La tentación es todo aquello -bueno o malo en sí mismo- que en un momento dado tiende a separarnos del cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios
I. No nos dejes caer en la
tentación y líbranos del mal, rogamos al Señor en la última petición del
Padrenuestro.
Después
de haber pedido a Dios que nos perdone los pecados, le suplicamos enseguida que
nos dé las gracias necesarias para no volver a ofenderle y que no permita que
seamos vencidos en las pruebas que vamos a padecer, pues «en el mundo la vida
misma es una prueba ( … ). Pidamos, pues, que no nos abandone a nuestro
arbitrio, sino que en todo momento nos guíe con piedad paterna y nos confirme
en el sendero de la vida con moderación celestial. Y líbranos del mal. ¿De qué
mal? Del diablo, de quien procede todo mal» (1).
El
diablo, que existe, que no deja de rondar alrededor de cada criatura para
sembrar la inquietud, la ineficacia, la separación de Dios. «Hay épocas -hacía
notar el Papa Juan Pablo II- en las que la existencia del mal entre los hombres
se hace singularmente evidente en el mundo. Aparece entonces con más claridad
cómo los poderes de las tinieblas, que actúan en el hombre y a través de él,
son mayores que el mismo hombre. Lo cercan, lo asaltan desde fuera.
»Se tiene
la impresión de que el hombre actual no quiere ver ese problema. Hace todo lo
posible por eliminar de la conciencia general la existencia de esos
"dominadores de este mundo tenebroso", esos "astutos ataques del
diablo" de los que habla la Carta a los Efesios. Con todo, hay épocas históricas
en las que esa verdad de la Revelación y de la fe cristiana, que tanto cuesta
aceptar, se expresa con gran fuerza y se percibe de forma casi palpable» (2).
Jesús,
nuestro Modelo, quiso ser tentado para enseñarnos a vencer y para que nos
llenemos de ánimo y de confianza en todas las pruebas. No es nuestro Pontífice
tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas; antes, fue tentado en todo
a semejanza de nosotros, fuera del pecado (3). Seremos tentados de una forma u
otra a lo largo de la vida. Quizá más cuanto mayor sea nuestro deseo de seguir
a Cristo de cerca. La gracia que hemos recibido en el Bautismo y ha aumentado
por nuestra correspondencia se verá amenazada hasta el último momento en que
dejemos este mundo. Hemos de estar alerta, con la vigilia del soldado en el
campamento. Y hemos de tener siempre presente que nunca seremos tentados más
allá de nuestras fuerzas (4).
Podemos
vencer en toda circunstancia si huimos de las ocasiones y pedimos los auxilios
oportunos. Y «si alguno aduce la excusa de que la debilidad de la naturaleza le
impide amar a Dios, se le debe enseñar que El, que requiere nuestro amor, ha
derramado en nuestros corazones la virtud de la caridad por medio del Espíritu
Santo (Rom 5, 5); y nuestro Padre celestial da este buen espíritu a quienes se
lo piden (cfr. Le 9, 13); y así, con razón le suplicaba San Agustín: Da lo que
mandas, y manda lo que quieras. Y ya que está a nuestra disposición el auxilio
divino ( … ), no hay por qué asustarse por la dificultad de la obra; porque
nada es difícil para el que ama» (5).
La
tentación en sí misma no es mala; es más, es una ocasión de mostrar al Señor
que le amamos, que le preferimos a cualquier otra cosa, y medio para crecer en
las virtudes y en la gracia santificante. Bienaventurado el varón -enseña la
Escritura- que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la
vida, que Dios prometió a los que le aman (6).
Pero,
aunque la prueba en sí misma no es un mal, sería una presunción desearla o
provocarla de alguna manera. Y en sentido contrario, sería un gran error
temerla excesivamente, como si no confiáramos en las gracias que el Señor nos
tiene preparadas para vencer, si acudimos a Él en nuestra debilidad. «No te
turbes si al considerar las maravillas del mundo sobrenatural sientes la otra
voz -íntima, insinuante- del hombre viejo.
»Es
"el cuerpo de muerte" que clama por sus fueros perdidos… Te basta la
gracia: sé fiel y vencerás» (7).
II. Tentar -enseña Santo Tomás-
no es otra cosa que tantear, poner a prueba. Tentar al hombre es poner a prueba
su virtud (8). La tentación es todo aquello -bueno o malo en sí mismo- que en
un momento dado tiende a separarnos del cumplimiento amoroso de la voluntad de
Dios. Podemos padecer tentaciones que vienen de la propia naturaleza, herida
por el pecado original e inclinada al pecado: nacemos con el desorden de la
concupiscencia y de los sentidos. El demonio incita al mal, aprovechando esa
debilidad y prometiendo una felicidad que él no tiene ni puede dar. Estad
alerta y velad, advierte San Pedro, que vuestro adversario el diablo, como león
rugiente, anda rondando y buscando a quien devorar 89). Sólo «quien confía en
Dios no teme al demonio» (10).
Junto al
diablo están aliados el mundo y nuestras propias pasiones, que nos acompañarán
siempre. El mundo, en este sentido, está constituido por todo aquello que aleja
de Dios: las criaturas que parecen vivir exclusivamente para su amor propio, su
vanidad y su sensualidad; los que tienen los ojos puestos sólo en las cosas de
la tierra: el dinero y un desordenado deseo de bienestar material, que se
considera en la práctica como lo único que realmente vale la pena.
Para
ellos, son locura y algo propio de siglos atrás el necesario desprendimiento de
las cosas de la tierra, la amable austeridad cristiana, la castidad… La
mortificaci6n voluntaria, sin la cual no se puede ir adelante en el seguimiento
de Cristo, es mirada como necedad. Están incapacitados para entender las cosas
de Dios, y querrían inculcar a los demás sus principios, un sentido de la vida
en el que Dios no tiene lugar o bien ocupa un puesto muy alejado y secundario.
