Esta mañana se ha celebrado la
misa de acción de gracias por la beatificación de monseñor Álvaro del Portillo.
Ha tenido lugar en las mismas calles de Valdebebas (Madrid) donde ayer se
reunieron más de 200.000 asistentes a la beatificación.
Ante una asamblea formada por
miles de familias procedentes de 80 países de los cinco continentes, el prelado
del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría les dedicó buena parte de su homilía.
Lo hizo recordando la petición del papa Francisco de dedicar este domingo a la
oración por la celebración de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo
de los Obispos dedicada a la familia: “En este día, que el Santo Padre
Francisco dedica a la oración por la familia, nos unimos a las súplicas de toda
la Iglesia por esa comunión de amor, esa escuela del Evangelio que es la
familia”.
Mons. Echevarría se dirigió a las
familias para decirles: “el Señor os ama, el Señor se halla presente en vuestro
matrimonio, imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Sé que muchos de vosotros
os dedicáis generosamente a apoyar a otros matrimonios en su camino de fidelidad,
a ayudar a muchos otros hogares a ir adelante en un contexto social muchas
veces difícil y hasta hostil. ¡Ánimo! Vuestra labor de testimonio y de
evangelización es necesario para el mundo entero”.
También quiso agradecerles su
tarea educativa: “Ahora, damos gracias también a todos los padres y madres de
familia que están aquí reunidos, y a todos los que se ocupan de los niños, de
los ancianos, de los enfermos”
El Prelado del Opus Dei comenzó
su homilía refiriéndose a la ceremonia de beatificación celebrada el día
anterior: “La muchedumbre de estos días, los millones de personas en el mundo,
y tantas que ya nos esperan en el Cielo, dan también testimonio de la
fecundidad de la vida de don Álvaro”. Explicó que “no era propiamente una
muchedumbre sino una reunión familiar, unida por el amor a Dios y el amor
mutuo. Este mismo amor también se hace más fuerte hoy en la Eucaristía, en esta
Misa de acción de gracias por la beatificación del queridísimo don Álvaro”.
Durante la Misa de acción de
gracias, Mons. Echevarría explicó que “mirando la vida santa de don Álvaro,
descubrimos la mano de Dios, la gracia del Espíritu Santo, el don de un amor
que nos transforma”. El prelado animó a que “los demás descubran en mi vivir la
bondad de Dios, como ocurrió en el caminar diario de don Álvaro: ya en este
Madrid tan querido, transparentaba la misericordia divina con su solidaridad
con los más pobres y abandonados”.
Hoy son cientos de miles las
personas concretas que se benefician del trabajo de las distintas entidades que
el nuevo beato animó a poner en marcha en los cinco continentes: hospitales en
África, capacitación de la mujer indígena en Latinoamérica, formación
profesional para adultos en Filipinas, bancos de alimentos en Europa,
integración de inmigrantes en EE. UU., etc. En continuidad con ese espíritu
solidario, las colectas de las misas de ayer y hoy se destinarán a cuatro
proyectos sociales que comenzó el nuevo beato.
Por su parte, el papa Francisco
ha recordado durante el Ángelus la beatificación que tuvo lugar ayer en Madrid
y ha pedido que “el ejemplar testimonio cristiano y sacerdotal del obispo
Álvaro del Portillo suscite en muchos el deseo de unirse siempre más a Cristo y
al Evangelio”.
***
A continuación, el texto completo
de la homilía pronunciada por el obispo Javier Echevarría, prelado del Opus
Dei, en la misa de acción de gracias por la beatificación de monseñor Álvaro
del Portillo en Valdebebas (Madrid).
HOMILÍA EN LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
POR LA BEATIFICACIÓN DE ÁLVARO DEL PORTILLO
Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei
Madrid, 28 de septiembre de 2014
“Este es mi mandamiento: que os
améis unos a otros como yo os he amado”: “ut diligátis ínvicem, sicut diléxi
vos” (Jn 15, 12).
