Un lector, llamado Félix, me escribía tras leer mi último post:
La pregunta que yo me
hago es la siguiente: ¿los sodomitas heredarán el Reino de los cielos, o no?
¿El Espíritu Santo miente?
Estimado Félix, si lees la
Biblia, verás que ésta se halla llena de matices. Cierto es que algunos
lectores gustan de recoger versículos para arrojarlos como piedras contra
alguien. Pero la lectura paciente que busca, ante todo, la conversión personal,
lleva a escuchar la voz de un Dios escandalosamente misericordioso.
Parafraseando a la Escritura, te
digo, no como amenaza, no como reprimenda que algunos homosexuales y budistas
te adelantarán en el Reino de los Cielos.
Pero ya que usas la Palabra de Dios
para confrontarme haciéndome una pregunta, respondo a tu pregunta con otra
pregunta. ¿Acaso miente el Espíritu Santo cuando afirma?:
Si confiesas con tu boca a Jesús
por Señor, y crees en tu corazón que Dios
le resucitó de entre los muertos, serás salvo (Rom 10, 9).
(Sigue del post de
ayer.) Quédate tranquilo, Félix, creo en la verdad del versículo que me has mencionado. Pero en 1 Cor 6, 9-10 también se dice que los
inmorales o los maledicentes no heredarán el Reino de Dios. ¿Nunca has sido
inmoral? ¿Nunca has hablado mal del prójimo?
Hay que tener cuidado, porque al
lanzar la piedra contra ellos, puedes estar lanzándola contra ti. ¿Crees,
Félix, que mereces más el Reino de los Cielos que ellos? ¿Consideras que el
cielo se merece? ¿Crees que el hermano mayor de la Parábola del Hijo Pródigo
hacía bien cerrando la puerta ante el hijo pecador para que entrara en la casa
del Padre? ¿No crees que tú (y también yo) no somos ese hermano mayor?
En ningún momento he afirmado que
la lujuria sea un acto indiferente; pero no lo es ni la lujuria homosexual ni
la heterosexual. Mis palabras en anteriores posts han llegado hasta donde, a mi
buen entender, me parece que puede llegar la misericordia de Jesús. Pero no más
allá. Yo no quiero ser más estricto que Jesús, pero me cuido de no ser tampoco
más misericordioso que Él.
Por eso en la balanza de mi pobre entendimiento peso mis palabras;
intento hacer ese pesaje con cuidado, porque daré cuentas de ello al que me
encargó ser pastor en su Pueblo. Por eso no sólo peso mis palabras, sino
también mis pensamientos. Y, en materia de fe, mis palabras son reflejo de mis
pensamientos.
P.
FORTEA
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