Su habilidad de pedir y esperar era muy atractiva. Estos hombres sabían
que podían decir "no", pero su amoroso y fuerte llamado los hacía
seguirlo.
Tenían que saber más de alguien que podía mandar de una forma tan
humilde.
Cada uno de nosotros ve a Jesús de distinta manera.
Para algunos era un profeta, porque necesitaban saber que el Reino
estaba cerca.
Pero sobre todo era el Hijo de Dios y vino a experimentar las
consecuencias de la maldición que el Padre había puesto sobre la humanidad
cuando Adán y Eva desobedecieron.
Vino para
redimirla de aquella maldición, y haciéndolo, se convirtió en todo para todos
los hombres.
Se hizo "varón de dolores" conocedor de la debilidad, pero nunca sucumbió a ella.
Se hizo "varón de dolores" conocedor de la debilidad, pero nunca sucumbió a ella.
Quiso decirnos que sabía lo que significaba sufrir, sangrar, ser rechazado, incomprendido y odiado.
Quiso hacer todas las cosas que nos mandó hacer para que encontráramos más fácil perdonar, sobrellevar, obedecer y ser humildes.
Porque
era Dios y experimentó lo que era ser humano, obtuvo para nosotros la gracia de
poseer lo Divino.
A través de la Gracia, revestidos por el poder de su Espíritu, somos hijos de Dios y herederos del Reino.
A través de la Gracia, revestidos por el poder de su Espíritu, somos hijos de Dios y herederos del Reino.
Él nos reconcilió con el
Padre, nos mostró como ser niños de Dios durante nuestro terreno peregrinar, nos abrió las puertas del
Cielo y envió Su Espíritu para quedarse con nosotros como
Guía y Maestro.
Su vida
está llena de cualidades y virtudes por imitar. No vino
de manera arrogante a mostrarnos nuestros errores. Vino como un humilde y
obediente siervo para enseñarnos a vivir.
Nos dijo
que siguiéramos sus pasos con coraje desde su espíritu y nos prometió que algún día compartiríamos con él su Gloria así como
compartimos con él su Cruz.
Debemos
observar la personalidad de Jesús y verla
bajo distintas circunstancias -circunstancias similares a las nuestras- y luego
alabarlo asemejándonos a Él según el máximo de nuestra capacidad.
La habilidad de atraer a la gente
es conocida como un "carisma".
Cada vez que Jesús aparecía en público, estaba en medio de una multitud.
Es algo
que una persona común y corriente no puede explicar -solo sabían que este Hombre era diferente. Tan diferente que parecía
dividir a la masa en dos facciones -a favor y en contra. Nadie que conoció a
Jesús se fue sin haber cambiado.
Muy pocos entendieron que delante de ellos estaba Dios hecho hombre.
Esta cualidad divina lo distanció de los demás pero a la vez lo hizo ser
cercano y entendible.
Como cristianos, muchas veces nos
excusamos y echamos la culpa de nuestra falta de carisma a la gente y al mundo.
Parece que hemos olvidado que Jesús nos ha obtenido ese carisma -el Carisma
hace brillar el Amor Divino a través de la naturaleza humana.
Nos ha
dado el Espíritu Santo a cada uno de nosotros para que podamos ser por la
Gracia lo que Él es por naturaleza -un Hijo de Dios-.
Luz Divina brillando en un alma humana, Amor Divino irradiándose a
través de un frágil recipiente y dando luz a los demás.
Al
ponerse de pie frente a unos pescadores que arrojaban sus redes y decirles:
"Síganme
y haré que sean pescadores de hombres", el
sonido de su voz y la mirada de sus ojos hizo que soltaran las redes y lo
siguieran. (Mc 1, 17)
Estos
hombres estaban fascinados por la amorosa autoridad de un Maestro que pedía y no ordenaba, que amaba primero y esperaba ser correspondido
con amor.
Este
hombre era un Maestro digno de ser seguido, un hombre
singular que llamaba y escogía pero les daba la libertad de responder.
Su
habilidad de pedir y esperar era muy atractiva. Estos
hombres sabían que podían decir "no",
pero su amoroso y fuerte llamado los hacía seguirlo.