Queridos hermanos y hermanas,
estas palabras del Evangelio resuenan hoy en mi alma con una alegría nueva, al
considerar que la muchedumbre presente ayer en este lugar, muy en comunión con
el Papa Francisco y con todos los que nos acompañaban desde los cuatro puntos
cardinales, no era propiamente una muchedumbre sino una reunión familiar, unida
por el amor a Dios y el amor mutuo. Este mismo amor también se hace más fuerte
hoy en la Eucaristía, en esta Misa de acción de gracias por la beatificación
del queridísimo don Álvaro, Obispo, Prelado del Opus Dei.
1. El Señor, al instituir la
Eucaristía, dio gracias a Dios Padre por su bondad eterna, por la creación
salida de sus manos, por su misterioso designo de salvación. Agradecemos ese
amor infinito manifestado en la Cruz y anticipado en el Cenáculo. Y le
preguntamos al Señor: ¿cómo hemos de proceder para amar como tú nos has amado?;
para amar como amaste a Pedro y a Juan, a cada uno de nosotros, y también a san
Josemaría y al beato Álvaro.
Mirando la vida santa de don
Álvaro, descubrimos la mano de Dios, la gracia del Espíritu Santo, el don de un amor que nos transforma.
E incorporamos a nuestra alma esa oración de san Josemaría que tantas veces ha
repetido el nuevo Beato: “Dame, Señor, el Amor con que quieres que te ame”, y
así sabré amar a los demás con tu Amor, y con mi pobre esfuerzo. Los demás
descubrirán en mi vivir la bondad de Dios, como ocurrió en el caminar diario de
don Álvaro: ya en este Madrid tan querido, transparentaba la misericordia
divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados. Nos llena de gozo
que en la segunda lectura, se nos recuerde la presencia de Cristo en nosotros
que nos reviste “de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre,
paciencia” (Col 3, 12).
Queridos hermanos y hermanas,
demos gracias a Dios pidiéndole más amor. En la madurez de la juventud, cuando
tenía 25 años, don Álvaro era “saxum”, roca, para san Josemaría. Desde
su humildad, contestó un día por carta al fundador del Opus Dei con estas
palabras: “Yo aspiro a que, a pesar de todo, pueda Ud. tener confianza en el
que, más que roca, es barro sin consistencia alguna. Pero ¡es tan bueno el
Señor!”. Esa seguridad en la bondad divina puede empapar toda nuestra
existencia. “Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad”, hemos
rezado en el Salmo responsorial (Sal 138 [137], 2). Y se alza nuestra
gratitud a la Trinidad Santísima porque permanece con nosotros, con su Palabra,
Jesucristo mismo (cf. Col 3, 16) y con su Espíritu, que nos llena de
alegría (cf. Jn 15, 11; Lc 11, 13) y hace posible que nos
dirijamos a Dios llamándole, llenos de confianza, “Abba, Pater”: “¡Padre!
¡papá!”.
2. “La trinidad de la
tierra nos llevará a la Trinidad del Cielo”, repetía don Álvaro según la
enseñanza y la experiencia del Fundador del Opus Dei. Jesús, María y José nos
conducen al Padre y al Espíritu Santo; en la humanidad santa de Jesús
descubrimos, inseparablemente unida, la divinidad.
¡La Sagrada Familia! Con palabras
de la primera lectura, bendecimos al Señor “que enaltece nuestra vida desde el
seno materno y nos trata según su misericordia” (Ecl 50, 22). El texto
sagrado nos menciona que ya antes de nacer nos amaba Dios. Viene a mi memoria
aquel poema que Virgilio dirige a un niño recién nacido: “Incipe, parve
puer, risu cognoscere matrem” (Virgilio, Égloga IV, 60)”: “Pequeño
niño, comienza a reconocer a tu madre por su sonrisa”. El niño que nace va
descubriendo el universo; en el rostro de su madre, lleno de amor: en esa
sonrisa que le acoge, el nuevo ser apenas venido al mundo descubre un reflejo
de la bondad de Dios.
En este día que el Santo Padre
Francisco dedica a la oración por la familia,
nos unimos a las súplicas de toda la Iglesia por esa “communio dilectionis”,
esa “comunión de amor”, esa “escuela” del Evangelio que es la familia, como
decía Pablo VI en Nazaret. La familia, con el “dinamismo interior y profundo
del amor”, tiene una gran “fecundidad espiritual”, como enseñó san Juan Pablo
II, a quien el beato Álvaro estuvo unido por una filial amistad.
