro canal y apaga un amor carnal
infundiéndole una caridad celestial. No lo toma por una criatura irracional
guiada por instintos y gobernada por estímulos externos, sin voluntad propia...
El triunfo de su gracia consiste en esto, en que entra en el corazón del
hombre, lo convence y se lo gana transformándolo. Dios respeta totalmente la
estructura original del espíritu que le ha dado al hombre; lo trata como
hombre; le deja la libertad de elegir tal o cual manera de actuar; apela a
todas sus facultades, a su razón, a su prudencia, a su sentido moral, a su
conciencia... Pero, al final, el principio animador de la nueva vida, lo que la
da a luz y la sostiene, es la llama de la caridad" (Newman, Mix 4, 71-72).
Es un sanísimo humanismo
espiritual, humanismo cristiano. No es una ingenuidad, ni considerar al hombre
perfecto, olvidando una realidad tan concreta como es el pecado original, el
desorden consiguiente (concupiscencia) y los pecados personales, soñando con
una bondad natural del hombre y un pleno estado de inocencia. No. El hombre tal
cual es: pecador y a la vez redimido y amado por Cristo. Pero siempre con la
convicción de que la gracia o la acción de Dios en nosotros no destruye nuestra
humanidad, sino que la eleva a un nivel superior, transformándola.
"Hay algunos del orden de
santidad más elevado que existe..., en los que lo sobrenatural se une a la
naturaleza... -vivificándola, elevándola y ennobleciéndola- y que no por ser
más santos son menos hombres. No dejan aparte sus dotes naturales, sino que los
emplean para gloria del Dador. No actúan al margen de ellos, sino a través de
ellos. No los eclipsan mediante el fulgor de la gracia divina, sino que sólo
los transforman. Están versados en el saber humano; son activos en la sociedad
humana; comprenden el corazón del hombre; pueden entrar en el pensamiento de
otros hombres; y todo ello en razón de dotes naturales y de educación
profana" (Newman, SV 7, 92).
Oremos unos por otros: oremos
para que cultivemos este "humanum" y que rinda para Gloria de Dios;
oremos unos por otros para que toda nuestra humanidad se ponga al servicio del
Señor, sin desfallecer:
"Procurad ser algo más que simples universitarios, tal como todos
hemos sido. Dejad que la gracia perfeccione la naturaleza y que todos nosotros,
como católicos, sin dejar de ser lo que éramos, seamos exaltados en algo que no
éramos. No rechacéis estas ventajas que Dios os ha concedido; más bien
perfeccionadlas a su servicio... Y recemos los unos por los otros a la vez que
por nosotros mismos, para que los dones que Él nos ha otorgado no los
derrochemos en nosotros mismos ni los empleemos para nuestra pura gratificación
o para nuestra propia reputación, sino para su gloria y el bien de toda su
Iglesia" (Newman,
NO, 221).
Javier Sánchez Martínez
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