Una explicación sobre el porqué de la celebración en la Iglesia de la
Transfiguración del Señor como una Fiesta importante.
La fiesta
de hoy se instauró en el Oriente en el siglo XI y se introdujo al calendario
romano en 1457 para conmemorar la victoria sobre el islam en Belgrado. Después
se celebró en los ritos Siriaco, Bizantino y Copto. En el hecho de la
Transfiguración, el Señor quiere preparar el corazón de sus discípulos para que
superen el escándalo de la cruz. Pero esta fiesta es, además, un anuncio de la
adopción maravillosa que nos hace hijos de Dios en Jesucristo y del resplandor
con que un día brillará todo el cuerpo de la Iglesia.
Jesús
había hablado a sus discípulos de su inminente Pasión y Muerte. Y para que no
vacilasen en la fe, invita a tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, a subir con
El al monte Tabor, precisamente los tres que verían su agonía en Getsemaní.
En el
Tabor les mostró el Señor su gloria y esplendor, a la vez que Moisés y Elías se
aparecían hablando con Jesús. Allí se transfiguró delante de ellos. Su rostro
brillaba como el sol, y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador. Se
formó una nube que los cubrió, y salió una voz de ella, que decía: "ESTE
ES MI HIJO AMADO EN QUIEN TENGO PUESTAS TODAS MIS COMPLACENCIAS. ESCUCHADLE."
Esta voz les confortaría en el momento de la prueba.
La voz
del Padre es apremiante. Si Jesús es el Amado en quien tiene puestas todas sus
complacencias, quiere decir que sólo se complacerá el Padre en nosotros en
cuanto nos parezcamos a Jesús, en cuanto le imitemos, en cuanto reflejemos su
imagen, y reproduzcamos sus gestos y Palabras. Sólo se complacerá el Padre en
nosotros, si escuchamos a Jesús, que es su Palabra, al que ha nombrado heredero
de todo, y es el reflejo de su gloria.
Algunos
Santos Padres aportan una curiosa interpretación a la Transfiguración. Jesús,
dicen, siempre estaba transfigurado, su Divinidad irradiaba siempre a través de
la envoltura de la naturaleza humana, su rostro siempre estaba resplandeciente
-"ese halo luminoso que despiden las almas más santas"-, pero los
discípulos, enredados en problemas de preeminencias, enfrascados en pequeños
detalles, mezclados entre las multitudes, entretenidos en pequeñas cosas, no
podían vislumbrar el brillo del rostro de Jesús. Bastó que dejaran el espesor
del valle, que subieran a la montaña, que dejaran aparte sus minúsculas
preocupaciones, que se purificaran los ojos, que miraran más fijamente, sin
estorbos, al rostro de Jesús, para que descubrieran el fulgor de su mirada, el
rostro siempre radiante de Jesús.
Dice un
autor que, si el hombre mirara con frecuencia al cielo, acabarían naciéndole
alas. DIOS NOS DIO LOS OJOS PARA MIRAR A LO ALTO.
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