Al dar gracias a don Álvaro,
damos gracias a sus padres que le han acogido y educado, que han preparado en
él un corazón sencillo y generoso para recibir el amor de Dios, y responder a
su llamada. “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”;
así fue don Álvaro: un hombre cuya sonrisa bendecía a Dios, que “hace cosas
grandes” (Ecl 50, 22), y que contó con él para servir a la Iglesia
extendiendo el Opus Dei, como fiel hijo y sucesor de san Josemaría.
Rezamos para que haya muchas
familias que sean “hogares… luminosos y alegres… como fue el de la Sagrada
Familia”, en palabras de san Josemaría. Nuestra gratitud a Dios se alza por el
don de la familia, reflejo del eterno amor trinitario, lugar donde cada uno se
sabe amado por sí mismo, tal como es. Ahora, damos gracias también a todos los
padres y madres de familia que están aquí reunidos, y a todos los que se ocupan
de los niños, de los ancianos, de los enfermos.
Familias: el Señor os ama, el
Señor se halla presente en vuestro matrimonio, imagen del amor de Cristo por su
Iglesia. Sé que muchos de vosotros os dedicáis generosamente a apoyar a otros
matrimonios en su camino de fidelidad, a ayudar a muchos otros hogares a ir
adelante en un contexto social muchas veces difícil y hasta hostil. ¡Ánimo!
Vuestra labor de testimonio y de evangelización es necesario para el mundo
entero. Acordaos de que, como dijo el querido Benedicto XVI, “la fidelidad a lo
largo del tiempo es el nombre del amor”.
3. “Sed agradecidos”, nos exhorta
san Pablo (Col 3, 15). El beato Álvaro, pensando en lo que debía a san
Josemaría, afirmaba que “la mejor muestra de agradecimiento consiste en hacer
buen uso de los dones recibidos”. En su predicación, en tertulias, en
encuentros personales, en todas partes, nunca dejaba de hablar de apostolado y
de evangelización. Para permanecer en ese amor de Dios que hemos recibido,
debemos compartirlo con los demás; la bondad de Dios tiende a difundirse. El
Papa Francisco decía que “en la oración, el Señor nos hace sentir este amor,
pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a
través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del
encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al
servicio en la Iglesia”.
“No sois vosotros los que me
habéis elegido, soy yo quien os he elegido” (Jn 15, 16). Después de
haber insistido el Señor en que la iniciativa es siempre suya, en la primacía
de su amor, nos envía a difundir su Amor a todas las criaturas: “Os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (ibídem). “Manete
in dilectione mea”: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Permanecer
en el Señor es necesario para dar un fruto que a su vez eche raíces profundas.
Jesús lo acaba de decir a sus discípulos: “Permaneced en mí y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid,
así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4).
La muchedumbre de estos días, los
millones de personas en el mundo, y tantas que ya nos esperan en el Cielo, dan
también testimonio de la fecundidad de la vida de don Álvaro. Os invito,
hermanas y hermanos, a estar, a desenvolveros en el amor del Señor: en la
oración, en la Misa y la Comunión frecuente, en la confesión sacramental, para
que, con esa fuerza de la predilección divina, sepamos transmitir lo que hemos
recibido, y llevarlo a cabo mediante un auténtico apostolado de amistad y
confidencia.
En la carta que me escribió el
querido Papa Francisco con ocasión de la beatificación de ayer, nos decía que
“no podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos
recibido para donarlo y compartirlo con los demás”; y añadía que el beato
Álvaro “nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir para
anunciar el Evangelio”, y también que “nos enseña además que en la sencillez y
cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad”.
En este camino, con muchos
ángeles, nos acompaña la Santísima Virgen. María es Hija de Dios Padre, Madre
de Dios Hijo, Esposa y Templo de Dios Espíritu Santo. Es Madre de Dios y Madre
nuestra, la Reina de la familia, la Reina de los apóstoles. Que Ella nos ayude,
como lo hizo con el beato Álvaro, a seguir la invitación del Sucesor de Pedro:
“Dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él
que guíe nuestra vida”, como tantas veces san Josemaría pidió a la Virgen de la
Almudena muy querida y venerada en esta Archidiócesis. Así sea.
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