Se me ha ocurrido hoy hablar un
poco sobre la belleza. ¿Por qué razón? Por tres: Un compañero sacerdote que fue
a mi parroquia para suplirme me dijo que le había gustado por la estética que
guarda todo el templo. En la ceremonia de Beatificación de Álvaro del Portillo
me fijé en le ornamentación del altar principal y sus alrededores y me
parecieron muy bellos. Una señora me dijo ayer que ella había estudiado bellas
artes, y que tenía especial interés por lo bello, por eso se solía arreglar
bien al salir a la calle, y tenía su casa debidamente ordenada y decorada. Me
preguntaba si eso era pecado de vanidad. Le dije que no, que Dios es la Belleza
absoluta y se refleja en la creación, fundamentalmente en los seres humanos,
que debemos ser bellas imágenes del Creador. Es un deber y una necesidad para
todos cuidar la estética, en la medida de nuestras posibilidades.
Los italianos son unos expertos en la belleza. No en vano están sus ciudades adornadas con espléndidas obras de arte hasta la saciedad. La plaza de San Pedro es un jardín hermoso cuando se celebra algún acontecimiento religioso. De por sí los adornos florales bien puestos ya nos hablan de Dios.
Los italianos son unos expertos en la belleza. No en vano están sus ciudades adornadas con espléndidas obras de arte hasta la saciedad. La plaza de San Pedro es un jardín hermoso cuando se celebra algún acontecimiento religioso. De por sí los adornos florales bien puestos ya nos hablan de Dios.
El gusto por la belleza es señal
de juventud de espíritu. El viejo –no el anciano- solo ve la parte negativa de
la vida, la más fea. Franz Kafka dice: “Quien conserva la facultad de ver la
belleza no envejece”. Y la belleza es una forma de hacer la vida feliz a
los demás. Nos encontramos a gusto en un lugar bello. Nos agrada contemplar a
una persona bella. El que cuida su imagen, colocada sobre el pedestal de la
humildad, está haciendo un favor al mundo, que necesita de la estética, del
orden, de la belleza para no morir de hastío.
Santo Tomás de Aquino define la
belleza como aquello que agrada a la vista (quae visa placet). Y nos recreamos
en un bonito paisaje, en un lugar ordenado, en unas relaciones amables, en una
liturgia cuidada y vivida con el corazón.
A las cosas de Dios les va la belleza, porque Dios
lo es. En un encuentro de Benedicto XVI con 250 artistas de renombre internacional a los que recibió en la
Capilla Sixtina, dijo
El momento actual está lamentablemente marcado,
además de por los fenómenos negativos a nivel social y económico, también por
un debilitamiento de la esperanza, por una cierta desconfianza en las
relaciones humanas, de modo que crecen los signos de resignación, de
agresividad, de desesperación. El mundo en el que vivimos, corre el riesgo de
cambiar su rostro a causa de la acción no siempre sabia del hombre, quien en
lugar de cultivar su belleza, explota sin conciencia los recursos del planeta a
favor de unos pocos y con frecuencia desfigura las maravillas naturales. ¿Qué
es lo que puede volver a dar entusiasmo y confianza, qué puede animar al alma
humana a encontrar el camino, a levantar la mirada hacia el horizonte, a soñar
una vida digna de su vocación? ¿No es caso la belleza? Sabéis bien, queridos
artistas, que la experiencia de lo bello, de lo auténticamente bello, de lo que
no es efímero ni superficial, no es accesorio o algo secundario en la búsqueda
del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de la realidad,
más bien lleva a afrontar de lleno la vida cotidiana para liberarla de la
oscuridad y transfigurarla, para hacerla luminosa, bella.
En estos momentos históricos plagados de problemas
económicos, ideológicos, violencia, malos humores, enfrentamientos, odios,
etc., es muy necesario que todos hagamos el esfuerzo por aportar a nuestro
pequeño mundo lo más bonito que tengamos. Cada detalle de belleza será como una
luz que se enciende en la oscuridad para que todos nos sintamos mejor. Y el
pudor es como el jarrón que resalta la belleza de las rosas que nos regala.
Juan
García Inza
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