TOMÁS LLAMADO EL GEMELO
Es un
apóstol especialmente simpático. Algún autor al hablar de él lo muestra como
melancólico, pero los pocos datos que nos brindan los evangelios más bien nos
revelan una personalidad muy humana y llena de franqueza. Tanto sus aciertos
como sus debilidades manifiestan a un hombre claro y sencillo, algo rudo, pero
recto y noble. No se advierten en Tomás los matices de algunos intelectuales
excesivamente atentos a los matices, va directo al meollo de la cuestión cueste
lo que cueste. Esto es muy claro cuando anima a los demás a ir a morir con
Jesús. No es la reacción de un cobarde la suya. Igualmente cuando pregunta por
el camino para seguir al Señor se advierte que lo hace con sinceridad y no como
una vaga inquietud intelectual. Sus mismos errores -la famosa incredulidad- nos
revela un hombre que sufre en su oscuridad, pero que no se separa de sus
amigos. Incluso el hecho de su tardanza en volver con los suyos muestra el
dolor del que está dispuesto a morir por aquel a quien quiere, pero que, de
hecho, fue cobarde y huyó. No se sabe perdonar a sí mismo y el dolor le impide
la vuelta. Todos estos rasgos, brevemente esbozados, nos revelan a un hombre de
bien, aunque tuviera defectos.
Su nombre
es simpático. Tomás significa en arameo "mellizo" o
"gemelo", y se le llamaba también con la traducción griega del mismo
"Dídimo". Era bastante frecuente utilizar un doble nombre, más aún
cuando así puede moverse en ámbitos lingüísticos distintos. Parece que el
nombre no era conocido en la antigüedad, lo que nos lleva a pensar que le quedó
el apodo después de un nacimiento gemelar. Siempre ha resultado simpático el
hecho de contemplar dos personas casi iguales, más aún si son niños. Los hechos
son que este apóstol aporta un nombre nuevo ampliamente usado hoy día.
Sus
silencios tienen algo de agradable, pues no habla cuando no tiene nada que
decir, pero cuando habla sus palabras son de una intensidad que no puede dejar
indiferente a nadie. Los pocos datos que tenemos nos dejan ver a un hombre duro
y fuerte, sencillo y franco, fiel, que hasta en sus errores deja entrever su
nobleza.
VALIENTE
Cuando
Jesús es avisado por Marta y María de que Lázaro estaba enfermo y decide ir a
Jerusalén, Tomás dice unas palabras que le salen del alma: "Vayamos
también nosotros y muramos con él" . Para comprender en toda su verdad
estas palabras del valiente Tomás conviene que conozcamos el ambiente en el que
fueron dichas.
No es
fácil precisar la fecha de la resurrección de Lázaro, pero se dió entre la
fiesta de la luz y la pascua. La tensión entre los representantes judíos y
Jesús iba creciendo de día en día. Cuando curó al ciego de nacimiento después
de un interrogatorio ridículo y lleno de mala voluntad, le expulsaron de la
sinagoga, porque afirmaba que Jesús obraba con el poder de Dios. Más adelante,
tras su manifestación como buen Pastor, "se produjo de nuevo disensión
entre los judíos a causa de estas palabras. Muchos de ellos decían: Está
endemoniado y loco, ¿por qué le escucháis? Otros decían: Estas palabras no son
de quien está endemoniado. ¿Acaso puede un demonio abrir los ojos a los ciegos?".
Pero la
confrontación llega a un extremo insoportable cuando después de decir Jesús que
el Padre y Él eran uno, "los judíos cogieron de nuevo piedras para
lapidarle", e "intentaban prenderlo otra vez, pero se escapó de sus
manos. Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán". Allí estaba cuando se
decide a acudir a Betania que estaba a tres kilómetros de Jerusalén. De hecho
después de la resurrección de Lázaro muchos creyeron en Él, pero en cambio sus
enemigos enconan la persecución, "algunos de ellos fueron a los fariseos y
les contaron lo que Jesús había hecho. entonces los Pontífices y los fariseos
convocaron el Sanedrín y decían: ¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza
muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos
y destruirán nuestro lugar y nuestra nación". Y deciden oficialmente
matarle. "Entonces Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino
que se marchó de allí a una región cercana al desierto, a la ciudad llamada
Efraín, donde se quedó con sus discípulos" .
Este es
el contexto en el que Tomás anima a sus compañeros a no abandonar al Maestro y
seguirle hasta la muerte. Quizá no entendía muy bien la estrategia del Señor, y
no podía calibrar la espera de la Pascua por parte de Jesús en la cual se
realizaría el sacrificio perfecto del Cordero Pascual, pero era consciente del
peligro que rodeaba al Señor, y no lo veía todo. A pesar de todo está dispuesto
a luchar por defenderle, y ni pasa por su mente abandonarle en aquellos
momentos tan distintos de los que vivió dos años antes cuando se decidió a
seguir al Maestro sabio que hacía milagros.
Muchas
cosas habían pasado en aquellos casi tres años. No nos queda ni una palabra de
Tomás, pero su desarrollo interior debió ser muy similar al de los demás, si
exceptuamos a Judas Iscariote: crecer en la fe, en la esperanza y en la
caridad. Tomás exterioriza ese cambio con un ademán valiente y decidido.
Dadas las
circunstancias, la exclamación de Tomás animando a los demás a seguir a Jesús
aunque estén en peligro de muerte no es una exageración, sino algo muy real. Al
mismo tiempo debió ser algo que surge de una meditación lenta como dice
Aristóteles: "conviene reflexionar con lentitud lo que ha de hacerse, pero
una vez pensado, realizarlo rápidamente". A lo que comenta Santo Tomás:
"La acción pronta es recomendable después del consejo, que es el acto
propio de la razón. Pero el querer obrar rápidamente antes del mismo no sería
laudable, sino vicioso, porque sería precipitar la acción, lo cual es opuesto a
la prudencia. La audacia es digna de alabanza cuando, ordenada por la razón,
favorece la celeridad de la obra ". Tomás no es un valiente temerario,
sino un valiente que ha reflexionado a fondo los hechos y supera el temor
incluso ante la muerte.
Es cierto
que se puede distinguir teóricamente entre la valentía humana y la
sobrenatural. Pero en la práctica son actos del hombre valiosos y dignos de
premio. La gracia empujó a Tomás a manifestar su lealtad hasta la muerte, pero
podía haber desoído este impulso generoso. El motivo que le mueve es el amor a
Jesús, "amor al que no intimidan las adversidades ni la muerte". Pero
ese amor debe haberse instalado en el alma como una virtud, no sólo como un
vago sentimiento, es decir como amor fuerte "que no se deja espantar
fácilmente por el temor de la muerte" .
También
fue la fe la que movió a Tomás, pero aquí podemos añadir que se trata de una fe
todavía imperfecta y demasiado humana. Basta observar dos cosas: la Virgen
Santísima no hace esas declaraciones y es fiel a la hora de la Cruz porque sabe
que la muerte de Cristo es un Sacrificio; en cambio Tomás huyó cuando ve que
Jesús no quiere defenderse, lo que indica que no le entendía aún lo suficiente.
Buena fue la valentía, pero al tener una fe poco sobrenatural, falló ante el
peligro que hubiera asumido con arrojo si se hubiese tratado de una batalla,
aunque fuese con todas las de perder.
MUÉSTRANOS EL CAMINO
Tras la
bajada a Betania y Jerusalén, los hechos parecen desarrollarse de manera menos
dramática de la prevista por Tomás. Jesús, en Betania, resucita a Lázaro tras
cuatro días de estar enterrado, en presencia de numerosos judíos venidos de
Jerusalén para consolar a Marta y María. Muchos de ellos creyeron en El. Al
poco tiempo acuden al convite de un fariseo -Simón el leproso- una persona
importante, y allí el ambiente es cálido, amistoso hasta extremos muy íntimos.
Tras la
estancia en Efraím -lugar situado fuera de Judea, en Samaria- Jesús sube con
presteza a Jerusalén. Allí le recibirá una multitud con júbilo, palmas de olivo
y exclamaciones mesiánicas. Los fariseos apuntan tímidas críticas, pero no
parece que vayan a detenerle o apedrearle como le habían amenazado varias
veces. Es posible que Tomás se calmase un poco, aunque no abandonase la actitud
vigilante para defender al Maestro. Las cosas iban por cauces insospechados
para él.
En la
Última Cena se da una importante intervención de Tomás. Se produce cuando Jesús
ve preocupados a los suyos y les dice: "No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas,
si no, os lo hubiera dicho, porque voy a prepararos un lugar; y cuando haya
marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré, y os llevaré junto a mí
para que donde yo estoy, estéis también vosotros, a donde yo voy, sabéis el
camino" .
Entonces
Tomás interviene con ímpetu: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos
saber el camino?". Una vez más se manifiesta el poco entendimiento que los
apóstoles tienen de Jesús, manifestado con sencillez por Tomás. Jesús dice que
ya están suficientemente formados, y ya saben el camino. Pero Tomás, y los
demás con él, manifiestan que no lo saben y no entienden. Además algo le duele
en lo más íntimo, pues Jesús ha dicho que va a marcharse, les va a dejar,
aunque vuelva con muy buenos dones. Tomás no quiere separarse del Maestro que
ha trasformado su vida de un manera tan radical. Le ama de veras, aunque no le
comprenda en toda su plenitud. En la misma Cena, algo antes había dicho el
Señor a todos: "a donde yo voy, vosotros no podéis venir" ; e insiste
a Pedro: "a donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más
tarde" . Y ante la queja fiel de Pedro El Señor le muestra proféticamente su
futura infidelidad aquella misma noche "antes de que el gallo cante".
Tomás
había seguido a Jesús dejando todo. Seguir el Camino que Jesús le marque ha
sido su vida en los últimos tiempos. Ese camino se ha ido concretando poco a
poco. Unas veces el camino es aprender la verdad presentada a la inteligencia,
Tomás aprende y camina. Otras veces es aprender la práctica de esa verdad,
vencer el orgullo, perdonar, ser fuerte, leal, sincero, humilde, etc. Tomás
aprende y camina imitando a Jesús lo mejor que puede. Pero ahora el mismo Jesús
les dice que va a un lugar donde ellos no pueden seguirle. Y una buena rebeldía
apunta en el corazón de Tomás hasta que la manifiesta externamente: "di
donde hay que ir e iré"; "manda lo que sea y lo haré";
"muéstrame el camino y marcharé por él", "pero no me ocultes la
senda, no desconfíes de mí", "estoy dispuesto a todo".
Mucho
debieron agradar al Señor las palabras de Tomás y su generosidad; pero una cosa
es querer y otra poder; y a su debido tiempo quedará claro que donde iba Jesús
no podía ir entonces ni Tomás, ni Pedro, ni Juan, pues Jesús iba a consumar el
Sacrificio perfecto del Hombre-Dios. El Señor va a vivir el máximo amor a Dios,
va a librar una batalla tremenda contra Satanás y los ángeles caídos, va a
luchar contra toda la fuerza del pecado y del infierno, luchará y vencerá a la
misma muerte, que es el salario del pecado. La batalla era demasiado fuerte
para cualquier otro que no fuese Él. Y Jesús lo sabe. Más adelante, los
apóstoles, fortalecidos por la gracia que les va a conseguir en la Cruz, podrán
ser mártires; pero ahora no. La huida de todos cuando prendan a Cristo hará
patente su debilidad y su fe incompleta .
La
contestación de Jesús va más allá de la pregunta de Tomás. No elude la
respuesta, pero dice mucho más. "Le respondió Jesús: Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí,
conoceréis también a mi Padre" . Mucho se ha meditado estas palabras de
Cristo. Cuando nos dice que él es el Camino nos indica su Humanidad unida
personalmente al Verbo de Dios. Al decir Verdad y Vida nos muestra dos
atributos divinos de su divinidad que se manifestarán a través del alma y el
cuerpo del Señor unidos en la Persona divina.
Jesús no
le cuenta a Tomás los detalles del Viernes Santo hasta el Domingo de
Resurrección, pero le dice mucho más al mostrarle que el Camino hacia la
divinidad y la salvación es su Humanidad perfecta. "Jesús es el camino
hacia el Padre: por su doctrina, pues observando su doctrina llegaremos al
cielo; por la fe que suscita, porque vino a este mundo para que "todo el
que cree en él tenga vida eterna" (Jn 3,15); por su ejemplo, ya que nadie
puede ir al Padre sino imitando al Hijo; por sus méritos, con los que nos
posibilita la entrada en la Patria celestial; y sobre todo es el Camino porque
Él revela al Padre con quien es uno por su naturaleza divina" .
Muchas
son las cosas que se han dicho y escrito sobre estas palabras de Jesucristo,
bástenos recoger unas de San Agustín: "Con su respuesta Jesús está como
diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el Camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy
la Verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la Vida. Todo hombre alcanza a
comprender la Verdad y la Vida; pero no todos encuentran el Camino. Los sabios
del mundo comprenden que Dios es Verdad y Vida cognoscible; pero el Verbo de
Dios, que es Verdad y Vida junto al Padre, se ha hecho Camino asumiendo la
naturaleza humana. Camina contemplando su humildad y llegarás hasta Dios".
Jesús
comprende a Tomás y en su respuesta le pide fe y paciencia. Pero una cosa queda
clara en la pregunta de Tomás: su fe es insuficiente.
Tomás
cree en Jesús, pero junto a su fe se dan esquemas humanos no superados que
enturbian la claridad de la verdad enseñada por Cristo. Su visión humana de las
cosas es como una niebla o calima que impide ver con nitidez el horizonte y las
realidades más lejanas. El aspecto humano que debe superar Tomás es el de la
grandeza de Dios y del Mesías. Jesús va a manifestar el amor divino a través de
una humildad que es anonadamiento. "El cual teniendo la forma de Dios, no
consideró botín el ser igual a Dios. Por el contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz"…
La fe de
los apóstoles deberá asimilar a un Dios aparentemente vencido. Deberán creer
que Jesús es vencedor cuando le clavan a un madero, cuando le escupen y le
azotan, y, por fin, cuando muere. Y eso no es fácil. María pudo seguir ese
Camino marcado por Jesús, pero ellos necesitan destruir todavía muchas cosas
viejas para comprender con luz divina y meridiana los planes sabios y amorosos
de Dios.
EL ÚLTIMO EN VOLVER
Cuando en
la cruel noche del Jueves Santo prendieron a Jesús todos los discípulos
huyeron. Tomás también. Un gran miedo les sorprendió a todos. Desconocían la
fuerza del combate que iba a librarse, y se asustan.
No sabían
los apóstoles hasta qué punto su valentía dependía de Jesús; por eso, al ver
que se entrega inerme a la chusma guiada por Judas Iscariote, parece que se les
van las fuerzas que aún poseían. Un miedo enorme ciega sus mentes y les lleva a
la huida abandonando al Maestro, a pesar de sus reiteradas manifestaciones de
fidelidad.
Pedro y
Juan reaccionan en seguida y buscan no saben qué, quizá librar a Jesús de sus
captores. Pero Pedro niega enseguida al Maestro con juramentos, y Juan se
retira con más prudencia buscando a la Madre, y conserva así fuerzas para estar
en el Calvario unas horas más tarde junto a la Cruz donde Cristo muere y nos da
la Vida.
Los demás
volvieron poco a poco. No tenemos datos, pero podemos imaginar a algunos
volviendo al Cenáculo el mismo Viernes Santo por la tarde, otros el Sábado. De
modo que el Domingo todos están allí menos Tomás y Judas Iscariote, que se
ahorcó.
¿Por qué
no estaba Tomás allí el Domingo de resurrección? Un dato puede ayudar a
comprender el hundimiento de Dídimo cuando ante la insistencia de los demás
anunciándole que Jesús ha resucitado dice: "Si no veo la señal de los
clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en
su costado, no creeré". Luego él vio a Jesús muerto. Este dato es
importante para comprender a Tomás.
Cuando
todos huyen, Tomás sufre un gran desconcierto, pero reacciona a su modo, quizá
muy similar al de Pedro y gira en torno a los lugares donde estaba el Señor.
Nada puede hacer para librar al Maestro, quizá sólo gritar ante el pretorio de
Pilato. Luego ve a Jesús llevando la Cruz y la enfurecida multitud que le
insulta. Cada paso en la Pasión en un golpe que desmonta sus esquemas mentales
y humanos. Debió buscar seguir a Jesús y se acerca al lugar de la crucifixión
donde muchos insultan y se mofan de Cristo. Por fin, cuando todos huyen al
desaparecer el sol y temblar la tierra en la muerte de Jesús, quizá observó,
sin atreverse a acercarse -estaba avergonzado de su falta de valentía- el
descendimiento del Cuerpo del Señor realizado por José de Arimatea, Nicodemo y
Juan. Entonces vio los agujeros de los clavos y de la lanza en el cuerpo de
Jesucristo y se desmoronó la fe y la valentía que le quedaban, por eso no se
atrevió a volver con los suyos.
Su
valentía unos días antes al animar a todos a ir con Jesús aunque sea hasta la
muerte fuera sincera, pero con un algo de orgullo y presunción. Por una parte
vemos que sólo María Santísima tiene la fe suficiente para creer que Jesús
morirá y resucitará en un Sacrificio de valor infinito, pero sorprendente.
Ellos decían que sí a Jesús cuando les anunciaba una y otra vez lo que iba a
suceder, pero no se lo acababan de creer. Es muy humano que pensasen que cuando
las cosas se pudiesen muy mal, Jesús haría un acto maravilloso y manifestaría
el poder de Dios tan claro en los milagros. Por otra parte no parece fácil
aceptar que el Padre quiera que el Hijo padezca con tanto dolor. Y, sobre todo,
debían aceptar la humildad de Dios. La salvación era la superación del pecado y
del diablo con sus mismas armas. Tanto el pecado de Satanás como el de Adán y
Eva tiene su raíz en el orgullo y la soberbia en diversos grados de lucidez.
Dios va a vencer con una humildad llena de lucidez también, pero humillada. Y
los modos como se manifestó eran difíciles de aceptar para unos hombres todavía
muy humanos y con poca fe.
Tomás
había confiado mucho en sus fuerzas y en su amor en el Maestro, pero le falló
cuando la fe no fue suficiente. Sus declaraciones le traicionan y el que más
pretendió más se hundió. Quiso ser el más valiente y se siente más humillado,
por eso no se atreve a volver con los demás. Estaba destrozado, roto, con poca
fe, si es que le queda alguna, y, sobre todo, estaba humillado.
¿Cómo
volvió? Quizá de su propio pie, pero más probablemente volvió al ser buscado
por sus amigos cuando vieron a Cristo Resucitado. Ellos ya estaban algo
recuperados, aunque algo de temor permanecía en sus almas. Comprendían bien el
hundimiento del amigo, porque le conocían bien. Todos sabían la valentía de
Tomás, y los ánimos que les dio en el momento adecuado. Pero sabían también que
un hombre tan reflexivo y valiente, si se hunde, sufrirá una caída más honda
que los otros. Le buscaron, y Tomás accedió a ir con ellos, porque la amistad
era un lazo fortísimo que ninguno podía ni quería rechazar.
INCRÉDULO TOMÁS
Tomás no
estaba con los demás en el Cenáculo el Domingo de Resurrección por la tarde.
Parece probable que los diez apóstoles, o alguno de ellos, buscase al
desanimado Tomás para que volviese al redil. Habían escuchado directamente del
Maestro la alegoría del Buen Pastor, y podían unir la solicitud por la búsqueda
del hermano perdido con el encuentro deseado con el amigo que sufre. Por fin le
encuentran, y Tomás, que está destrozado, accede a volver con los suyos.
La
amistad siempre ha sido el principal instrumento apostólico, pero ahora no se
trata de convertir, sino de demostrar un cariño que no retrocede cuando alguien
lo está pasando mal. Y Tomás lo estaba pasando muy mal.
La
alegría de los Diez, y la de las mujeres, unida a la serenidad gozosa de María
Santísima -la que nunca dudó- contrastarían con el aspecto taciturno y dolorido
de Tomás. Mirando en su interior es posible ver un desfallecimiento de la fe,
pero también un orgullo herido -demasiado herido- que en su rigidez no sabe
salir de su tristeza y rectificar. Por así decirlo, Tomás no se perdona a sí
mismo el haber sido cobarde y casi traidor, pues así se considera él a sí
mismo. Y, como suele ocurrir, la tristeza formaría como un velo en su mente que
le impide ver con claridad lo que ocurre a su alrededor.
Los demás
discípulos, apóstoles o no, le anuncian el gozo de la resurrección con una
cierta exaltación: "¡Hemos visto al Señor!". Es comprensible que
uniesen toda clase de datos unidos a sus impresiones. Las conversaciones se
superpondrían unas a otras. No podía darse allí un hablar pausado, pues la
emoción era intensa. Pero Tomás permanece aferrado a su tristeza y les
responde: "Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi
dedo en la señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré" ..
Se ha
visto muchas veces en estas palabras de Tomás una actitud racionalista o
cientifista, pero no parece que fuera ese el estado interior del apóstol.
Pensemos despacio sobre ello. No se trata de negar la divinidad de Jesús, ni
siquiera su humanidad. El dilema de Tomás podía ser: si Cristo ha resucitado, y
no se me aparece a mí, es que no me quiere. Prefiero creer que no ha
resucitado. El tema es ver los agujeros bien ciertos en el cuerpo muerto de
Jesús. Se trata de comprobar que están esos agujeros indudables en el ese
cuerpo vivo que dicen haber visto. Parece exigir una prueba, pero en realidad
más bien se percibe en Tomás un alma dolorida que se aferra a una resistencia
algo extraña. Es como no querer ser engañado por imaginaciones crédulas, pero
también es una justificación de su poca fe cuando abandonó al Maestro. Su reacción
es como la pataleta de un niño enfadado. ¿Acaso sus amigos le han engañado
alguna vez? Además todos están de acuerdo en lo mismo, y acaban de llegar los
de Emaús con datos que confirman lo que dicen los de otros.
Sí, pero
él no lo ha visto. Es muy posible que su resistencia a creer a sus amigos se
deba más al orgullo herido que al racionalismo. Piensa en su interior que él ha
sido peor que los demás, porque prometió mucho y no realizó nada. Se creía tan
valiente que su cobardía se convierte en una herida difícil de cerrar. Se
consideraba fiel y amador del Maestro, pero falló. Y se aferra a los sentidos,
como no queriendo engañarse de nuevo. No quiere que su capacidad de entusiasmo
se desborde de nuevo y vuelva a caer tan bajo como está ahora. La duda de Tomás
es fruto más de orgullo herido que de incredulidad. Más que un positivista,
Tomás es un valiente derrotado, que no sabe perder.
Pero su
hundimiento será ocasión de su mayor victoria. Aquella incredulidad manifiesta
las cosas mal construidas en torno a su fe. Parecía que tenía mucha fe cuando
asentía al anuncio de Jesús sobre su muerte y su resurrección, pero no se lo
acababa de creer, porque le parecía demasiado. Y esa fe incompleta se derrumbó.
Tomás quedó en el vacío y en la oscuridad. En aquellos momentos está pasando el
apóstol una negra noche del alma, como diría San Juan de la Cruz. Este vacío
permitirá poder construir una fe más verdadera y sobrenatural. Una vez más,
Dios escribirá derecho con renglones torcidos.
SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO
Tomás
permaneció con los demás discípulos toda la semana. Mientras las noticias sobre
apariciones de Jesús resucitado se iban sucediendo, todos se recuperaban del
fuerte dolor experimentado en la Pasión. Una fe más honda y una esperanza nueva
crecen en ellos. Ahora ya entendían el sentido de la muerte de Jesús, también
comprendían el Camino seguido por el Maestro, pero, sobre todo, experimentaban
el gozo de la victoria de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado y sobre el
diablo. Todos gozaban, menos Tomás que no acababa de dar su brazo a torcer y no
creía.
No creía,
pero no les abandonaba. Esta permanencia de Tomás con los demás es hermosa,
pues es como decir: "cómo me gustaría creer como vosotros, pero no puede
ser cierto, yo he visto el cuerpo muerto y bien muerto". Los lazos del
cariño le retenían, por otra parte experimenta aquello que tan magistralmente
manifestó Pedro: ¿Adónde ir si sólo allí encontraba palabras de vida eterna?
El
domingo siguiente ocurrió lo siguiente: "estaban de nuevo dentro los
discípulos y Tomás con ellos. Estando cerradas las puertas, vino Jesús, se
presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros". Tomás debió sentir que
todo se agitaba en su interior: ¡era verdad lo que le habían dicho los suyos! Y
un nuevo dolor se sumó a los anteriores que rompían su alma: "no he sido
capaz de creer a mis hermanos", "he fallado una vez más"; pero
ahora la alegría de ver de nuevo a "su" Jesús disipa el desaliento y
la luz divina llega muy dentro, porque muy hondo era el dolor y la oscuridad
que le apretaban por dentro.
Entonces
Jesús se dirigió al apóstol personalmente: "Después dijo a Tomás: trae
aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino creyente". "Luego Jesús conoce mis dudas y mis
angustias en estos días" piensa Tomás. "¿Por qué las ha permitido? Él
sabe más, pero quizá sea para que vea más hondo en aquello que mi terca visión
humana me impedía comprender". Y llega la luz a la mente antes en
penumbras: "Jesús no sólo es el Maestro bueno, o sólo el Mesías, ¡es
verdaderamente Dios!" y tocando las llagas dijo: "¡Señor mío y Dios
mío!".
El acto
de fe es el más extraordinario y explícito de todos los evangelios. Pedro había
declarado que Jesús era el Hijo de Dios vivo, pero ahora Tomás tocando un
cuerpo declara que Jesús es Dios. No se puede expresar de modo más claro la
divinidad del Maestro. Una vez más, de los males Dios saca bienes, y de los
grandes males grandes bienes. Si la incredulidad de Tomás fue grande, mayor fue
su acto de fe.
Su dificultad
para creer será siempre un aliento para las dudas de los cristianos, y certeza
para los que no creen. "¿Es que pensáis -comenta San Gregorio Magno- que
aconteció por pura casualidad que estuviera ausente entonces aquel discípulo
elegido, que al volver oyese relatar las apariciones, y que al oír dudase,
dudando palpase y palpando creyese? No fue por casualidad, sino por disposición
de Dios. La divina clemencia actuó de modo admirable para que tocando el
discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros
las heridas de la incredulidad (…). Así el discípulo, dudando y palpando, se
convirtió en testigo de la verdadera resurrección".
Los
artistas han representado a Tomás con la vista baja y la cabeza agachada ante
el Señor haciendo el gesto de tocar la llaga de su costado. Lo hacen así para
destacar la humildad del que ha sido terco y testarudo para creer. Pero también
podemos representarlo mirando al Señor con los ojos muy abiertos, llorosos
quizá, pero llenos de alegría, "¡Ya no importan las penas y las cobardías!
Él vive, es más, Él es la vida, y poco importan mis dudas ante la certeza del
gozo divino".
Dios
permitió las dudas de Tomás para dar un signo a los que viniesen detrás.
Algunos no creen, aunque vean. Los casos son muchos en las Escrituras. Basta
pensar en los testigos de milagros. Otros creen sin ver nada. Tomás es como la
ayuda sensible para los que piden algunas pruebas de que el cuerpo del
Resucitado es real, aunque glorioso, tangible. Tomás tocó a Cristo como Hombre
y creyó en Jesús como Dios .
Un leve
reproche de Jesús a Tomás es un aliento para nuestra fe cuando experimente
alguna oscuridad: "Porque me has visto has creído; bienaventurados los que
sin haber visto han creído". San Gregorio Magno comenta así estas
palabras: "Nos alegra mucho lo que sigue: "Bienaventurados los que
sin haber visto han creído". Sentencia en la que, sin duda, estamos
señalados nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la
carne. Se alude a nosotros, con tal que vivamos conforme a la fe, porque sólo
cree de verdad el que practica lo que cree.
Es
posible ver en las palabras de Tomás, junto al acto de fe, un acto de
contrición, dolor de amor, por no haber sabido estar a la altura de la
circunstancias. Pero la paz inundó el alma de Tomás. Ahora pudo comprobar cómo
la fe está unida a la caridad. Y junto a la luz de la honda fe que
experimentaba, comprobó la dulzura de la caridad divina que le perdonaba y le
introducía en la vida nueva ganada por Jesucristo. Tomás era ya un hombre
nuevo.
La pesca de los cinto cincuenta y
tres peces grandes
A los
pocos días de su reconversión observamos a Tomás junto al lago de Galilea. Es
un hombre nuevo, creyente firme, alma reconciliada, agradecido pleno, valiente
vencedor que está con los suyos en el lugar de su primera vocación. Todo lo
externo es lo mismo, pero, ¡es todo tan distinto! Han cambiado sus ojos. Y un
gozo no disimulado le llevaría a contemplar las barcas y las redes que en su
día dejó, quizá con esfuerzo. ¡Qué poca cosa es lo que se le pidió para lo
mucho que ha recibido!
"Estaban
juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de
Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos". Es muy posible que
su subida a Galilea se debiese al mandato de Jesús de avisar a muchos de los
creyentes para que se dirigiesen a Jerusalén. Al cabo de cuarenta días de la
resurrección se reunieron en la Ciudad Santa más de quinientos hermanos, muchos
de ellos serían avisados por los apóstoles que se distribuyen el trabajo de
reunir a los más fieles.
Mientras
cumplen esta tarea se detienen junto al lago y Pedro exclama: "Voy a
pescar". Los demás se debieron sorprender un tanto de la propuesta,
¡llevaban tanto tiempo sin subir a realizar su trabajo anterior!, pero no les pareció
mal la proposición y responden: "Vamos también nosotros contigo. Salieron,
pues, y subieron a la barca".
Es fácil
imaginar la felicidad de aquellos hombres con la iniciativa de Pedro. Toman la
barca, comprueban todos los instrumentos de navegar y su buen estado de uso.
Las redes, los remos, la vela, los aparejos, el ancla, los cabos y demás
enseres. Todo estaba a punto. Suben a ella como recordando viejos tiempos.
¡Parecían tan lejanos!. Reman hacia el lugar que les parece más propicio para
la buena pesca, tiran las redes, reman en círculo, recogen la red y, entonces,
comprueban con sorpresa que no han pescado nada. ¿Será posible que en tan poco
tiempo hayan perdido tanto el oficio? Pero no hay que desanimarse. Vuelven a
realizar las mismas operaciones, y de nuevo nada. Buscan otro lugar. Intentan
no olvidar su antigua destreza y ninguna pesca entra en sus redes. Así fueron
pasando las horas, "pero aquella noche no pescaron nada" .
La
sorpresa debió hacer presa en los corazones de aquellos antiguos pescadores de
peces. No entienden nada. Entonces se produce una nueva aparición de Jesús
llena de enseñanzas: "Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la
orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús" . El lugar se llama
Tabigha y en él se encuentran varias fuentes y árboles altos aún hoy día de un
modo casi igual a como estarían en tiempos del Señor. El sol de la mañana sale
de modo que da en la espalda al que se encuentra en la orilla y de cara a los
pescadores que estaban como a unos ochenta metros de distancia. ¿Fue ése el
motivo de no reconocer al Señor o fue que prefirió adoptar un aspecto distinto
para no ser conocido? Lo cierto es que no le conocen por el aspecto físico.
El
desconocido les dirige una petición lógica y normal: "Muchachos, ¿tenéis
algo de comer? Le contestaron: No" . Entonces sucede algo sorprendente. El
extraño desconocido les da un consejo, casi un mandato, que podía haber
provocado enojo o, simplemente, desprecio: "Echad la red a la derecha de
la barca y encontraréis". Y contra toda lógica, pues era de día ya, y
todos los esfuerzos en las horas mejores habían resultado estériles, "la
echaron". Entonces la red se llenó "y ya no podían sacarla por la
gran cantidad de peces". Jesús pide para dar. Una vez más utiliza el modo más
sabio para dar y para enseñar. En Caná pidió que llenasen las tinajas de agua y
la convirtió en vino. Las llenaron hasta arriba, pero si las hubiesen llenado
hasta la mitad el milagro hubiese sido menos abundante. Para multiplicar los
panes les pidió los que tenían, y comieron muchos hasta hartarse y sobró gran
cantidad de pan. Pidió a los apóstoles algo de generosidad, el uno de su vida,
y les dio el ciento por uno -la felicidad en esta tierra- y la vida eterna.
Dios no se deja ganar en generosidad, solía repetir el Beato Josemaría con gran
acierto. ¿No podía Dios dar sin más, y sin necesidad de pedir? Sí, pero
entonces los hombres no desarrollarían su generosidad, y no tendrían el regalo
de poder colaborar, aunque sea poco, en la abundancia de los dones de Dios.
Ahora les
pide fe en su palabra, aunque parezca algo poco lógico, y de repente… viene la
abundancia en la pesca. Las reacciones de los apóstoles fueron variadas. Juan
reconoce al Señor. Pedro se lanza nadando al agua para ganar la orilla cuanto antes.
Tomás y los demás llevan la barca al puerto cercano arrastrando la red que no
se rompía.a pesar de la pesca abundante Todos coinciden en darse cuenta de que
se trata de una pesca milagrosa similar a aquella primera que decidió la
vocación de algunos de ellos.
Fijémonos
en los detalles: "Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y
encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de
peces", en concreto "ciento y cincuenta y tres peces grandes. Y
aunque eran tantos no se rompió la red" . El hecho de echar la red a la
derecha tiene San Agustín su significado: "Dos veces mandó echar las
redes: la primera cuando escogió a sus discípulos; la segunda, después de haber
resucitado. Era la primera pesca símbolo de la Iglesia en su estado actual. No
precisa si se ha de echar a la derecha o a la izquierda. Los peces son los
hombres buenos y malos; que habían de andar juntos en la Iglesia. Se llenaron
dos barcas, hasta el punto de sumergirse; no se hundieron, pero si peligraron,
símbolo del peligro que había de correr la disciplina cristiana por la multitud
que recogería en su seno. Dice más, las redes se desgarraron: ¿Qué significaban
las redes rotas sino los cismas del futuro?" . La segunda pesca indica la
situación celeste de la Iglesia, los que se salvan definitivamente, los santos,
los elegidos entre los muchos llamados, los perfectos. Por eso indica el
evangelista su número contado y su tamaño. Nada se pierde.
Tomás
aprende esta nueva lección. Su carácter y sus pruebas le hacen un apóstol
excepcional. No tenemos muchos datos confirmados sobre su apostolado, pero las
leyendas y tradiciones se acumulan. Los sirios y los armenios le consideran el
gran apóstol de Oriente. Partos, medas, hircanos, bactrianos territorios que
comprenden los actuales Irán, Irak, Afganistán y Beluchistán. Y, sobre todo, se
le atribuye la evangelización en India. En el siglo XX la Iglesia en la India
se considera en buena parte fruto de la actividad apostólica de Tomás. No es
fácil separar la estricta verdad de la leyenda, pero en este caso parece
verdadero aquello de que cuando el río suena agua lleva, pues suena mucho y
fuerte con bastante base.
Reproducido
con permiso del Autor, Enrique Cases, Los 12 apóstoles. 2ª ed Eunsa pedidos a
eunsa@cin.es
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