Cada vez me convenzo más de la
genialidad medieval de colocar los coros para canónigos en mitad de la nave
mayor de las catedrales. Esos geniales arquitectos, obispos, artistas y monjes
descubrieron que un templo, una vez que se alcanzan ciertas dimensiones, ya no
impresionan más porque los construyas más largos. Es más, la visión humana
tiene cierta dificultad para encontrar referencias que permitan valorar esas
dimensiones, una vez que pasan de cierta longitud.
Pero lo que sí que descubrieron
era que el templo sí que ganaba en complejidad y misterio si no se descubría de
una sola vez, con un solo golpe de vista. Además, la idea de dotar a la
catedral de una especie de grandioso corazón litúrgico les parecía inexcusable.
El altar era el centro sagrado. Pero ese centro sólo estaba en uso a primera
hora de la mañana. Durante el resto de la jornada, lo que funcionaba era la
maquinaria capitular de las horas canónicas.
La idea de toda la catedral llena
de gente desde el comienzo de la nave central hasta el final del ábside, es una
idea moderna. Válida en las basílicas romanas y previamente en las mucho más
pequeñas catedrales románicas. Pero, en las catedrales góticas, incluso el
obispo estaba cerca de los que atendían a la misa. Pues el espacio estaba
limitado entre el comienzo del coro y el comienzo del presbiterio.
En una época sin micrófonos y con
la única iluminación de la luz natural, la idea de una nave central llena de
gente hubiera supuesto no haber oído nada de las palabras del obispo y apenas
haberlo visto.
Me descubro, una vez más, ante la genial organización del espacio sacro
(casi laberíntico) ideado por el clero medieval. Cuanto debemos aprender en una
época en la que el arte sacro está dominado por la funcionalidad y por una
equivocada idea de simplicidad. Las catedrales medievales en su mayor esplendor
lo que menos les importaba era la funcionalidad y buscaban a propósito la
complejidad laberíntica: criptas, diferentes planos de altura en las girolas,
trascoros, sepulcros monumentales colocados en medio de los espacios, etc.
P.
FORTEA
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