martes, 30 de septiembre de 2014

FUERZA DE LA HUMILDAD


Toda persona…, dispone de unos sentidos sensoriales, por medio de los cuales se relaciona con el exterior y sobre todo con sus semejantes. Para relacionarse, realiza una serie de actos de variada naturaleza y el conjunto de estos actos, es lo que constituye la actividad humana. Esta actividad humana tiene en cada persona, una peculiaridad propia de acuerdo con la naturaleza de los actos que ejecute. Esto es lo que conocemos como conducta humana, que es la propia de cada persona. La conducta humana es distinta en cada persona, ella es el fruto de su personalidad. Puede haber conductas muy parecidas o similares, pero nunca idénticamente iguales.

            Dentro de cada conducta, la persona, tiene formados unos hábitos. La actuación humana, que es la base necesaria para la formación del hábito, tiene su proceso de formación en nuestras potencias o facultades. Primeramente se adquiere la costumbre que se forma, por el reiterado uso o empleo de los mismos actos. De aquí se pasa al hábito, y si este es negativo se puede pasar a la adicción. Existe un anónimo sefardí, que dice que: “La educación es crear en la mente del educando, generalmente un niño, unos conocimientos y unos hábitos de acuerdo con los deseos de los educadores, una vez asentados en la mente del educando, su posterior rompimiento o modificación de estos conocimientos y hábitos será una tarea muy difícil y en muchos casos imposible de realizar”.

             Los hábitos puede ser positivos y negativos y ellos dan origen, los positivos a virtudes y los negativos a los vicios. Tanto las virtudes como los vicios están jerárquicamente ordenados y a cada virtud, se le opone un vicio que es su antítesis, así por ejemplo, tenemos que en la cumbre de las virtudes se encuentra la humildad a la cual se le opone su vicio antitético que es la soberbia. Dios ama la humildad y aborrece la soberbia. Todas las virtudes así como los vicios tienen una fuerza, que en el caso de las virtudes guían a la persona al encuentro con el amor de Dios. Por el contrario la fuerza del vicio ejerce una tendencia o fuerza en la persona, para que esta se aleje del amor de Dios.

            La fuerza de que disponen las virtudes, son siempre superiores a la fuerza de que dispone los vicios. Es fácil de comprender esto, porque ni en el universo material ni en el espiritual, existe nadie excepto Dios que sea omnipotente, es decir que lo pueda todo y consecuentemente la fuerza de la virtud emana de Dios que ama la virtud en nosotros. Sin embargo, el vicio existe, no es creación de Dios sino del mal. Y entonces nace la pregunta: ¿Si Dios es omnipotente, todo lo puede y aborrece el vicio, porqué lo consiente? La contestación tiene el mismo fundamente que el de la existencia en este mundo del demonio, que anda suelto por él, cuando su destino final será el de estar eternamente recluido en el odio y tinieblas del infierno.

            El Apocalipsis nos dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra: su condena definitiva aún no se ha producido, si bien es irreversible la selección efectuada en su momento que distinguió a los ángeles de los demonios. Todavía conservan por tanto un poder permitido por Dios, aunque ‘por poco tiempo’. Por eso apostrofan al Señor: “¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo? (Mt 8,29). Y ¿Por qué Dios les permite ese poder y libertad de actuación sobre nosotros?

No olvidemos que nosotros nos encontramos aquí para superar una prueba de amor a Dios y en toda prueba tiene que existir un contrate, para medir la categoría en este caso de amor que seamos capaces de desarrollar en el amor al Señor. No nos lamentemos de tener que luchar ascéticamente contra los demonios, que tratan de anular nuestras posibles virtudes y tratar también de que le acompañemos en su eterno castigo. Pesemos, que si no existiesen los demonios, sus males y sus vicios, con los que nos seduce, no tendríamos escalera para subir al cielo.

            La humildades es como ya hemos dicho antes, la más preciada de la las virtudes. Su fuerza espiritual sobrepasa la de cualquier vicio incluso el de su antítesis que es la soberbia, a la que nos incita el demonio, padre del orgullo y de la vanidad y por supuesto a la de cualquier otro vicio virtud. El Señor nos da ejemplo de la humildad y nos la encomienda cuando nos dice: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera” (Mt 11,29).

            Entre todos los ejemplos de humildad a destacar, tenemos el testimonio de humildad, que dio el Señor, en la última cena, lavando los pies de sus discípulos: “… se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en la jofaina, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida. (Jn 13,4-5). Más tarde les manifestó: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy. Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho. En verdad, en verdad os digo: No es el siervo mayor que su Señor, ni el enviado mayor que quién le envía. Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13,12-17).

            La importancia de la humildad, es tal que ella nos abre de par en par las puertas del cielo; sin humildad es imposible alcanzarlo. Así San Agustín en su epístola 118, escribía: “Si me preguntáis que es lo más esencial en la religión y en la disciplina de Jesucristo, os responderé: lo primero la humildad, lo segundo la humildad, y lo tercero la humildad”. Jean Lafrance nos escribe diciéndonos: “El hombre que ha descubierto la dulzura de Cristo en la experiencia del Espíritu Santo, se ve revestido de la humildad de Cristo. Podríamos decir que Cristo era naturalmente humilde porque estaba fascinado por la gloria del Padre, y al mismo tiempo infinitamente dulce, con aquella dulzura de Dios que nos hace amar a nuestros enemigos”.

            La humildad es básica para agradar a Dios, muy por encima de las buenas obras ya que en frase de San Gregorio de Nicea: “Un carro lleno de buenas obras, guiado por la soberbia, conduce al infierno; un carro lleno de pecados guiados por la humildad lleva al Paraíso. Y es en frase de San Agustín, que nos dice: “Dios mira con más agrado las acciones malas a las que acompaña la humildad, que las obras buenas inficionadas de soberbia.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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