lunes, 29 de septiembre de 2014

¿POR QUÉ HAY INIQUIDAD EN LA IGLESIA? RESPONDE SAN AGUSTÍN


Muchos de nosotros nos preguntamos la razón que lleva al Señor a permitir la iniquidad dentro de la Iglesia. ¿No debería el Señor ocuparse que todo funcionara al 100%? La Iglesia tendría que estar compuesta por seres angélicos, perfectos y fieles, para que no existieran infidelidades y errores. La realidad nos demuestra que todos somos incoherentes, igual que los dos hermanos que aparecen en el Evangelio de hoy domingo (Mt 21,28-32).

No cabe duda que la Iglesia sufre constantemente por nuestros errores. Pero el mal tiene una función que solemos olvidar: evidenciar aquello que está caduco y necesita ser podado.

Tenemos nuestra incoherencia representada en los dos hermanos del Evangelio. Uno que le dice no al Padre, pero que termina haciendo su voluntad. El otro, que le dice que sí pero no hace lo que el Padre le ha indicado. Realmente nos quedan otras dos posibilidades que no se tratan en el Evangelio: el que dice que sí y hace lo que el Padre indica. La otra sería el que dice que no y no hace la voluntad del Padre.

Cristo no habla de las dos posturas incoherentes. Las dos que son coherentes no necesitan de demasiadas explicaciones. Ojala todos fuésemos capaces de decir sí y hacer lo que Dios desea de nosotros. Nos encontraríamos viviendo ya en el Reino de Dios. Pero, el Reino de Dios no es de este mundo.

Es muy bonito hablar de la armonía y la diversidad como elementos que deben existir para que la Iglesia sea evangelizadora eficaz del mundo. Cierto, pero tras la diversidad y la armonía debe existir la unidad y coherencia. Sin unidad, todo lo que hagamos serán simples apariencias. Apariencias que ocultan la desunión, las envidias, las soberbias y los egoísmos.

En realidad, o bien Cipriano no sintió en absoluto lo que vosotros le atribuís, o bien después lo corrigió conforme a la norma de la Verdad, o bien este lunar de su inmaculado pecho quedó lavado en la fuente de la caridad, cuando defendió con generosidad la unidad de la Iglesia, que crecía por todo el mundo, y mantuvo con perseverancia el vínculo de la paz, pues está escrito: La caridad cubre la muchedumbre de los pecados. A esto ha de añadirse que, por ser un sarmiento lleno de frutos, el Padre lo podó con el hacha (segur) de la pasión, si algo tenía que corregir, como dice el Señor: Al sarmiento que en mí da fruto, le podará mi Padre para que dé más fruto. Y ¿por qué sino porque se mantuvo unido a la vitalidad de la vid y no perdió la raíz de la unidad? Porque, aunque hubiese entregado su cuerpo a las llamas, si no hubiese tenido caridad, de nada le hubiese servido. (San Agustín, Carta 93 – a Vicente- , 10, 40)

¿Por qué Dios permite la incoherencia del hermano que dice sí y después hace lo que quiere? Tal como indica San Agustín, Dios sabe podar la Iglesia por medio de los males que permite en su interior. Males que evidencian que existen ramas que no dan frutos y deben ser cortadas. La maldad, la incoherencia, la infidelidad rompen las ramas que no están muertas y secas.

¿Es dura la poda? Siempre es dolorosa y triste. Siempre nos duele en carne propia ver que la iniquidad destroza la obra de Dios. Pero Dios es capaz de sacar bien del pecado más atroz. Dios sabe sacar del corazón sincero una rectificación de su conducta. Del corazón mentiroso, no puede llegar a esperar más que infidelidades e incoherencias llenas de soberbia.

Deberíamos de aceptar que decimos mil veces no al Señor por egoísmos y miedos. Entonces, la Gracia de Dios podrá obrar el milagro en nosotros y transformarnos. Aunque seamos incapaces ser perfectos, esperamos ser lavados en la fuente de la caridad, y ser parte de Cristo, porque defendemos con generosidad la unidad de la Iglesia.

Pero a veces la maldad ataca a quien nos parece que no merece ser atacado. ¿Por qué lo permite Dios? Igual que antes, Dios es capaz de mejorar el metal sometiéndolo al fuego. La templanza sólo se gana tras ser sometido a la prueba. Si somos sometidos a la prueba y caemos, rompiendo la unidad, es que había más apariencia que solidez en nosotros. Lo que no hay que olvidar es que la victoria no está en la propia prueba, sino en la caridad que nos permite salir airosos de ella.

“aunque hubiese entregado su cuerpo a las llamas, si no hubiese tenido caridad, de nada le hubiese servido

Néstor Mora Núñez

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