Ella lo sufrió todo por nosotros
para que disfrutemos de la gracia de redención, sufrió para demostrarnos su
amor.
La devoción de los dolores de
María es fuente de Gracias porque llega a lo profundo del corazón de Cristo.
La Iglesia nos exhorta a
entregarnos sin reserva al amor de María y llevar con paciencia nuestra Cruz
acompañados de la Madre Dolorosa…
Se puede decir que, desde el
principio del cristianismo, al recordar la pasión del Redentor, los hijos de la
Iglesia no podían menos de asociar al dolor del Hijo de Dios los sufrimientos
de su bendita madre.
Los Padres de la Iglesia demuestran, efectivamente, que no pasó
inadvertido el dolor de María.
San Efrén (en su Lamentación de
María), San Agustín, San Bernardo, San Antonio y otros cantan piadosamente los
padecimientos de la Madre de Dios.
Y, ya en el siglo V, vemos cómo
el papa Sixto III (432-440), al restaurar la basílica Liberiana, la consagra a
los mártires y a su Reina, según lo indica un mosaico de dicha iglesia.
La liturgia de la celebración de
los Dolores de la Virgen, es de origen alemán. La instituyó en Colonia el
arzobispo Teodorico de Meurs, en 1423, para reparar las burlas que los herejes
husitas hacían a las imágenes de la Virgen Dolorosa.
De Colonia se propagó esta conmemoración de los Dolores de María a otras
iglesias, y el papa Benedicto XIII la extendió a toda la Iglesia.
El hecho de que se celebre también Nuestra Señora de los Dolores el 15
de septiembre, se debe a que desde 1688 los religiosos Servitas celebraban en
esa fecha, por concesión de Inocencio XI, la fiesta de los Dolores de la
Virgen, fiesta que Pio VII extendió a toda la cristiandad.
Paralelamente a estas
celebraciones “canónicas” se desarrollaba en España un culto especial a “la
Dolorosa”, en torno a los “pasos de Semana Santa” que tienen este motivo,
servidos por hermandades y cofradías.
En el siglo XVII se dio principio a la celebración litúrgica de dos
fiestas dedicadas a los Siete Dolores, una el viernes después del Domingo de
Pasión, llamado Viernes de Dolores, y otra el tercer domingo de septiembre.
La primera fue extendida a toda
la iglesia, en 1724, por el papa Benedicto XIII; y la segunda en 1814, por Pío
VII, en memoria de la cautividad sufrida por él en tiempos de Napoleón. Esta
segunda fiesta se fijó definitivamente para el 15 de septiembre y actualmente
es la única que se celebra litúrgicamente.
Bajo el título de Virgen de la
Soledad o de los Dolores o de la Angustias se venera a María en muchos lugares;
es una advocación que cuenta con gran número de devotos en países como España,
Argentina, México, Italia y Portugal. Es la patrona de Eslovaquia.
La fiesta de nuestra Señora de
los Dolores se celebra el 15 de septiembre y recordamos en ella los
sufrimientos por los que pasó María a lo largo de su vida, por haber aceptado
ser la Madre del Salvador.
Este día se acompaña a María en
su experiencia de un muy profundo dolor, el dolor de una madre que ve a su
amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado por los temerosos apóstoles, flagelado
por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando
descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario,
donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies
y manos.
María saca su fortaleza de la
oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros,
aunque nosotros no la comprendamos.
Es Ella quien, con su compañía,
su fortaleza y su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor, en los
sufrimientos diarios.
Pidámosle la gracia de sufrir
unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de
nuestra vida a los de Ella y comprender que, en el dolor, somos más parecidos a
Cristo y somos capaces de amarlo con mayor intensidad.
La imagen de la Virgen Dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los
sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar
sentido a los propios sufrimientos.
Algunos te dirán que Dios no es
bueno porque permite el dolor y el sufrimiento en las personas. El sufrimiento
humano es parte de la naturaleza del hombre, es algo inevitable en la vida, y
Jesús nos ha enseñado, con su propio sufrimiento, que el dolor tiene valor de
salvación. Lo importante es el sentido que nosotros le demos.
Debemos ser fuertes ante el dolor
y ofrecerlo a Dios por la salvación de las almas. De este modo podremos
convertir el sufrimiento en sacrificio (sacrum-facere = hacer algo sagrado).
Esto nos ayudará a amar más a Dios y, además, llevaremos a muchas almas al Cielo,
uniendo nuestro sacrificio al de Cristo.
ICONOGRAFÍA
DE LA VIRGEN DOLOROSA
La iconografía de la Virgen
admite algunas variantes aunque es menos rica que las escenas cristíferas
pasionarias. Se puede reducir a estos
modelos: Amargura, Dolorosa, Quinta Angustia, Piedad, Virgen Afligida y Soledad.
