miércoles, 10 de septiembre de 2014

VIRTUD CARDINAL DE LA TEMPLANZA


La conciencia requiere una formación constante, de manera que iluminada la inteligencia, se ejercite la voluntad con actos repetidos una y otra vez, hasta que se conviertan en hábitos, es decir, en modo habituales de actuar. ¡Nada que ver con el lenguaje de los "valores", frutos del consenso social y de las modas!

Las virtudes requieren un trabajo interior de la persona hasta lograr que no sólo realice actos virtuosos, sino que la persona misma sea virtuosa; no sólo que realice algunos actos de paciencia, sino que la persona llegue a ser paciente.

La virtud cardinal de la templanza ejerce una función primera que es la de controlar racionalmente, con una directriz de la inteligencia y de lo razonable, las pasiones y los afectos que tantas veces se desbordan. Esta virtud racional (¡cardinal!) organiza una jerarquía de prioridades para la persona y es capaz de subordinar lo inferior a lo superior, lo menos importante a lo más importante, sabiendo insistir en lo fundamental y evitando la dispersión en los placeres que son accesorios.

Por ejemplo, el Diccionario de Autoridades define así la templanza: "virtud que modera los apetitos y uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón, así para la salud del cuerpo como para las funciones y operaciones del alma".

¿Qué palabras serían sinónimas de "templanza"? Moderación, entereza, sobriedad, buena disposición.

La virtud cardinal de la templanza nos enseña, entonces, a ser sobrios, moderados en las cosas, en el uso de los sentidos y placeres, la moderación en la comida, la bebida... confiriendo así una entereza a la persona que no va detrás de los primeros gustos, de las primeras sensaciones, o que satisface siempre cualquier capricho que le surja.

La templanza es un orden interior, una moderación, que conlleva un orden externo de la vida. De esta manera comprendemos que no todo es malo, pero desde luego, aunque haya muchas cosas buenas, no todas nos convienen.

¿Es bueno el cine? Sí, claro. Pero no sería bueno estar todos los días en el cine, por el gasto de dinero, la pérdida diaria de tiempo, etc.: pues entonces no conviene.

La templanza nos hace moderados permitiendo que guardemos un equilibrio en todas las cosas. Un hombre templado, difícilmente se desordena, sino que ante cualquier situación lo primero que hace es ser consciente de ella, no alterarse, rezar y buscar el punto exacto en el que situarse, intentando dominar la situación serenamente.

La templanza dice la palabra justa en el tono exacto que excluye los gritos... pero dice lo que tenga que decir.

Pidamos gracia al Señor para ejercitarnos en la templanza.

Javier Sánchez Martínez

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