miércoles, 24 de septiembre de 2014

CONDUCE 2 AÑOS SU RENAULT CUATRO LATAS VISITANDO A LOS CRISTIANOS ORIENTALES DE ÁFRICA Y ASIA


Vincent Gelot en Armenia, Irán, Turkmenistán, Omán, Etiopía.

«»Desde el Líbano a Uzbekistán, pasando por Eritrea, este joven de 26 años, de Nantes, ha visitado las comunidades cristianas al volante de su Renault 4L.

Ha publicado un libro de testimonios que demuestra la increíble diversidad de las Iglesias de Oriente.

En el rostro de Vincent Gelot se pueden leer dos años de viaje. Dos veranos y un invierno pasados surcando Oriente Medio, Asia Central y el Cuerno de África.

En total, sesenta mil kilómetros de carreteras han curtido su piel, dado cuerpo a su pelambrera negra y reforzado su mirada azul petróleo.

Ha vuelto de este periplo con un imponente libro de cuero con la encuadernación un poco desgastada: es su tesoro.

Cada persona que se ha cruzado en su camino ha ennegrecido sus páginas en árabe, farsi, ruso, amárico… Lenguas que traducen la increíble diversidad de las Iglesias de Oriente.

Vincent Gelot partió para conocer a los cristianos de Oriente. «Un proyecto que nació de manera bastante espontánea», explica, sentado en una mesa frente a la estación del Norte.

En febrero de 2012 terminó un Master en Derecho Humanitario con unas prácticas en una ONG en Beirut. «No conocía para nada a los cristianos de Oriente», reconoce con sinceridad.

Se define como católico «a secas». Pero el viaje de Benedicto XVI al Líbano despierta su interés. El Papa pronuncia su exhortación apostólica a las Iglesias de Oriente, lo que hace que a Vincent le pique la curiosidad, - que luego se convertiría en pasión -, por estas comunidades.

Decide ir a conocerlas y construye su proyecto que bautiza con el nombre «Mil y una fe». «Sentía también una llamada a hacer este viaje, el sueño de una aventura à la Kessel (de Joseph Kessel, aventurero, periodista y novelista francés, nacido en 1898 y fallecido en 1979, ndt)».

Como único compañero de viaje, un Renault 4L redecorado por su amigo artista Agustin Frison-Roche.

«Antes de mi partida no me tomaban muy en serio», recuerda. «Sólo la Obra de Oriente me ayudó con una pequeña financiación».

A pesar de todo, emprende el viaje con quince mil euros ahorrados, completados en el camino por una recaudación de fondos por internet.

Con una A roja pegada a la luneta de atrás de su «Habibi mobile» (Habibi en árabe significa "mi amor", ndt), el aprendiz de conductor empieza un periplo por las rutas de Armenia, Irán, Turkmenistán, Omán, Etiopia, Sudán

Y el viaje, que en principio tenía que durar diez meses, concluye dos años más tarde.

Visita comunidades cristianas multiseculares. En Iraq, recorre la llanura de Nínive, cuna de los asiro-caldeos. «Es un dolor espiritual ver lo que pasa allí», nos confía. «La presencia cristiana en esas tierras, que se remonta al siglo IV, está a punto de desaparecer».

En Alquosh es acogido por el superior del monasterio, abuna Waheed Gabriel. «¿Quién nos protegerá y defenderá nuestra existencia en este país?», escribe este sacerdote caldeo en el libro de Vincent.

En otra página, un siríaco realiza un gran retrato de Jesús: en sus cabellos, pintados con tinta negra, está escrito «Cristo es mi Dios» en arameo.

Vincent conoce también a los monjes ortodoxos de Mar Mattai, un monasterio fundado en el año 363 por un eremita que huía de las persecuciones romanas.

En Azerbaiyán descubre a los molokanes, una pequeñísima comunidad que actualmente cuenta unas cuarenta personas.

En Uzbekistán es acogido por comunidades subterráneas obligadas a esconderse en un país donde la práctica religiosa está muy restringida.

En Afganistán, uno de los pocos sacerdotes del país, el jesuita Alexis Koumar, escribe en el libro una larga oración en pashtún. Fue secuestrado en junio de 2014.

«A lo largo de los meses, este libro me sobrepasó totalmente» explica. «Esperaba recibir, pero me ha permitido también dar mucho. Todas estas personas se descubrieron eslabones de una cadena cuando leían los testimonios de los hombres y mujeres que les habían precedido».

Mordido en Irán, un accidente de carretera en Etiopía...

La aventura estaba llena de zancadillas.

«Pensaba que la viviría como una progresión hacia la cumbre», relata. «No ha sido exactamente así. He pasado por muchos altibajos». El combate más duro lo tuvo con él mismo. «Me tuve que enfrentar a la soledad, al desaliento».

Sufrió con la lejanía de los suyos, sobre todo por el fallecimiento de su abuela y el anuncio del matrimonio de su hermano.

En Irán le atacaron dos perros pastores alemanes y fue hospitalizado con heridas en la pierna izquierda.

«Los médicos me dijeron sonriendo que no tenían vacuna contra la rabia a causa del embargo occidental, en el que Francia participa».

Otro golpe duro: mientras su vehículo transitaba de Omán a Djibouti, Vincent decidió ir a Yemen. En vano. Pasó dos días en cuarentena en una zona de tránsito aeroportuario. «Estaba en la lista negra porque sabían que iba a ver a los cristianos».

Al poco tiempo, un camión chocó contra él en Etiopía.

El clima tampoco le ahorraba nada. En pleno invierno de 2012 atravesó Armenia, Georgia y Azerbaiyán. Por la noche, el termómetro se desplomaba hasta los -25 °C. «Por la mañana, no sentía mis pies».

En cambio, el verano siguiente se encontraba atrapado con regularidad en los atascos monstruosos de las grandes metrópolis del Golfo Pérsico.

«Con una temperatura de 60 °C y sin aire acondicionado, creía que me volvía loco».

Poco a poco, su aventura se transformó en una peregrinación. «Progresivamente fuí redescubriendo las raíces de mi fe, de mi identidad. Aprendí a rezar. Esta experiencia aclaró mi relación con Dios».

Vincent decidió, naturalmente, acabar su periplo en Jerusalén. «Cuando supe que el Papa Francisco iba a visitar Israel, lo vi como un signo. ¡Empecé mi viaje con Benedicto XVI en Líbano y lo terminé con Francisco en Tierra Santa!».

Triunfo para su libro: el Papa argentino escribirá unas palabras en italiano en las últimas páginas.

«El próximo año lo confiaré a los custodios del Santo Sepulcro en Jerusalén. De este modo, todos los que han contribuido al libro estarán reunidos a los pies de la tumba de Cristo».

Mientras tanto, él lo conserva para testimoniar la historia que ha vivido y quiere realizar una buena selección de fotografías.

Sueña también con digitalizar el libro de testimonios, rebautizado «Libro de Oriente».

«A lo mejor este viaje me abre las puertas» comenta.

¿Dónde? Tiene ya una cierta idea: a Vincent le gustaría ser periodista.

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