La Amargura es una
composición en la que iconográficamente debe aparece con san Juan en el paso,
escenificando su caminar por la Vía Dolorosa al encuentro de su Hijo que el
discípulo predilecto le señala con el dedo. Representa el momento en que la
Virgen, acompañada de san Juan y ajena aún a la condena de su Hijo escucha en
la llamada Sacra Conversación la noticia que le comunica el apóstol sobre la situación
de Jesús y ambos se dirigen a la calle de la Amargura para contemplar el paso
de Jesús cargado con la cruz camino del Gólgota. La escena que se nos presenta
no es evangélica y solamente Lucas narra el encuentro de Jesús con las mujeres
de Jerusalén (Lc 23, 27-31) pero no con su Madre. “La fuente hay que buscarla
en uno de los textos más influyentes en la conformación iconográfica de la
Pasión: el Evangelio de Nicodemo. En su recensión B (una versión tardomedieval
del original) se nos dice que Juan había seguido el cortejo de Jesús y los
soldados para luego correr en busca de la Madre que nada sabía. Al oír ésta el
relato quedó transida de dolor y acompañada del apóstol, María Magdalena, Marta
y Salomé se dirigió a la calle de la Amargura.
Es la representación
mariana más frecuente en las hermandades y aunque acompañada por san Juan
aparece hoy día solamente en seis pasos en siglos pasados fue mucho más
frecuente, incluso con la compañía de la Magdalena. Para un mayor lucimiento de
la imagen de la Virgen con el paso del tiempo se han ido retirando esas
figuras.
La Dolorosa es una Virgen en el Calvario,
presenciando el suplicio y muerte de su Hijo. En este modelo iconográfico la
Virgen puede aparecer con más figuras y asimismo puede o no ir bajo palio. La
Virgen lleva pañuelo para secar sus lágrimas y puñal en el pecho. Esta devoción
a los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la época medieval y fue
especialmente propagado por la Orden servita, fundada en 1233. También hay
varias imágenes con la advocación de Dolores o Mayor Dolor que procesionan bajo
palio.
La Angustia representa el momento del
descendimiento de la cruz para ser colocado el cuerpo del Hijo en el regazo de
la madre.
A continuación aparecería la Piedad que es el momento en que la
Virgen tiene a Cristo muerto en su regazo. La más universal es la que cinceló
Miguel Ángel para el Vaticano.
La Virgen Afligida es la de la traslación al
Sepulcro.
Y por último la Soledad, sola al pie de la cruz.
No obstante lo anterior, se
suelen denominar popularmente como “dolorosas” a prácticamente todas las
imágenes marianas que procesionan en Semana Santa, lo hagan o no bajo palio.
CUÁNTAS
ESPADAS
Se ha
tomado como símbolo de dolor en María una espada, teniendo en cuenta la
profecía de Simeón: “Una espada te atravesará el alma” (Lc. 2, 35).
El número
simbólico de siete espadas es el que ha predominado sobre todo a partir del s.
XV. Hay un grabado del s. XVI que tiene 13 espadas.
El murciano Salzillo (s. XVIII)
talló una imagen de la Dolorosa, que sólo lleva clavada una espada, la Virgen
de la Purísima Angustia de la iglesia de Santa Catalina, de Cádiz.
Como los dolores son tan
numerosos y variados nunca los autores se pusieron de acuerdo acerca de cuáles
eran cada uno, hasta llegó el momento que parecía como si hubiese una
competición para ver quién encontraba más en la biografía de la Virgen, hasta
el punto que llegaron a contarse hasta 150. Lo que sí sabemos es que María por
ser Corredentora con su Hijo y al escoger éste el camino del sufrimiento tuvo
que sufrir mucho, nunca el dolor estuvo ausente en su vida.
STABAT
MATER
1. Estaba
la Madre dolorosa junto a la Cruz, llorosa, en que pendía su Hijo.
2. Su
alma gimiente, contristada y doliente atravesó la espada.
3. ¡Oh
cuán triste y afligida estuvo aquella bendita Madre del Unigénito!
4.
Languidecía y se dolía la piadosa Madre que veía las penas de su excelso Hijo.
5. ¿Qué
hombre no lloraría si a la madre de Cristo viera en tanto suplicio?
6. ¿Quién
no se entristecería a la Madre contemplando con su doliente Hijo?
7. Por
los pecados de su gente vio a Jesús en los tormentos y doblegado por los
azotes.
8. Vio a
su dulce Hijo muriendo desolado al entregar su espíritu.
9. Ea,
Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor, contigo quiero llorar.
10. Haz
que mi corazón arda en el amor de mi Dios y en cumplir su voluntad.
11. Santa
Madre, yo te ruego que me traspases las llagas del Crucificado en el corazón.
12. De tu
Hijo malherido que por mí tanto sufrió reparte conmigo las penas.
13.
Déjame llorar contigo condolerme por tu Hijo mientras yo esté vivo.
14. Junto
a la Cruz contigo estar y contigo asociarme en el llanto es mi deseo.
15.
Virgen de Vírgenes preclara no te amargues ya conmigo, déjame llorar contigo.
16. Haz
que llore la muerte de Cristo, hazme socio de su pasión, haz que me quede con
sus llagas.
17. Haz
que me hieran sus llagas, haz que con la Cruz me embriague, y con la Sangre de
tu Hijo.
18. Para
que no me queme en las llamas, defiéndeme tú, Virgen santa, en el día del
juicio.
19.
Cuando, Cristo, haya de irme, concédeme que tu Madre me guíe a la palma de la
victoria.
20. Y
cuando mi cuerpo muera, haz que a mi alma se conceda del Paraíso la gloria.
Amén.
Publicado por Unción Católica y
Profética
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