Tenían
que saber más de alguien que podía mandar de una forma tan humilde. En sus corazones sabían que la elección que harían sería definitiva y
que desde aquel momento sus vidas serían diferentes por haberlo seguido.
Él nunca
les prometió grandezas. Simplemente les dijo que harían
grandes cosas. De alguna manera había una diferencia y ellos lo sabían. Su
grandeza provendría de haberlo seguido y estaban contentos por ello.
Su
carisma estaba reforzado de Verdad porque lo que decía venía del Padre y no
había sombra de duda en Sus palabras. Nunca
dejó a ninguno especular sobre el sentido de lo que decía, aún cuando las cosas
que decía eran casi siempre misteriosas y difíciles de aceptar.
Su humilde autoridad era como un imán que atraía, a los pobres y
rechazaba a los ricos.
La gente
de la calle podía sentarse horas mientras Él les
enseñaba en términos que ellos podían comprender y esto también era algo raro.
Trajo
verdades misteriosas a su nivel sin el más mínimo signo de desdén. Se sentían
identificados con Él. Aunque Él estaba por encima de
todos, su humilde dignidad hizo que se levantaran del fango de su corrupción y
les permitió mirarlo, no como a un igual, pero sí como a un Amigo.
Nunca
perdió su dignidad, pero nunca hizo sentir a nadie menos por eso. Cada gesto suyo les daba esperanza y les hablaba de su amor y
preocupación por ellos.
Fue un
hombre entre los hombres. Su dignidad le dio poder para
atraer multitudes porque vino a servir e inspiraba a los demás a servir
también.
Mientras
iba de lugar en lugar, multitudes de todas las clases corrían a escucharlo. Nunca perdió de vista su misión, aunque muchos lo aclamaban como a un
profeta.
Él era
Hijo, no profeta, y su carisma brilló con
esplendor mientras le decía a crédulos e incrédulos que había sido enviado por
el Padre.
Su
carisma nunca fue puesto en peligro por los aplausos ni tampoco lesionado por
las críticas. Se afianzó en lo que Él era para
el Padre y le importó poco la aceptación de los "aceptados" de sus días.
Nunca
dudó de quien era o del propósito de su misión y esto también asombraba la
gente. Cuando alguna vez cogieron piedras para
tirárselas, Él no dio marcha atrás -desapareció entre la gente y se fue a otra
ciudad.
Jesús era
leal con sus apóstoles, incluso sabiendo plenamente de su cobardía. Era leal con los pobres, aceptando las críticas de los fariseos, de
tal forma que el necesitado nunca se sintiera abandonado.
Era leal a su Padre, cumpliendo su Voluntad, incluso hasta la muerte.
Un día
tomó un paseo por entre los campos de maíz y sus discípulos empezaron a tomar
espigas y a comérselas (Mt 12, 1-8).
Los fariseos aprovecharon la
oportunidad para criticar a estos hombres sencillos, pero Jesús se alzó para
defenderlos.
Vio en
los fariseos hipocresía y les recordó que Él
era Señor del Sábado.
Si sus propios sacerdotes no
violaron el Día Santo
mientras trabajaban en el templo, tampoco sus apóstoles rompieron la ley por
comer maíz, ellos estaban con uno que era más grande que el Templo, el Hijo de
Dios.
Pero los
fariseos nunca entenderían lo que era ser leal porque usaban la ley y a la
gente para satisfacer sus propios propósitos.
Sacaron provecho de cada oportunidad para criticar a los pobres y
necesitados, porque de alguna manera éstos les hacían sentirse importantes y
mejores que el resto de los hombres.
A ellos, Jesús les dijo: "Si
hubieran entendido el significado de las palabras: "misericordia quiero, mas no ofrendas", no habrían
condenado al justo".
La
perfección exterior es más fácil de conseguir que la interior. Dar de sus bienes y guardar la Ley puede hacer a algunos orgullosos y
criticones.
Todos tenemos una tendencia a
juzgar a los demás por nuestra propia cuenta y cuando los demás no se ajustan a nuestras
expectativas o a nuestra idea de santidad, somos por lo general duros e inmisericordiosos.
Jesús nos estaba diciendo que la
compasión y la misericordia le son más agradables que los bienes materiales que
le ofrecemos.
