Mociones, inspiraciones gracias, carismas, frutos y dones…, Realmente
aunque todas estas actuaciones del Espíritu Santo son distintas, en el fondo lo
que todas son, es dones o regalos espirituales que Dios nos proporciona para
facilitarnos nuestro camino hacía El, porque tal como nos dejó dicho el Señor, "Sin mí no podéis hacer nada”. (Jn
15,5). Sin la ayuda divina solo con nuestras escasas fuerzas es imposible,
ganar la batalla de nuestra lucha ascética.
Definir al Espíritu Santo, no es tarea fácil más bien imposible, porque
Él, es la tercera persona de la Santísima Trinidad, y como sabemos este es un
misterio, que Dios no nos ha revelado aún en su totalidad. Ronald Knox, nos
ofrece una explicación a este misterio Trinitario, lógicamente elaborada por
él, pues no se trata de ninguna revelación. Este autor nos dice: “Desde toda la eternidad, la Mente de Dios produce un pensamiento que es
igual que Él, y una misma cosa con Él. Esto es lo que llamamos el Verbo divino,
la segunda persona de la Santísima Trinidad. Y en el mismo instante entre esa
Mente divina y ese Pensamiento divino brota el Amor; un Amor que fluye y
refluye entre los dos en perfecta armonía. Es un tercera persona que enriquece
la vida de Dios; a ese Amor eterno lo llamamos Espíritu Santo”.
En la época del A.T nadie tenía idea alguna, de la existencia de la
Santísima, solo se conocía la existencia de Dios Padre. De todas formas ya en
el A.T. en la teofanía del encinar de Mambré, en el que se describe la visita
que tuvo Abraham de unos supuestos tres ángeles, si se profundiza en el diálogo
del texto de la conversación de Abraham con sus tres visitantes, se ve ahí una
prefiguración de la existencia del misterio Trinitario.
Ya en el N.T nos aparece la segunda persona del misterio Trinitario, el
Hijo de Dios, que nos abrirá la puerta al conocimiento de la tercera persona,
el Espíritu Santo. Pero históricamente, aunque la divinidad del Hijo fue
admitida de inmediato; en cambio la del Espíritu Santo se integró con mayor
lentitud en la fe cristiana. Se comprende fácilmente, pues al ser esta tercera
Persona el Espíritu por excelencia y no estar sometida a los sentidos es más
difícilmente reconocible. Solamente se la puede percibir a través de sus
efectos y de su influencia espiritual.
Cuando hablamos del Espíritu Santo, estamos
hablando del aliento de Dios trinitario, que respira en nosotros. La palabra
griega que significa “espíritu” es pneuma
y quiere decir “aliento”. Es lo propio de Dios donar su aliento que es fuente
de creación, así en el Génesis podemos leer: “7 Entonces el
Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un
aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. (Gn 2,7). El aliento de Dios es trasmisión de
vida. Más de una vez, en su vida en este mundo, el Señor exhaló su aliento,
dando origen a un milagro o como en el caso de los apóstoles: “21 Jesús les dijo de nuevo: La
paz esté con vosotros. Cómo el Padre me envió a mí yo también os envío a
vosotros. 22 Al decirles esto, sopló
sobre ellos y añadió; Reciban el Espíritu Santo”. (Jn 20,21-22).
En sí, podemos afirmar sin temor a equivocarnos
que la Santísima Trinidad, no es otra cosa que un foco de Amor recíproco,
entre Padre e Hijo, y entre Hijo y Padre, y de los cuales emerge esplendorosa
la síntesis pura del Amor, que es el Espíritu Santo. Aunque ciertamente, desconocemos la esencia del misterio Trinitario, si
podemos recoger opiniones autorizadas como la del Redentorista alemán. P François
Xavier Durrwell,
que nos dice que: “Ciertamente, el Espíritu es la fuerza que
impulsa a Dios a salir de sí mismo, a crear, a revelarse, y hasta encarnarse:
es la brecha, pero a través de ella quien se extiende por el mundo es el
Verbo”. Dentro del misterio de la
Santísima Trinidad, al Padre le corresponde, o es propio de Él, la obra de la
Creación; al Hijo la obra de nuestra Redención; y al Espíritu Santo la obra de
nuestra Santificación. He, pues aquí, las tres columnas fundamentales, sin las
cuales no hubiese sido posible nuestra salvación y posterior glorificación en
los cielos.
El Espíritu Santo es el
gran administrador de los dones, gracias y dádivas, que nos abren las puertas
del Hijo, a fin de que por medio de Él, que es el camino, la verdad y la vida,
podamos llegar al Padre, pues sin Él, o por fuera de Él, es imposible alcanzar
al Padre. Sólo el Hijo conoce al Padre. “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere
revelárselo”.
Todas las actuaciones del Espíritu Santo, son dones porque todo lo que
nosotros recibimos del Altísimo son siempre dones, que generalmente son siempre
de carácter espiritual, ya que estos son los que más necesitamos en el camino
de nuestra propia santificación. Aunque en determinados casos puede tratarse de
bienes materiales. En la donación de bienes que El Espíritu Santo nos pueda
hacer, hemos de estar seguros que ellos serán siempre, para facilitar nuestra
eterna salvación.
La actuación del Espíritu Santo se bifurca en dos direcciones, una hacia el
interior, en los dones, otra hacia el exterior, en frutos. Los dones son una
moción divina, personal, inmediata, del Espíritu de Dios en lo más íntimo de
las facultades del hombre. Según Royo Marín los dones son: “Hábitos operativos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias
del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu
Santo al modo divino o sobre humano”. Los dones más clásicos y conocidos del Espíritu Santo son: Don
de integridad.- Don de sabiduría.- Don de inteligencia.- Don de entendimiento.-
Don de ciencia.- Don de consejo.- Don de piedad.- Don de fortaleza.- Don de
temor de Dios.- Don de lenguas.-. Pero es de considerar que el principal don
que Dios nos dona, es el propio Espíritu Santo.
Con respecto a los frutos del Espíritu Santo, el
teólogo dominico Royo Marín nos dice que: “En las inspiraciones
divinas el Espíritu Santo propone el acto de virtud al entendimiento y excita
la voluntad para que lo cumpla; el justo, finalmente lo aprueba y lo cumple,
aunque siempre bajo el influjo de la divina gracia…, en la medida que el alma
va siendo fiel a este impulso, va adquiriendo facilidad y delectación en el
ejercicio de las virtudes y estos actos se llaman entonces frutos del Espíritu
Santo”. Los frutos son: Caridad.- Gozo espiritual.- Paz.- Paciencia.-
Benignidad.- Bondad.- Longanimidad.- Mansedumbre.- Fe.- Modestia.-
Continencia.- Castidad.-
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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