Una de las muchas razones…, que aviva mi fe se encuentra en esa especie
de obsesión que excepto los católicos, el resto del mundo tiene contra el
catolicismo. Todos esto ataques, al final, en última instancia tienen su origen
en el odio demoniaco que el maligno tiene, a todo lo que esté relacionado con
la cruz. Ella es el signo de su derrota, cuando él pensaba que la crucifixión
de Cristo, organizada por él mismo, incitando al sanedrín y al pueblo judío a
que pidiese la crucifixión del Señor, iba a ser su triunfo. Y tan listo que es,
le salió el tiro por la culata.
Él nos odia a todos nosotros, a los que formamos el Cuerpo místico de
Cristo, a nuestra Iglesia que es la Iglesia de Cristo y a nosotros que somos
piedras vivas de esa Iglesia de Cristo. Y este odio orquestado y manejados por
el maligno, es lo que le lleva a él, a organizar todo lo que está incluido en
los ataques que tienen por objeto denigrar a la Iglesia católica y a los
católicos. Desde el momento en que el maligno vio que la muerte de Cristo en la
cruz, que él había promovido iba a servir para que la humanidad pudiese romper
las cadenas que a él nos ataban. Ahora redimidos por Cristo, el maligno trata
por todos los medios a su alcance, que son solamente los que Dios le permite,
sacar rendimiento máximo a su nefasta labor.
Los incesantes ataques, que se nos hacen injustamente y sin sentido a
los católicos tienen siempre su origen primario en el rey del odio y de las
tinieblas, padre de la mentira. Y tanto ataque injustificado e irracional le
hacen a uno pensar en los cuentos del conde Lucanor y decirse a sí mismo: “Ladran luego cabalgamos”. Todo este preámbulo viene a cuento,
en razón de un escrito que he recibido, acerca de la inmutabilidad de nuestros
principios. El papa y todos los concilios que se quiera, junto con él podrán
cambiar muchas cosas accesorias, pero jamás de los jamases la palabra del Señor
y todo lo que de ella se deriva.
No es la primera vez, ni será la última en que se nos tache de
retrógrados, intransigentes e intolerantes de lo cual estamos muy orgullosos de
serlo. Porque por mucho que se empeñen nuestros detractores y su jefe, nunca
aunque esté de moda la democracia, vamos a aceptar que la mayoría o sea, el 50%
más uno tiene en su mano la Verdad y lo que ellos digan está por encima de la
palabra de Dios. Dios y solo Dios es la Verdad y fuera de Él solo existe,
porque él lo consiente por ahora, el padre de la mentira que es el inductor de
todo aquel que nos está continuamente atacándonos.
En un canal de TV se nos ha tachado de intransigentes por no querer
modificar los dogmas y no sé, cuantas cosas más Lo que no veo claro es porque
no se meten con la intransigencia de los matemáticos, que desde siempre nos
están diciendo que 2+2 son igual a cuatro, cuando resulta que a la hora de
cobrar un trabajo que vale 2 a todos nos conviene que nos paguen 10. Lo que se
llama, la manía de muchos de querer cambiar los principios de la Iglesia es
algo que viene ya de hace mucho tiempo. San Pablo le escribía a Timoteo,
diciéndole: “Conserva el depósito de la fe, evita las palabrerías
inútiles y mundanas, tanto como las discusiones procedentes de una falsa
ciencia. Algunos se han alejado de la fe por dar crédito a este tipo de ciencia”, (Tm
6,20).
Lo que se conoce como el: “Depósito de la
fe”. Es el fundamento de todo aquello
que constituye nuestra Fe, el fundamento de nuestra salvación, como es asimismo
el fundamento de los sucesivos Papas, es decir, del Papado y de los
sacramentos. Nuestro Señor Jesucristo prometió a la Iglesia la asistencia
continua del Espíritu Santo que no fue prometido por el Señor, a los sucesores
de Pedro para que diesen a conocer por su revelación una doctrina nueva, sino
para que, con su asistencia, pudieran conservar santamente y enseñar fielmente
la Revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe.
Su doctrina apostólica fue abrazada por todos los Santos Padres y fue venerada
y seguida por los Santos Doctores de recta doctrina, sabiendo perfectamente que
esta Sede de Pedro, se mantiene siempre pura de cualquier error, según la
promesa divina de nuestro Señor y Salvador al Príncipe de sus Apóstoles: “He rogado por
ti, para que tu fe no desfallezca y, cuando te recuperes, confirma a tus
hermanos” (Lc 22,32)» (Concilio
Vaticano I en la Constitución Dogmática Pastor Aeternus. DzSch 3070).
El depósito de la fe, ha sido confiado por los Apóstoles a toda la
Iglesia. Todo el Pueblo de Dios, con el sentido sobrenatural de la fe,
sostenido por el Espíritu Santo y guiado por el Magisterio de la Iglesia, acoge
la Revelación divina, la comprende cada vez mejor, y la aplica a la vida. La
interpretación auténtica del depósito de la fe corresponde sólo al Magisterio
vivo de la Iglesia, es decir, al Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, y a los
obispos en comunión con él. Al Magisterio, el cual, en el servicio de la
Palabra de Dios, goza del carisma cierto de la verdad, compete también definir
los dogmas, que son formulaciones de las verdades contenidas en la divina
Revelación; dicha autoridad se extiende también a las verdades necesariamente
relacionadas con la Revelación.
Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: "El que a
vosotros escucha a mí me escucha" (Lc
10,16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les
dan de diferentes formas. La Iglesia, "columna y fundamento de la verdad" (1Tm 3,15). Cabe aquí que aclaremos algunos
términos como conocer la relación existe entre Escritura, Tradición y
Magisterio. Escritura, Tradición y Magisterio están tan estrechamente unidos
entre sí, que ninguno de ellos existe sin los otros. Juntos, bajo la acción del
Espíritu Santo, contribuyen eficazmente, cada uno a su modo, a la salvación de
los hombres. El material de esta página está principalmente extraído del
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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