domingo, 28 de septiembre de 2014

DE UNA HISTORIA CON TAPACUBOS Y MORALEJA


Me la han contado como verdadera. Lo será o no, pero no deja de ser divertida por un lado, y edificante por otro.

Tenía todo un Mercedes, muy antiguo, por lo que no era fácil encontrarle repuestos, pero flamante y precioso. Había pertenecido a una tía suya solterona que un buen día se murió, y por arte de los caprichosos repartos sucesorios, había acabado en sus manos. Era un capricho algo caro de mantener, al fin y al cabo tampoco eximía de tener otro coche para el uso diario, pero había decidido permitírselo a pesar de no ser un millonario en el estricto sentido de la palabra.

Un buen día al ir a cogerlo por la mañana en la plaza de garaje que alquilaba ex-professo para él, se encontró que le faltaba uno de los cuatro tapacubos de las ruedas. No era fácil que lo hubiera perdido accidentalmente, pues quitarlos cuando se pinchaba una rueda era algo más que complicado. Con casi total seguridad se lo habían robado. Y lo cierto es que el precioso modelo de colección lucía diferente sin los cuatro tapacubos, con una de las ruedas al aire exhibiendo impúdicamente sus interioridades.

Se acordó de que en su día, alguien le había dicho que en el Rastro podía encontrar no excesivamente caros repuestos de coches antiguos. Eran de dudosa procedencia. Dudosa era casi mucho decir, porque en realidad, todo el mundo sabía que esos repuestos procedían del hurto. Pero bueno, ¡qué se le iba a hacer! Al fin y al cabo, ¿no era menos verdad que a él también le habían robado el tapacubos que le faltaba? Así que el domingo siguiente, sin pensárselo dos veces, resolvió llegarse al madrileño mercado y hacerse con la pieza que su coche le faltaba.

Se acercó al puesto que se hallaba en las coordenadas que le habían indicado, pero ninguno de los puestos que allí había vendía repuestos de automóvil. Preguntó a los que se hallaban por ahí, pero ninguno supo darle razón. Se sintió decepcionado pero la decepción le duró poco porque en su paseo por el Rastro encontró otro puesto en el que sí vendían la clase de producto que él estaba buscando. En realidad se trataba de una manta con algunas piezas de todo tipo expuestas sobre ella: no eran muchos objetos, pero sí muy variados, lo mismo habían un faro de un 600, que un embellecedor de un Porsche, que un cenicero de un BMW, que tapacubos, muchos tapacubos eso sí.

- ¿Un tapacubos del Mercedes modelo tal y tal?

- Pues la verdad es que he traído dos esta mañana, pero se los acaban de llevar, guapetón.

A nuestro flamante propietario le pareció mucha casualidad, pero al fin y al cabo, poco importaba que la historia fuera cierta o no, lo importante es que el tapacubos en cuestión no lo tenían.

Ya se disponía a marchar algo descorazonado, cuando sintió a su espalda la misma voz con un acento extraño que no terminaba de ser de la capital.

- Vente dentro de un rato, como al final de la mañana, que a veces me entra producto nuevo y a lo mejor tienes suerte, guapetón.

¡Guapetón, guapetón... a qué venía tanto guapetón! No le pareció, sin embargo mala idea. Se dio un paseo por el rastro, preguntó por el precio de alguna cosa, incluso se compró unas gafas que nunca se habría comprado pero cuyo regateo y posterior compra le sirvió para divertir la mañana, se tomó una cervecita, y volvió al puesto en el que había buscado el tapacubos, en el que ¡oh sorpresa! estaba el tapacubos que buscaba.

- Pero qué bien, le dijo al vendedor con una sonrisa cómplice… ¿Pero cómo lo ha encontrado?

- Uno es un profesional, hombre, y tiene sus contactos.

Preguntó por el precio, le pareció muy caro, puso cara de no llevárselo, el otro le rebajó el precio pero aunque seguía siendo harto caro, decidió llevárselo. Tenía muchas ganas de volver a ver su coche con él, y cualquier otro sistema para encontrar el tapacubos en cuestión sería pesado y dilatado en el tiempo.

Ya iba a pagarlo cuando el vendedor le dijo

- Si te llevas los tres, te hago un precio, guapetón…

Y es que efectivamente, de tan entusiasmado que estaba por haber resuelto su problema, no se dio cuenta de que efectivamente, había otros dos tapacubos del mismo modelo.

- Los tres por el precio de dos y te los llevas ya…

Le pareció un buen negocio. Con un descuento del 33% que es lo que al fin y al cabo iba a conseguir llevándose los tres, el precio empezaba a parecer interesante. Y así, además, si otro día volvía a faltarle el tapacubos, no tendría que pasarse toda la mañana del domingo buscándolo en el Rastro. Así que aceptó, y por el precio de dos se llevó los tres tapacubos.

Una sonrisa se le dibujó en el rostro. Pagó, esbozó un “gracias amigo” muy sincero, incluso fue a darle la mano al vendedor aunque al final no se la dio, y se dispuso a dar por finalizada su sesión dominical en el Rastro. Mientras caminaba, miraba los tapacubos abriendo un poco la bolsa de El Corte Inglés en la que el vendedor se los había metido: estaban en impecable estado y brillaban como nuevos.

Se llegó a su coche. Ahí estaba, impecable como a él le gustaba tenerlo. El más bonito de toda la acera, un ejemplar de los de admirar. Y una vez en él, y mientras de la bolsa sacaba uno de los tapacubos para colocarlo…. ¡oh sorpresa! ¡¡¡no puede ser verdad!!! Ahí estaba… ¡ahora le faltaban los cuatro tapacubos, aquél sin el que vino, y también los otros tres!.

Y sin más por hoy sino desearles un feliz y maravilloso día, les despido deseándoles una vez más que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. ¡Hasta mañana!

Luis Antequera

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