Cuando Juan el Bautista envió a
sus discípulos para preguntar al Maestro si Él era Aquél que había de venir,
Jesús les respondió:
"Díganle a Juan -los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son
curados y los sordos oyen, los muertos resucitan, y la Buena Nueva es
proclamada a los pobres" (Mt 11, 4-5)
Jesús se
hizo a sí mismo accesible a cualquiera. A
diferencia de los anteriores profetas y los hombres religiosos de su época, que
generalmente se mantenían aislados, era fácil aproximarse a Jesús y Él estaba
siempre listo para dar su ayuda.
Nunca
estuvo muy ocupado o muy cansado como para no bendecir niños, tocar leprosos, o predicar a aquellos que anhelaban la Palabra de Dios.
Estaba
siempre en el lugar correcto en el momento indicado. Los leprosos clamaban por
Él y nunca temieron alcanzarlo.
Por
alguna extraña e inexplicable razón siempre
sintieron que podían acercarse a Él y que nunca les daría la espalda.
Los niños
pequeños corrían hacia Él y se apiñaban sobre sus rodillas
para pedirle su bendición y esperar de Él alguna tierna caricia.
La
mayoría de los pecadores se sintieron atraídos por Él. Era un fenómeno que no podían explicar.
Su Santidad lo hacía accesible y
cercano a las criaturas en pecado, cuyas almas era grotesco mirar.
De alguna forma, en la
profundidad de su degradación, sabían que debían acercarse lo más posible a Él.
Como una flor que se vuelve hacia el sol buscando calor, estos pecadores vieron
a Aquél que podía restaurar su inocencia y pureza. Nunca fueron decepcionados.
El los miraría con inmenso amor y
todas las cosas que les parecían ser tan importantes repentinamente se
convertirían solo en paja. Ellos sabían que debían cambiar y seguirlo.
Nunca
nadie imaginó que Dios se haría tan cercano, que
sería tan fácil acercarse a él, que sería tan ávido para escuchar y tan
amorosamente compasivo. La gente había leído acerca de un hombre santo y habían
visto a Juan el Bautista, profeta de Dios, pero ni éste ni ninguno de ellos era
como este Hombre - el Hijo de Dios.
Sus ojos
parecían decirle a cada uno "vengan conmigo, y encontrarán paz para sus almas". El
toque de su mano transmitía poderes curativos a través de sus cuerpos, excitaba
sus almas y les hacía buscar sólo el Reino.
Era
sencillo al hablar y escuchaba a cada uno como si no tuviera nada más que
hacer. Nunca nadie se sintió apurado en su presencia.
Existía esta extraña sensación de que el tiempo no tenía fin cuando le
hablaban.
La eternidad que había dejado
parecía extenderse ella misma y les hacía olvidar el tiempo, el lugar, sus
ocupaciones e incluso olvidarse de sí mismos.
Deseaban
beber de cada palabra que decía porque éstas hacían arder sus corazones y
permanecían, manteniendo así Su presencia en
ellos. Su palabra era distinta a cualquier otra que habían escuchado. Sin
importar a dónde fueran después de verlo, Su amor y su deseo de perdonar hizo
que miraran sus debilidades como cosas que tenían que cambiar.
Somos
generosos cuando damos, pero somos nobles cuando
compartimos y nos abnegamos para que otros reciban la gloria.
Jesús era generoso en dar sus
dones y su poder a los hombres finitos.
Le dio a
sus apóstoles el poder de sanar, de echar a los demonios y de resucitar
a los muertos, y se alegró cuando regresaron y le contaron de sus logros
-logros que Su poder realizó en ellos.
Le dio
gracias al Padre por permitirle compartir sus dones con los hombres. Los alentó a salir y a usar dichos talentos sabiendo que si a él le
habían hecho caso, a ellos también los atenderían.
Gratis lo recibieron y gratuitamente debían de entregarlos. Debían de dar todo el crédito de sus poderes
milagrosos a Dios e invocar el nombre de Jesús para mostrarle a los demás la
fuente de su poder.
El poder
en ellos probaría que Jesús había sido enviado por el Padre -El Padre que tanto
los amaba.
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