El Papa Francisco ha visitado Cementerio monumental militar de
Redipuglia (Italia), donde rezó por los caídos de todas las guerras, a cien
años del inicio de la Primera Guerra Mundial
Noticia digital (15-IX-2014)
Después de 22 años un Papa regresa en peregrinación a Redipuglia, tras
la realizada por san Juan Pablo II, el 3 de mayo de 1992, en que recordó el
sacrificio y los sufrimientos de miles de jóvenes víctimas de la Primera Guerra
Mundial y que descansan en este Cementerio militar: cien mil caídos de los
cuales aún 60 mil figuran sin nombre, muertos en las trincheras de Carso y de
Isonzo.
El Papa Francisco rezó en soledad en el cercano cementerio
austro-húngaro de Fogliano, donde descansan los restos de los caídos austríacos
y húngaros, los enemigos de aquel entonces. Se trató de un signo fuerte de
invocación a la paz y de oración por los caídos de todas las guerras, para
decir que la guerra sigue siendo una inútil masacre que hace mal, tanto
a quienes la combatieron en 1900 como a quienes la combaten hoy en el mundo.
Después el Papa entró en el Cementerio monumental de Redipuglia donde
celebró, ante no menos de 10 mil fieles, la Santa Misa con los cardenales
arzobispos de Viena y de Zagreb, y con obispos procedentes de Eslovenia,
Austria, Hungría y Croacia así como de las diócesis italianas de Friuli Venezia
Giulia, además de con los Ordinarios y los Capellanes Militares.
RADIO VATICANA
TEXTO DE LA HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN REDIPUGLIA:
Después de haber contemplado la belleza del paisaje de esta zona, en la
que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante a sus familias, donde los
niños juegan y los ancianos sueñan…, encontrándome aquí, en este lugar, en este
cementerio, solamente acierto a decir: la guerra es una locura.
Mientras Dios lleva adelante su creación y nosotros los hombres estamos
llamados a colaborar en su obra, la guerra destruye. Destruye también lo más
hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la
relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es
la destrucción: ¡querer desarrollarse, crecer mediante la destrucción!
La avaricia, la intolerancia, la ambición de poder… son motivos que
alimentan el espíritu bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación
en una ideología; pero antes está la pasión, el impulso desordenado. La
ideología es una justificación, y cuando no hay una ideología, está la
respuesta de Caín: «¿A mí qué me importa de mi hermano?, ¿A mí qué me importa?
¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9). La guerra no se detiene
ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres… ¿A mí qué me
importa?
Sobre la entrada a este cementerio, se levanta el lema desvergonzado de
la guerra: ¿A mí qué me importa? Todas estas personas, cuyos restos
reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños… pero sus vidas quedaron
truncadas. Porque la Humanidad dijo: ¿A mí qué me importa?
También hoy, tras el segundo fracaso de otra guerra mundial, quizás se
puede hablar de una tercera guerra combatida por partes, con crímenes,
masacres, destrucciones…
Para ser honestos, la primera página de los periódicos debería llevar el
titular: ¿A mí qué me importa? En palabras de Caín: «¿Soy yo el guardián
de mi hermano?»
Esta actitud es justamente lo contrario de lo que Jesús nos pide en el
Evangelio. Lo hemos escuchado: Él está en el más pequeño de los hermanos. Él,
el Rey, el Juez del mundo, es el hambriento, el sediento, el forastero, el
encarcelado… Quien cuida al hermano entra en el gozo del Señor; en cambio,
quien no lo hace, quien, con sus omisiones, dice: ¿A mí qué me importa?,
queda afuera.
Aquí y en el otro cementerio hay tantas víctimas. Hoy nosotros las
recordamos. Hay lágrimas, hay dolor, hay luto. Y desde aquí recordamos a las
víctimas de todas las guerras.
También hoy hay tantas víctimas… ¿Cómo es posible esto? Es posible
porque también hoy, en la sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas,
codicia de dinero y de poder, y está la industria de las armas, que parece ser
tan importante.
Y estos planificadores del terror, estos organizadores del desencuentro,
así como los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: ¿A mí qué
me importa?
Es de sabios reconocer los propios errores, sentir dolor, arrepentirse,
pedir perdón y llorar.
Con ese ¿A mí qué me importa?, que llevan en el corazón los que
negocian con la guerra, quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha
perdido la capacidad de llorar. Ese ¿A mí qué me importa? impide llorar.
Caín no lloró. La sombra de Caín nos cubre hoy aquí, en este cementerio. Se ve
aquí. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Y se ve también
en nuestros días.
Con corazón de hijo, de hermano, de padre, pido a todos ustedes y para
todos nosotros la conversión del corazón: pasar de ese ¿A mí qué me importa?
al llanto por todos los caídos de la masacre inútil, por todas las
víctimas de la locura de la guerra de todos los tiempos. Hermanos la Humanidad
tiene necesidad de llorar, y ésta es la hora del llanto.
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