Muchos de nosotros nos
preguntamos la razón que lleva al Señor a permitir la iniquidad dentro de la
Iglesia. ¿No debería el Señor ocuparse que todo funcionara al 100%? La Iglesia
tendría que estar compuesta por seres angélicos, perfectos y fieles, para que
no existieran infidelidades y errores. La realidad nos demuestra que todos
somos incoherentes, igual que los dos hermanos que aparecen en el Evangelio de
hoy domingo (Mt 21,28-32).
No cabe duda que la Iglesia sufre
constantemente por nuestros errores. Pero el mal tiene una función que solemos
olvidar: evidenciar aquello que está
caduco y necesita ser podado.
Tenemos nuestra incoherencia
representada en los dos hermanos del Evangelio. Uno que le dice no al Padre, pero
que termina haciendo su voluntad. El otro, que le dice que sí pero no hace lo
que el Padre le ha indicado. Realmente nos quedan otras dos posibilidades que
no se tratan en el Evangelio: el que dice que sí y hace lo que el Padre indica.
La otra sería el que dice que no y no hace la voluntad del Padre.
Cristo no habla de las dos
posturas incoherentes. Las dos que son coherentes no necesitan de demasiadas
explicaciones. Ojala todos fuésemos capaces de decir sí y hacer lo que Dios
desea de nosotros. Nos encontraríamos viviendo ya en el Reino de Dios. Pero, el Reino de Dios no es de este mundo.
Es muy bonito hablar de la
armonía y la diversidad como elementos que deben existir para que la Iglesia
sea evangelizadora eficaz del mundo. Cierto, pero tras la diversidad y la armonía debe existir la unidad y coherencia.
Sin unidad, todo lo que hagamos serán simples apariencias. Apariencias que
ocultan la desunión, las envidias, las soberbias y los egoísmos.
En realidad, o bien
Cipriano no sintió en absoluto lo que vosotros le atribuís, o bien después lo
corrigió conforme a la norma de la Verdad, o bien este lunar de su inmaculado
pecho quedó lavado en la fuente de la
caridad, cuando defendió con generosidad la unidad de la Iglesia, que
crecía por todo el mundo, y mantuvo con
perseverancia el vínculo de la paz, pues está escrito: La caridad cubre
la muchedumbre de los pecados. A esto ha de añadirse que, por ser un sarmiento
lleno de frutos, el Padre lo podó con
el hacha (segur) de la pasión, si algo tenía que corregir, como dice el
Señor: Al sarmiento que en mí da fruto, le podará mi Padre para que dé más
fruto. Y ¿por qué sino porque se
mantuvo unido a la vitalidad de la vid y no perdió la raíz de la unidad?
Porque, aunque hubiese entregado su cuerpo a las llamas, si no hubiese tenido caridad, de nada le
hubiese servido. (San Agustín, Carta 93 – a Vicente- , 10, 40)
¿Por qué Dios permite la
incoherencia del hermano que dice sí y después hace lo que quiere? Tal como indica
San Agustín, Dios sabe podar la Iglesia por medio de los males que permite en
su interior. Males que evidencian que
existen ramas que no dan frutos y deben ser cortadas. La maldad, la
incoherencia, la infidelidad rompen las ramas que no están muertas y secas.
¿Es dura la poda? Siempre es
dolorosa y triste. Siempre nos duele en carne propia ver que la iniquidad
destroza la obra de Dios. Pero Dios es
capaz de sacar bien del pecado más atroz. Dios sabe sacar del corazón
sincero una rectificación de su conducta. Del corazón mentiroso, no puede
llegar a esperar más que infidelidades e incoherencias llenas de soberbia.
Deberíamos de aceptar que decimos
mil veces no al Señor por egoísmos y miedos. Entonces, la Gracia de Dios podrá obrar el milagro en nosotros y transformarnos.
Aunque seamos incapaces ser perfectos, esperamos ser lavados en la fuente de la caridad, y ser
parte de Cristo, porque defendemos con generosidad
la unidad de la Iglesia.
Pero a veces la maldad ataca a
quien nos parece que no merece ser atacado. ¿Por qué lo permite Dios? Igual que
antes, Dios es capaz de mejorar el metal sometiéndolo al fuego. La templanza
sólo se gana tras ser sometido a la prueba. Si somos sometidos a la prueba y caemos, rompiendo la unidad, es que
había más apariencia que solidez en nosotros. Lo que no hay que olvidar
es que la victoria no está en la propia prueba, sino en la caridad que nos
permite salir airosos de ella.
“aunque hubiese entregado su cuerpo a las llamas, si no hubiese tenido caridad, de nada le
hubiese servido”
Néstor Mora Núñez
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