Todo aquel que busca…., ante todo y sobre todo, el reino de Dios, es
decir, el que busca la santidad, la encontrara, y también encontrará todo lo demás,
es decir, todos los dones espirituales y temporales que se necesitan en la
vida, para alcanzar esa meta, de la santificación. Está claro que la
santificación es el proceso necesario para adquirir a santidad. El camino que
se ha de recorrer, para llegar a ser santo. Una persona es santa cuando ha
adquirido la santidad que es final del proceso de santificación. Santificase
pues es haber adquirido la santidad.
Pero la santidad siempre emana de Dios y nosotros solo podemos tener
acceso a ella, cuando Dios nos dona ese don, llamado santidad. Si partimos de
la base de que la santidad, tal como ya antes hemos escrito, solo emana de
Dios. Uno se pregunta: ¿Y qué es eso de santificarse? La respuesta más simple y
real es decir que santificarse, es adquirir la santidad. Son varias las
definiciones, que podemos utilizar, para definir la santidad. Santidad
significa tener una unión con Cristo; a mayor intimidad de una persona con el
Señor, más santidad, tiene esta persona.
Ser santos es participar de la gloria divina y estar uno ya glorificado.
Santificar quiere decir deificar, divinizar. Ser santificado es ser
transformado en Dios por el mismo Dios. Santificarse es alcanzar la condición
de santo. Pero por santo, la mayoría de las personas, entienden que es aquel que
ha llegado al cielo, pero no solo es santo el que canónicamente ha sido
declarado como tal, sino el que ya en esta vida como dice San Pablo se aparta
de las iniquidades. (2Co 6,17). Para obtener la santificación, el hombre debe
de actuar sometiendo su conducta a la justicia de Dios. La vida del cristiano
que quiere ser santo, se reduce a conseguir por medio de la gracia ser digno de
su condición de hijo de Dios.
Nuestra diferencia con Cristo es que Él, es Hijo de Dios, por
naturaleza, nosotros lo seremos plenamente, solo por adopción, y lo seremos si
nos ajustamos al cumplimiento de los divinos preceptos, y utilizando las
divinas gracias, que Dios pone a nuestro alcance, por medio de la oración y los
sacramentos, podremos alcanzar la santidad, el ser hijos de Dios por adopción,
no por naturaleza. De una cosa podemos estar seguros y es que aquel que de
verdad busca la santidad, siempre la encuentra.
Lo perfecto, y no olvidemos que Dios quiere que seamos perfectos, es no
desear nada más que lo que Él desee para nosotros. Desear solo el cumplimiento
de tu divina voluntad, en nosotros, en otras palabras, dejarle a Él, toda la
iniciativa sobre nosotros, es decir, entregarse o abandonarse en Él. San Juan
Pablo II, en uno de sus escritos, nos asegura que “la quinta esencia de la
santidad, solo se encuentra en cumplir la voluntad de Dios”. Nosotros no
debemos desear otra cosa que lo que Dios desea para nosotros. Dios es
plenamente omnisciente, y sabe en todo momento que es lo mejor para nosotros.
Es absurdo, que tratemos de edificar nuestra santidad, sobre la base de
nosotros mismos, sobre la base exclusiva de nuestro propio esfuerzo humano;
estaremos siempre condenados al fracaso. La santidad no se realiza, ni Dios
puede otorgárnosla, sin nuestra cooperación, pero no es obra nuestra, es una
respuesta a nuestra fe, a nuestro esfuerzo y a nuestra oración, pues ya se sabe
que no hay santidad sin renuncia. Para triunfar es necesario abrazarse cada uno
a su cruz y abandonarse, entregarse a Cristo, que es el único que tiene
palabras de vida eterna, y nos ofrece un yugo suave y una carga ligera.
El concepto, o la idea que hoy en día se tiene de la palabra “santo”, es distinta de la que tenían
los primitivos cristianos. Para nosotros, solo tienen la categoría de Santo,
aquellos que han sido canonizados, es decir relacionados o metidos en el canon,
o lista de santos de la Iglesia. En los primeros tiempos del cristianismo, el
calificativo de santo era otorgado a todo aquel que estaba en vías de santidad,
ahora se lo otorgamos solo a los que ya han alcanzado la santidad y están en el
cielo. Son aquellos, que la Iglesia ha declarado ser un dogma de fe, la certeza
de que se encuentran en el cielo.
Esta declaración dogmática, no alcanza a las etapas anteriores de Beatos
o Venerables, es decir, teóricamente, no se atentaría contra el dogma, el
pensar de buena fe, que una persona declarada beato, no se encuentra en el
cielo. Antepongo el calificativo de teórico, pues sería una gran temeridad,
pensar que no está en el cielo, una persona que está a un paso de su
canonización. La declaración canónica, no excluye el hecho de que sean santas,
otras muchas personas que no hayan alcanzado ya el calificativo de santos, es
más existirán miles de santos no declarados como tales por la Iglesia, y que
sin embargo posiblemente, gozarán de una mayor santidad en el cielo que otros,
que aquí abajo han sido canonizados.
Entre los santos del cielo, al igual que entre los condenados en el
infierno, existen determinadas categorías o grados que solo Dios conoce, y
estas categorías de amor o de condenación, tienen el carácter de eternas. Son
para siempre. La condición de santos se adquiere por el ejercicio de la
santidad, y esta a su vez, es el medio que tenemos para alcanzar el cielo; en
otras palabras, todo aquel que se ha salvado es santo.
Pero es posible y muchos logran, alcanzar la santidad, aquí abajo en la
tierra. Se puede y se debe de tratar de llegar a la santidad, viviendo en este
mundo, donde todos somos pecadores, tal como nos dice San Juan:“ Si decimos:
“No tenemos pecado en nosotros”, nos engañamos y la verdad no es esta. Si
reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y
purificarnos de toda injusticia” (1Jn
1,8-9).
Todo hombre, cada hombre es pecador y lo seguirá siendo siempre. Incluso
en la etapa final del camino hacia Dios, el hombre que ya ha llegado a ser
santo, no deja de ser pecador, aunque sea preservado del pecado. La diferencia
entre un santo y otro que no lo es, está en que el santo se encuentra tan
envuelto por el fuego del amor divino, que ya no puede ni quiere salirse de él.
Sabe que alejarse de este fuego, significa para él el aniquilamiento la muerte.
El santo es aquel, que ha confiado en la palabra divina; que ha
cumplimentado la voluntad de Dios; que ha sido capaz de abrazar la cruz; que
por amor, ha sido también capaz de negarse a sí mismo; que no le ha importado
perder su vida para encontrar su vida; que no ha dejado nunca de orar, y sobre
todo de pedirle al Padre su propia salvación; que ha soportado pacientemente
sus sufrimientos y angustias mirando siempre a Jesús crucificado; que ha
perdonado de corazón a todo aquel que le ha agraviado, por grande que haya sido
el agravio; que por amor a Cristo ha aceptado las injusticias de este mundo,
renunciando a sus innatos deseos de venganza; que ha esperado pacientemente el
cumplimiento de las promesas divinas.
Por esto y por otras muchas cosas más, ha tenido que pasar el alma
santificada, teniendo siempre como norte y guía de su conducta, ante todo el
amor a Dios y a su prójimo, en cuanto este es querido por su Creador.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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