El sacramento de la reconciliación, o confesión, es el signo sensible por el que se realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión, la vuelta al Padre del que el hombre se había alejado por el pecado. Por este sacramento se recibe en plenitud el perdón de Dios si nos acercamos al sacerdote, quien administra el sacramento.
SÓLO DIOS PUEDE PERDONAR
Pareciera
que en este sacramento quien perdona es el sacerdote. Muchas críticas a este
sacramento se centran en este punto. Sin embargo no es tan difícil ver que
quien perdona verdaderamente y de manera plena los pecados es Dios.
La
doctrina católica es clara en este punto y lo establece en el siguiente número
del Catecismo: 1441 Sólo Dios
perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí
mismo: “El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra”
(Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: “Tus pecados están perdonados” (Mc 2,5; Lc
7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a
los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.
Si Cristo
da el poder de perdonar los pecados a sus apóstoles, lo hace como un camino de
retorno pleno al Padre. Recordemos que en Cristo somos “hijos en el Hijo”, y el
Hijo, Jesús, nos ha adentrado tanto el seno del Padre, que por su voluntad
podemos recibir el perdón del Padre. El perdón es la liberación de los
resentimientos, y cuando recibimos el perdón divino en la reconciliación, en
tanto nos acerquemos a ella, Dios nos libera de su justa ira contra nosotros,
pues hemos roto su ley. Dios es justo, y su justicia no entra en conflicto con
su misericordia, pues busca siempre el bien Suyo y de todas las cosas. Sin
embargo, nosotros sí que estamos necesitados del perdón de Dios, pues cuando no
estamos por completo en el seno del Padre, nos sentimos abandonados y pobres,
como el hijo pródigo.
Sin duda
nos conviene acercarnos a este sacramento en el que Dios nos abre los brazos
para reconciliarnos con Él. No obstante el carácter reconciliatorio de este sacramento
no hay que olvidar que también es un tribunal en el que, ante Dios como juez,
confesamos nuestros crímenes y pecados. La liberación del perdón nos influye
directamente.
Se puede
pensar que el perdón divino es la voluntad que Dios tiene para estemos a su
lado de nuevo. Cuando nos damos cuenta de este regreso a la casa del Padre la
vida interior se transforma. Una vez que hemos conocido el mal y confrontado
nuestra miseria humana ante la grandeza de Dios sabemos que nuestras acciones
están llamadas a tener una consonancia con el Sumo Bien, que es Dios. Es decir,
nuestras acciones tienen la disposición de ser dignas de Dios, aun con los
obstáculos de la naturaleza humana. Es por esta dignidad y por esta capacidad
para el bien que Dios nos da el sacramento de la reconciliación, esto es, para
que regresemos a Él.
¿ES LA RECONCILIACIÓN UN
SACRAMENTO?
La
reconciliación es un sacramento porque ha sido instituido por Jesús como un
signo sensible de su presencia. Después de resucitar, Jesús se apareció a sus
apóstoles y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los
pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán
retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Muy fácil
sería pedir perdón a Dios sin acudir a este sacramento. Y parece que sería
aceptable si Jesús no hubiera dado la potestad de perdonar a los apóstoles en
el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Sin embargo, Jesús hizo
claro su deseo de que los apóstoles tuvieran el poder de liberar a los hombres
de sus pecados por el Espíritu Santo que recibieron. Es así que Jesús instituye
el sacramento como signo sensible de su caridad. Por tanto, si amamos a Jesús
seguiremos sus mandamientos y usaremos los medios que ha instituido para
liberarnos de nuestros pecados.
Para
conocer mejor la manera óptima de confesarse remitimos a un breve ritual del
sacramento de la penitencia. En él se encuentra brevemente explicados los pasos
para el sacramento de la confesión.
GabrielGonzález
Nares
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