Es un caso poco probable, pero no
imposible. La fe es un don de Dios y, si Él quiere, puede retirar esa gracia
cuando lo considere oportuno. No son pocos los casos de santos que han visto
oscurecida su fe hasta el punto de creer que la habían perdido. San Juan de la
Cruz llama a eso “noche oscura del alma”. Santa Teresita de Lisieux sufrió un
proceso de esta índole al final de su vida, cuando la tuberculosis era
irreversible y la muerte rondaba muy próxima. Llegó a decir que no tenía fe ni
esperanza, que solo le quedaba el amor. Es conocida también la terrible noche
oscura de la madre Teresa de Calcuta. Y, disculpen que hable de cuestiones
personales, mi padre, hombre de fe exigente y radical, vio un día perdido el
don y me aconsejó: “Muchacho, no sé ya si Dios existe o no existe. En cualquier
caso, vive como si Él existiera.”
Uno ha padecido también algunas
noches oscuras y ruega para que no se repitan, pero, si vuelven, habrá que
aceptar la voluntad divina: todo es para bien. Supongamos, sin embargo, que
nunca hubiese tenido el don de la fe. Supongamos que puedo elegir con
conocimiento de causa porque tengo una buena formación intelectual, filosófica.
En tal caso, si no fuera católico, mi opción sería el ateísmo. No me extenderé
en las carencias que presentan todas las demás religiones, ni explicaré ahora
porqué el Cristianismo no es una religión. Elegiría el ateísmo más ateo. El del
joven André Frossard antes de su conversión al catolicismo. Era un ateo que
obviaba a Dios: si algo no existe, no hay que perder el tiempo considerando la
hipótesis. No existe y punto. Y, desde luego, no hay que manifestarse en contra
de algo que no existe. Simplemente, mi vida moral y física no se ve afectada en
absoluto por la inexistencia de un ser que, como mucho, es fruto de la fértil
imaginación humana. Por supuesto, tampoco mi vida ordinaria se ve afectada por
algo que no existe y mis actos, aún menos. Frossard, como su padre, era
comunista y en su casa no se hablaba de Dios. Es lo coherente.
El comunismo mostró una
hostilidad política hacia las religiones y lo mismo hizo esa otra forma de
socialismo que se denominó “nazismo”. Ambos eliminaron físicamente a cuantos
fieles de distintas confesiones tuvieron a su alcance: esto es tristemente
cierto. Pero no actuaron en el alma de las personas con la profundidad
necesaria porque las ideologías que ofrecían como alternativa no tenían la
profundidad necesaria. Así, tras el derrumbe de la URSS, todos aquellos países
-incluida la propia Rusia- que habían estado sometidos al yugo comunista
volvieron en mayor o menor medida a la fe de sus mayores.
Sin embargo, hoy, el ateo es un
individuo o individua beligerante y rencoroso/a que pretende que ese Dios que
no existe y sus representantes en la tierra, en especial la odiada Iglesia
Católica, avalen y bendigan cualquier tipo de aberración moral contraria al
derecho natural que, obviamente, también niegan en un alarde de incoherencia
digno de mejor causa. Dios no existe, la Iglesia Católica es una mera
organización de poder humano, por consiguiente nada de lo que digan sus
miembros puede afectarme a mí, ateo. De la misma forma que a mí, católico, no
me afecta en absoluto lo que pueda decir el Dalai Lama o el Gran Mufti de El
Cairo. El ateo de hoy, además, no es ateo. El laicismo ateísta ha aprendido de
los errores nazis y comunistas y ofrece al ser humano una alternativa con mayor
profundidad. El propio laicismo ateo se convierte en religión y crea sus dogmas
y su inquisición. El barniz espiritual de todo ello se llama “New Age”: un
batiburrillo de creencias y prácticas que van desde algunas ancestrales
importadas de Oriente, hasta un nuevo paganismo “light” impregnado de elementos
religiosos indígenas –americanos, sobre todo- y de un culto, no demasiado
evidente por supuesto, a la madre tierra. Todo ello trufado con la literatura
de supuestos gurús como Paulo Coelho.
Y así, el ateo moderno cierra el
círculo y retorna al paganismo y al panteísmo. El error comunista fue despojar
al hombre de toda condición espiritual. El acierto laicista consiste en
mantener una condición espiritual que debería negar si fuese realmente ateo. La
consecuencia lógica es que el retorno al paganismo es, como ya advirtió San
Pablo -y con más humor, Chesterton- el retorno al culto a los demonios.
Oigo a
los ateos modernos diciendo que esto es “mitología”. Y yo les digo que, si
fuesen ateos a lo Frossard, no tendrían necesidad de hablar de mitología porque
no la habrían desenterrado. Si abres la puerta al mundo del espíritu corres el
riesgo de que salgan los espíritus y hagan preguntas incómodas. Pero ya no
quedan ateos consecuentes y honestos. O, al menos, yo no los conozco.
Paco Segarra
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