Con palabras, y sobre todo con su ejemplo, se empeñan en llevar a otros por el
camino ancho por el que ellos corren. A veces intentan desalentar al que quiere
ser consecuente con los principios cristianos, y se burlan de su vida y de sus
ideas.
Dios
permite que seamos tentados porque persigue un bien superior. En su Providencia
ha dispuesto que también de las pruebas saquemos provecho. A veces son un medio
insustituible para acercarnos filialmente a Él.
La
tentación es, frecuentemente, como una bengala que ilumina las profundidades
del alma. En la tentación y en la dificultad podemos ver nuestra capacidad real
de generosidad, de espíritu de sacrificio, de rectitud de intención…, y también
la envidia oculta, la avaricia enmascarada bajo la fachada de falsas
necesidades, la sensualidad, la soberbia…, la capacidad de mal que hay en cada
uno. En esos momentos podemos crecer en el propio conocimiento y, como
consecuencia, en la humildad. Nos hace ver lo débiles que somos y lo cerca que
estaríamos del pecado -si el Señor no nos ayudara. Es más fácil entonces pedir
auxilio y amparo. ¡Cuántas veces hemos de rezar, conscientes de lo que decimos,
a nuestro Padre Dios: no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal!
Las
pruebas nos enseñan a disculpar con más facilidad los defectos de los demás y a
darnos cuenta de que, al fin y al cabo, es una mota de polvo lo que llevan en
el ojo, en comparación con la viga que hemos visto en el nuestro. Por eso, nos
ayudan a vivir mejor la caridad, a comprender más y a estar dispuestos a rezar
y a prestar la cooperación y el socorro que están a nuestro alcance.
La
tentación impulsa a crecer en las virtudes. Rechazar una duda contra la fe
despierta un acto de fe; cortar una incipiente murmuración es crecer en el
respeto a los demás; apartar con prontitud un mal pensamiento contra la
castidad es ganar en finura en el trato con el Señor. Una época especialmente
difícil en tentaciones, que se puede presentar en cualquier edad y momento de
la vida interior, será una ocasión excelente para aumentar la devoción a la
Virgen, para crecer en humildad, para ser más dóciles y sinceros en la
dirección espiritual…
No
debemos asustarnos ni desanimarnos. Nada nos separa de Dios si la voluntad no
lo permite. Nadie peca si no quiere. Ese tiempo difícil, si el Señor lo
permitiera, es época de adelantar mucho en la vida interior y de purificar el
corazón.
La
tentación puede ser una fuente inagotable de gracias y de méritos para la vida
eterna. Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probara
(11). Con estas palabras consoló el Ángel a Tobías en medio de su prueba.
También han servido a muchos cristianos a la hora de sus tribulaciones.
III. Para vencer, hemos de pedir
ayuda a Nuestro Señor, que está siempre de nuestra parte en la pelea. É1 lo
puede todo: Confiad, Yo he vencido al mundo (12). Y, junto a Cristo, nosotros
Podemos decir: Omnia possum in eo qui me confortat. Todo lo puedo en Aquel que
me confortará 813). Dominus illuminatio mea et salus mea, ¿quem timebo? El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? (14).
Contamos
en las tentaciones con el auxilio poderoso de los Ángeles Custodios, puestos
por nuestro Padre Dios para que nos protejan siempre que lo necesitemos: Te
enviará a sus ángeles para que no tropieces en piedra alguna (15). A ellos
acudiremos con mucha frecuencia pidiéndoles ayuda, pero de modo especial en las
tentaciones. El Ángel Custodio es un formidable amigo, presto a ayudarnos en
los momentos de mayor peligro y necesidad.
Estamos
alerta contra las tentaciones cuando cuidamos la oración personal, que evita la
tibieza, y no dejamos la mortificación, que nos mantiene despiertos en las
cosas de Dios. Somos fuertes cuando huimos de las ocasiones de pecar, por
pequeñas que parezcan, pues sabemos que quien ama el peligro perecerá en él
(16); cuando tenemos el día lleno de trabajo intenso, evitando la ociosidad y
la pereza. Además, debemos tener en cuenta que es más fácil resistir al
principio, cuando la tentación se insinúa, que si permitimos que vaya tomando
cuerpo, «pues entonces no dejamos pasar al enemigo de la puerta del alma. Por
esto se suele decir: "resiste a los principios; tarde viene el remedio
cuando la llaga es vieja"» (17). Aunque, incluso cuando ida llaga es
vieja», se puede, con humildad, encontrar el remedio oportuno.
Combatimos
eficazmente las tentaciones manifestándolas con toda sinceridad en la dirección
espiritual, pues mostrarlas es ya casi vencerlas. Y si acudimos a la Virgen,
Nuestra Señora, siempre saldremos vencedores, aun de las pruebas en que nos
sentíamos más perdidos.
1 SAN
PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 67.
2 JUAN
PABLO II, Homilía 3-V-1987.
3 Heb 4,
15.
4 Cfr. 1
Cor 10, 13.
5
CATECISMO ROMANO III, 1, n, 7.
6 Sant 1,
12.
7 J.
ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 707.
8 Cfr,
SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, en Escritos de catequesis, p. 160.
9 1 Pdr
5, S.
10
TERIULIANO, Tratado sobre la oración, 8.
11 Tob, 12, 13.
12 Jn 16, 23.
13 Flp 4, 13.
14 Sal 26, 1.
15 Sal 90, 11.
16 Eclo
3, 27.
11 T.
KEMPIS, Imitación de Cristo, 1, 13. 5.
Francisco
Fernández Carvajal
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