El papa Francisco, en el primer
encuentro con los fieles en audiencia general este miércoles, después de su
feliz viaje a Albania, ha compartido con el pueblo cristiano sus impresiones de
un país en el que, tras la opresión totalitaria atea, hoy conviven en paz
nacionalidades y religiones. A Albania lo ha denominado: pueblo-mártir.
Ofrecemos el texto en síntesis de la intervención del santo padre.
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Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Hoy quiero hablar del viaje
apostólico que he realizado a Albania el domingo pasado. Lo hago sobre todo
como acto de acción de gracias a Dios, que me ha concedido realizar esta visita
para demostrar, también físicamente y de forma tangible, mi cercanía y la de
toda la Iglesia a este pueblo. Deseo también renovar mi fraterno reconocimiento
al episcopado albanés, a los sacerdotes y a las religiosas y religiosos que
trabajan con tanto compromiso. Mi pensamiento agradecido va también a las
autoridades que me han acogido con tanta cortesía, como también a los que han cooperado
para la realización de la visita.
Ésta ha nacido con el deseo de
dirigirme a un país que, después de haber sido largamente oprimido por un
régimen ateo e inhumano, está viviendo una experiencia de convivencia pacífica
entre sus distintos componentes religiosos. Me parece importante animarlo en
este camino, para que continúe con tenacidad y profundice en todos los aspectos
hacia el beneficio común. Por eso, en el centro del viaje ha habido un
encuentro interreligioso donde he podido constatar, con viva satisfacción, que
la convivencia pacífica y fructífera entre personas y comunidades
pertenecientes a religiones distintas no sólo es deseable, sino concretamente
posible y practicable. (...) Es un diálogo auténtico y fructífero que huye del
relativismo y tiene en cuenta la identidad de cada uno. Lo que reúne las
distintas expresiones religiosas, de hecho, es el camino de la vida, la buena
voluntad de hacer el bien al prójimo, no renegando o disminuyendo las
respectivas identidades.
El encuentro con los sacerdotes,
las personas consagradas, los seminaristas y los movimientos laicales ha sido
la ocasión para hacer grata memoria, con acentos de particular conmoción, de
los numerosos mártires de la fe. Gracias a la presencia de algunos ancianos,
que han vivido en primera persona las terribles persecuciones, se hizo eco de
la fe de tantos testimonios heroicos del pasado, los cuales han seguido a
Cristo hasta las consecuencias extremas. Precisamente, de la unión íntima con
Jesús, de la relación de amor con Él, ha salido de estos mártires -como de cada
mártir- la fuerza para afrontar los sucesos dolorosos que les han conducido al
martirio. También hoy, como ayer, la fuerza de la Iglesia no viene tanto de las
capacidades organizativas y de las estructuras, que también son necesarias
(...) ¡Nuestra fuerza es el amor de Cristo! Una fuerza que nos sostiene en los
momentos de dificultad y que inspira la actual acción apostólica para ofrecer a
todos bondad y perdón, testimoniando así la misericordia de Dios
Recorriendo la calle principal de
Tirana, que desde el aeropuerto lleva a la gran plaza central, pude ver los
retratos de cuarenta sacerdotes asesinados durante la dictadura comunista y de
los cuales se ha iniciado la causa de beatificación. Estos se suman a los cientos
de religiosos cristianos y musulmanes asesinados, torturados, encarcelados y
deportados sólo porque creían en Dios. Han sido años oscuros, durante los
cuales se quemaron hasta los cimientos de la libertad religiosa y estaba
prohibido creer en Dios; miles de iglesias y mezquitas fueron destruidas,
transformadas en tiendas y cines que propagaban la ideología marxista, los
libros religiosos fueron quemados y a los padres se les prohibió poner a los
hijos nombres religiosos de los antepasados.
El recuerdo de estos eventos
dramáticos es esencial para el futuro de un pueblo. La memoria de los mártires
que han resistido en la fe es una garantía para el destino de Albania; porque
su sangre no se derramado en vano, sino que es una semilla que producirá frutos
de paz y de colaboración fraterna. Hoy, en efecto, Albania es un ejemplo no
sólo de renacimiento de la Iglesia, sino también de pacífica convivencia entre
las religiones. Por tanto, los mártires no son los vencidos, sino los
vencedores: en su heroico testimonio resplandece la omnipotencia de Dios que
siempre consuela a su pueblo, abriendo caminos nuevos y horizontes de
esperanza.
Este mensaje de esperanza,
fundado en la fe en Cristo y en la memoria del pasado, lo he confiado a toda la
población albanesa, que he visto entusiasta y alegre, en los lugares de los
encuentros y de las celebraciones, como también en las calles de Tirana. he
animado a todos a sacar energías siempre nuevas del Señor resucitado, para
poder ser levadura evangélica en la sociedad y empeñarse, como ya se está
haciendo, en actividades caritativas y educativas.
Agradezco una vez más al Señor
porque, en este viaje, me ha dado encontrarme con un pueblo valiente y fuerte,
que no se ha dejado plegar por el dolor. A los hermanos y hermanas de Albania,
renuevo la invitación al coraje del bien, para construir el presente y el
mañana de su país y de Europa. Confío los frutos de mi visita a Nuestra Señora
del Buen Consejo, venerada en el homónimo Santuario de Scutari, para que Ella
siga guiando el camino de este pueblo-mártir. Que la dura experiencia del
pasado lo arraigue cada vez más en la apertura hacia los hermanos,
especialmente los más débiles, y lo haga protagonista de aquél dinamismo de la
caridad tan necesario en el actual contexto sociocultural.
(Traducción del italiano de
Zenit)
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