Aunque en el Evangelio y en todo
el Nuevo Testamento nunca se califique a Cristo directamente como
"Médico", sabemos que hay toda una tradición bíblica que habla de
Dios como Aquel que sana, que venda las heridas y que es nuestra salud. "Yo
doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo curo" (Dt 32,39). Jesús
mismo en el Evangelio se convierte en Fuente de vida y salud, su Cuerpo -hasta
su manto- posee una fuerza curadora que Él sabe y siente, como sintió al ser
tocado por la hemorroísa (Lc 8, 46): Sintió una fuerza que había salido de Él.
Nuestro Señor, además, para explicar su misión redentora entre los hombres y su
proximidad a los que la Ley de Israel consideraba impuros, emplea la imagen del
médico: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No
he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Lc 5,32).
La Iglesia, desde el principio,
asumió esta imagen y la aplicó a Cristo. No dudó en llamarlo "Médico de
los cuerpos y de las almas", como hizo bien pronto san Ignacio de
Antioquía (A los Efesios 7,2) y la patrística empleó esta metáfora en
muchísimas ocasiones. Cristo es médico celestial, Cristo es la salud del cuerpo
y del alma, de la persona entera. La redención entonces se explica con la
categoría de la medicina y del médico que restituyen la vida plena al hombre.
"Cristo es el verdadero
"médico" de la humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo
para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por
sus consecuencias... [Jesús] Al inicio de su ministerio público, se dedica
completamente a la predicación y a la curación de los enfermos en las aldeas de
Galilea. Los innumerables signos prodigiosos que realiza en los enfermos
confirman la "buena nueva" del reino de Dios" (Benedicto XVI,
Ángelus, 12-febrero-2006).
Como Médico del cuerpo, el Señor
puede actuar -si conviene para la salvación- mediante la santa Unción de
enfermos y la Eucaristía; Médico del alma, el Señor sana por el Bautismo y la
Penitencia.
Las enfermedades del alma no son
pocas ni menos graves: soberbia, ira, avaricia, envidia, gula, lujuria y
pereza, que van minando al hombre por completo hasta dejarlo postrado. O las
hijas de estas enfermedades: "Las obras de la carne están patentes:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades,
contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias,
borracheras, orgías y cosas por el estilo" (Gal 5,16).
Sólo Cristo y su Gracia puede
curar y sanar de tantas enfermedades, a condición de reconocer la enfermedad,
descubrir las propias llagas, y suplicar al Señor que salve y cure, pidiendo
perdón.
Sólo Cristo puede curar porque
para eso ha sido enviado por el Padre. Y recordemos que el cuerpo quedará
totalmente sanado, curado, por la resurrección del último día, donde Cristo
resucitará a los que están unidos a Él.
Cristo Médico quiere ofrecernos a
todos la salud, la vida plena.
"Hoy el pasaje
evangélico narra la curación de un leproso y expresa con fuerza la intensidad
de la relación entre Dios y el hombre, resumida en un estupendo diálogo:
"Si quieres, puedes limpiarme", dice el leproso. "Quiero: queda
limpio", le responde Jesús, tocándolo con la mano y curándolo de la lepra
(Mc 1,40-42). Vemos aquí, en cierto modo, concentrada toda la historia de la
salvación: ese gesto de Jesús, que extiende la mano y toca el cuerpo llagado de
la persona que lo invoca, manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de sanar
a su criatura caída, devolviéndole la vida "en abundancia" (Jn
10,10), la vida eterna, plena, feliz.
Cristo es "la mano" de Dios tendida a la humanidad, para que
pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad y de la muerte, apoyándose
en la roca firme del amor divino" (Benedicto XVI, Ángelus,
12-febrero-2006).
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