El santo padre Francisco se ha
asomado a la ventana del Palacio Apostólico, como cada domingo, para rezar el
ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa
antes de la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas,
buenos días.
En el itinerario dominical con el
Evangelio de Mateo, llegamos hoy al punto crucial en el que Jesús, después de
haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e
Hijo de Dios "empezó a explicarles que tenía que ir a Jerusalén y padecer
allí mucho..., y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día".
Es un momento crítico en el que emerge el contraste entre la forma de pensar de
Jesús y la de los discípulos. Pedro, de hecho, se siente en el deber de regañar
al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final así de innoble.
Entonces Jesús, a su vez, regaña duramente a Pedro, le marcó la línea, porque
no piensa "según Dios, sino según los hombres" y sin darse cuenta
hace la parte de Satanás, el tentador.
Sobre este punto insiste, en la
liturgia de este domingo, también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los
cristianos de Roma, les dice: "No os ajustéis a este mundo, no ir con los
esquemas de este mundo, sino transformaros por la renovación de la mente, para
que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios".
De hecho, nosotros cristianos
vivimos en el mundo, plenamente insertados en la realidad social y cultural de
nuestro tiempo, y es justo así; pero esto lleva el riesgo de que nos
convirtamos en "mundanos", el riesgo de que "la sal pierda
sabor", como diría Jesús, es decir que el cristiano se "ague",
pierda la carga de la novedad que le viene del Señor y del Espíritu Santo. Sin
embargo debería ser al contrario: cuando en los cristianos permanece viva la
fuerza del Evangelio, esta puede transformar "los criterios de juicio, los
valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las
fuentes inspiradoras y los modelos de vida (Paolo VI, Exort. ap. Evangelii
nuntiandi, 19)".
Es triste encontrarse cristianos
aguados. Que parecen el vino aguado. Y no se sabe si son cristianos o mundanos.
Como el vino aguado no se sabe si es vino o agua. Es triste esto. Es triste
encontrarse cristianos que no son ya sal de la tierra. Y sabemos que cuando la
sal pierde el sabor, ya no sirve para nada. Su sal ha perdido el sabor porque
se han entregado al espíritu del mundo. Es decir, se han convertido en
mundanos.
Por eso es necesario renovarse
continuamente aprovechando la sabia del Evangelio. ¿Y cómo puedo poner esto en
práctica? Ante todo leyendo y meditando el Evangelio cada día, así que la
palabra de Jesús esté siempre presente en nuestra vida. Recordad, os ayudará
llevar siempre un Evangelio con vosotros, un pequeño Evangelio, en el bolsillo,
en el bolso. Y leer durante el día un pasaje. Pero siempre con el Evangelio,
porque es llevar la palabra de Jesús. Y poder leerla.
Además participando en la misa
dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchamos su Palabra y
recibimos la Eucaristía que nos une a Él y entre nosotros; y después son muy
importantes para la renovación espiritual los días de retiro y de ejercicios
espirituales. Evangelio, Eucaristía, oración. No olvidéis. Evangelio,
Eucaristía, oración. Gracias a estos dones del Señor podemos ajustarnos no al
mundo, sino a Cristo, y seguirlo sobre su camino, el camino del "perder la
propia vida" para encontrarla. "Perderla" en el sentido de
donarla, ofrecerla por amor y en el amor - y esto conlleva al sacrificio, también
la cruz- para recibirla nuevamente purificada, liberada del egoísmo y de la
hipoteca de la muerte, llena de eternidad. La Virgen María nos precede siempre
en este camino; dejémonos guiar y acompañar por ella.
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