Sin un encuentro entre las distintas generaciones, no hay futuro para un
pueblo, dijo el Papa Francisco en el Encuentro internacional con personas
mayores celebrado el domingo en el Vaticano, en el que estuvo también Benedicto
XVI
Noticia digital (29-IX-2014)
Más de 50.000 fieles de todo el mundo participaron en el I Encuentro
Internacional con personas mayores celebrado el domingo en el Vaticano, día
también en que el Papa había convocado una jornada de Oración por el Sínodo de
los obispos sobre la familia, como recordó durante el rezo del Ángelus.
«No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre generaciones, sin
que los niños reciban con gratitud el testigo de la vida por parte de los
padres», dijo Francisco durante la Misa. «Hay a veces generaciones de jóvenes
que, por complejas razones históricas y culturales -añadió-, viven más
intensamente la necesidad de independizarse de sus padres, casi de liberarse
del legado de la generación anterior. Es como un momento de adolescencia
rebelde. Pero, si después no se recupera el encuentro, si no se logra un nuevo
equilibrio fecundo entre las generaciones, se llega a un grave empobrecimiento
del pueblo, y la libertad que prevalece en la sociedad es una falsa libertad,
que casi siempre se convierte en autoritarismo».
«¡DIOS NO LOS ABANDONA!»
Previamente, durante el encuentro con los ancianos, el Papa denunció la
«cultura del descarte», la «eutanasia encubierta» contra las personas mayores,
que la Iglesia está llamada a contrarrestar, para así construir «una sociedad
más humana».
«La violencia contra los ancianos es inhumana, así como la que se comete
contra los niños», denunció. «¡Pero Dios no los abandona, está con ustedes! Con
su ayuda, ustedes son y seguirán siendo la memoria de su pueblo; y también para
nosotros, para la gran familia de la Iglesia. ¡Gracias!»
«La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el
Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos
llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los
necesitados», resaltó Francisco. «Los abuelos tienen una capacidad para
comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan
por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!»
HOGARES DE ANCIANOS, NO PRISIONES
El Papa se refirió a la acogida a las personas mayores en las familias.
«¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca!», dijo. Cuando, por
algún motivo, no es posible tener a los abuelos en casa, añadió, son
«bienvenidos los hogares para los ancianos... con tal de que sean verdaderos
hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos y no para los intereses
de otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan olvidados,
como escondidos, descuidados. Me siento cerca de los numerosos ancianos que
viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y
los cuidan. Los hogares para ancianos deberían ser los pulmones de
humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser santuarios
de humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados
como un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un
anciano! Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a
visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!»
Ricardo Benjumea
DISCURSO DEL PAPA:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
¡Gracias haber venido en tan gran número! Y gracias por su acogida
festiva: ¡Hoy es su fiesta, nuestra fiesta! Agradezco a monseñor Paglia y a
todos los que la han preparado. También agradezco en especial la presencia del
Papa Emérito Benedicto XVI. Tantas veces he dicho que me gusta tanto que viva
aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en casa ¡Gracias!
He escuchado los testimonios de algunos de ustedes, que presentan
experiencias comunes a tantos ancianos y abuelos. Pero uno era diferente: el de
los hermanos que vinieron desde Kara Qosh, escapando de una persecución
violenta. ¡A todos ellos juntos les decimos gracias de forma especial!
Es muy bello que ustedes hayan venido aquí hoy: es un don para la Iglesia. Y
nosotros les ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y nuestra ayuda
concreta. La violencia contra los ancianos es inhumana, así como la que se
comete contra los niños. ¡Pero Dios no los abandona, está con ustedes! Con su
ayuda, ustedes son y seguirán siendo la memoria de su pueblo; y también para
nosotros, para la gran familia de la Iglesia. ¡Gracias!
Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más
difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan dando
frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo,
puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos
escuchado algunas en los otros testimonios.
La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el
Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos
llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los
necesitados ... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para
comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan
por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!
A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus
hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la
experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un
pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más
precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca! El abuelo es
padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en aquellos países donde la
persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde
estuve el domingo pasado; en aquellos países han sido los abuelos los que
llevaban a los niños a bautizar a escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué
bien actuaron! ¡Fueron valientes en la persecución y salvaron la fe en esos
países!
Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que
puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos ... con
tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos
-sean para los ancianos- y no para los intereses de otras personas! No debe
haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos,
descuidado. Me siento cerca de los numerosos ancianos que viven en estos
institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y los cuidan.
Los hogares para ancianos deberían ser los pulmones de humanidad en un
país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser santuarios de
humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados como
un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano!
Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar
a un anciano, y ¡se vuelven alegres!
Pero también existe la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas
veces se descarta a los ancianos con actitudes de abandono que son una
verdadera eutanasia escondida! Es el efecto del descarte que tanto daño hace a
nuestro mundo. Se descarta a los niños, a los jóvenes y a los ancianos con el
pretexto de mantener un sistema económico equilibrado, en cuyo centro no
está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar
esta cultura del descarte!
Nosotros, los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad,
estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora,
más humano, más inclusiva, que no necesita descartar a los débiles de cuerpo y
mente, aún más, una sociedad que mide su propio paso precisamente sobre
estas personas.
Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con
fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este reto. Un pueblo que no
custodia a los abuelos y no los tratan bien no tiene futuro: pierde la memoria,
y se desarraiga de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡ustedes tienen la
responsabilidad de mantener vivas estas raíces en ustedes mismos! Con la
oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así permanecemos
como árboles vivos, que aun en la vejez no dejan de dar frutos.
Traducción de Radio
Vaticana
TEXTO DE LA HOMILÍA:
El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio
del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de
fe y de esperanza.
María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha
manifestado la misericordia de Dios, y, junto a con su esposo Zacarías, está en
espera de un hijo desde hace seis meses.
También en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la
anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también
y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida.
La Primera Lectura recuerda de varios modos el cuarto mandamiento:
«Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que
el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). No hay futuro para el pueblo sin
este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban con gratitud el
testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a quien te ha
transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está en los
cielos.
Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones
históricas y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse
de sus padres, casi de «liberarse» del legado de la generación anterior. Es
como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si después no se recupera el
encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio fecundo entre las generaciones,
se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y la libertad que prevalece en
la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se convierte en
autoritarismo.
El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida
a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley
de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la llevó a su
plenitud. El Señor ha formado una nueva familia, en la que, por encima de los
lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir la voluntad de Dios
Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el amor a los padres,
hermanos y abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del
Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es
Pastor, y por tanto padre de la comunidad, que se respete a los ancianos y a
los familiares, y exhorta a que se haga con actitud filial: al anciano «como un
padre», a las ancianas «como a madres» (cf. 1 Tm 5,1). El jefe de la comunidad
no está exento de esta voluntad de Dios, sino que, por el contrario, la caridad
de Cristo le insta a hacerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que
aun habiéndose convertido en la Madre del Mesías, se siente impulsada por el
amor de Dios, que en ella se está encarnando, a ir de prisa hacia su anciana
pariente.
Volvamos, pues, a este «icono» lleno de alegría y de esperanza, lleno de
fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en la casa de
Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las palabras del
Salmo Responsorial de hoy: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor,
desde mi juventud... No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las
fuerzas, no me abandones... Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones,
Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal
70,9.5.18). La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón. La
sabiduría de Isabel y Zacarías ha enriquecido su ánimo joven; no eran expertos
en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo,
pero eran expertos de la fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de
él proviene: esto es lo que necesita el mundo en todos los tiempos. María supo
escuchar a aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su
sabiduría, y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y
madre.
Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro
entre jóvenes y ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este
encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los
ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario