¡Cuántos
personajes, cuántos seres queridos, de repente, han comenzado a desfilar en la
pantalla de mi corazón!
Revisando
algunos cajones, he dado con este pensamiento. En la misma página aparecía un
abuelo fumando en pipa. De sus frente cuelgan los años en arrugas. Su mirada es
cansina, pero segura. Por momentos me parecía el protagonista de “El viejo y el
mar”.
No me he podido resistir y he soltado en mi interior las palomas de los recuerdos. ¡Cuántos personajes, cuántos seres queridos, de repente, han comenzado a desfilar en la pantalla de mi corazón! Y es que me parece un canto a la juventud fresca de nuestros mayores. Léelo despacio, con bastón, si lo necesitas. Percibirás una mirada más profunda, más luminosa de esa etapa final de la existencia terrestre. Son líneas de ilusión y de esperanza.
Me dicen que me estoy haciendo viejo: les diré que no es así.
La “casa” en que vivo, ya sé, se está deteriorando.
Eso ya lo sé.
Es que hace mucho tiempo que la habito.
Ha pasado conmigo muchas tormentas.
Ya está algo débil.
El techo está cambiando de color.
Las ventanas ya están un poco empañadas: ya no se ve bien hacia afuera.
Las paredes se sienten débiles, quebradizas: es que los cimientos ya no están tan sólidos como hace unos cuantos años.
Mi “morada” se ha vuelto temblorosa, la estremecen el frío del invierno, las noches sin sueño.
Siento que estoy en plena juventud, ya que la Eternidad está a un paso de mí, una vida llena de vida, sin posibilidad de tristezas que envejecen, sin ausencias que nos sacan canas, sin dolor que atenta contra la verticalidad de nuestra existencia.
La Eternidad está a un paso de mí.
Sin embargo mi “casa” no soy todo yo.
Mis años, transcurridos velozmente, no me pueden hacer viejo a mí, alma siempre joven, lozana y alegre.
Una inacabable vida de gozo y de verdad.
Yo viviré allá para siempre, amando sin temor de perder el Amor.
Y el Amor es la Vida: ¡que siga la vida!
¿Y decían que me estoy haciendo viejo?
El que habita en mi pequeña “casa” está joven, lleno de luz y de alegría, principiando justamente una vida que durará, durará, durará...
Ustedes solamente me ven por fuera y me repiten lo que todos dicen: anciano arrugado, cabizbajo, trémulo, lento...
Parece que se terminan los horizontes.
No confundan mi “casa” con lo que soy yo, conmigo: un nuevo amanecer, horizonte con luz indeficiente, cielo de azul indeclinable.
¡Que siga la vida!
¿Todavía dicen que me estoy haciendo viejo?
No me he podido resistir y he soltado en mi interior las palomas de los recuerdos. ¡Cuántos personajes, cuántos seres queridos, de repente, han comenzado a desfilar en la pantalla de mi corazón! Y es que me parece un canto a la juventud fresca de nuestros mayores. Léelo despacio, con bastón, si lo necesitas. Percibirás una mirada más profunda, más luminosa de esa etapa final de la existencia terrestre. Son líneas de ilusión y de esperanza.
Me dicen que me estoy haciendo viejo: les diré que no es así.
La “casa” en que vivo, ya sé, se está deteriorando.
Eso ya lo sé.
Es que hace mucho tiempo que la habito.
Ha pasado conmigo muchas tormentas.
Ya está algo débil.
El techo está cambiando de color.
Las ventanas ya están un poco empañadas: ya no se ve bien hacia afuera.
Las paredes se sienten débiles, quebradizas: es que los cimientos ya no están tan sólidos como hace unos cuantos años.
Mi “morada” se ha vuelto temblorosa, la estremecen el frío del invierno, las noches sin sueño.
Siento que estoy en plena juventud, ya que la Eternidad está a un paso de mí, una vida llena de vida, sin posibilidad de tristezas que envejecen, sin ausencias que nos sacan canas, sin dolor que atenta contra la verticalidad de nuestra existencia.
La Eternidad está a un paso de mí.
Sin embargo mi “casa” no soy todo yo.
Mis años, transcurridos velozmente, no me pueden hacer viejo a mí, alma siempre joven, lozana y alegre.
Una inacabable vida de gozo y de verdad.
Yo viviré allá para siempre, amando sin temor de perder el Amor.
Y el Amor es la Vida: ¡que siga la vida!
¿Y decían que me estoy haciendo viejo?
El que habita en mi pequeña “casa” está joven, lleno de luz y de alegría, principiando justamente una vida que durará, durará, durará...
Ustedes solamente me ven por fuera y me repiten lo que todos dicen: anciano arrugado, cabizbajo, trémulo, lento...
Parece que se terminan los horizontes.
No confundan mi “casa” con lo que soy yo, conmigo: un nuevo amanecer, horizonte con luz indeficiente, cielo de azul indeclinable.
¡Que siga la vida!
¿Todavía dicen que me estoy haciendo viejo?
Autor:
Marcelino de Andrés, L. C. y Juan Pablo Ledesma, L. C.
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