Es éste un tema muy querido para
mí: la pedagogía divina.
Lo descubrí hace ya mucho leyendo
a san Ireneo y completándolo con la "condescendencia" de la que habla
san Juan Crisóstomo.
Dios tiene una manera propia de
actuar, una pedagogía, mediante la cual ha ido educando a la humanidad hasta
ser capaz de recibir a su Hijo. Más aún, san Ireneo señalaba que esta pedagogía
divina incluía que el hombre se fuera acostumbrando al obrar divino y a las
costumbres divinas, y que Dios se encarna también para acostumbrarse a los
modos humanos.
La pedagogía es un arte que va en
función de la educación, guiando a alguien en su crecimiento interior completo
hasta llegar a la Verdad. Y Dios es sumo Pedagogo.
Una de las notas de esta
pedagogía divina es la "discreción".
Los modos
divinos de actuar son suaves y discretos para no imponerse nunca, sino suscitar
la adhesión libre mediante el reconocimiento y la certeza. Aquello que Jesús
predicaba sobre la semilla de mostaza, tan pequeña, o sobre cómo la semilla va
creciendo de noche sin que el agricultor se dé cuenta, se verifica ante todo en
la pedagogía de Dios. Discreción y no estruendo, moderación y tiempo en lugar
de impetuosidad y fugacidad: así obra Dios que parece no tener nunca prisa ni
querer imponerse de manera "obligatoria". Algunos pedían eso, lo
impositivo, que baje un signo del cielo -le exigían a Jesús- y creeremos o que
se aparezca Moisés o Abraham para convertirse en lugar de escuchar la ley y los
profetas -como en la parábola del rico epulón-.
"Al final, sin embargo,
permanece siempre en todos nosotros la pregunta que Judas Tadeo le hizo a Jesús
a Cenáculo: "Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no
al mundo?" (Jn 14,22). Sí, ¿por qué no te has opuesto con poder a tus
enemigos que te han llevado a la cruz?, quisiéramos preguntar también nosotros.
¿Por qué no les has demostrado con vigor irrefutable que tú eres el Viviente,
el Señor de la vida y de la muerte? ¿Por qué te has manifestado sólo a un
pequeño grupo de discípulos, de cuyo testimonio tenemos ahora que fiarnos?
Pero esta pregunta no se limita
solamente a la resurrección, sino a todo ese modo en que Dios se revela al
mundo. ¿Por qué sólo a Abraham? ¿Por qué no a los poderosos del mundo? ¿Por qué
sólo a Israel y no de manera inapelable a todos los pueblos de la tierra?
Es propio del misterio de Dios
actuar de manera discreta. Sólo poco a poco va construyendo su historia
en la gran historia de la humanidad. Se hace hombre, pero de tal modo que puede
ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la
historia. Padece y muere y, como Resucitado, quiere llegar a la humanidad
solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de
llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace
lentamente capaces de "ver".
Pero ¿no es éste acaso el estilo
divino? No arrollar con el poder exterior, sino dar libertad, ofrecer y
suscitar amor. Y lo que aparentemente es tan pequeño, ¿no es tal vez -pensándolo
bien- lo verdaderamente grande? ¿No emana tal vez de Jesús un rayo de uz que
crece a lo largo de los siglos, un rayo que no podía venir de ningún simple ser
humano; un rayo a través del cual entra realmente en el mundo el resplandor de
la luz de Dios? El anuncio de los Apóstoles, ¿podría haber encontrado la fe y
edificado una comunidad universal si no hubiera actuado en él la fuerza de la
verdad?
Si escuchamos a los testigos con
el corazón atento y nos abrimos a los signos con los que el Señor da siempre fe
de ellos y de sí mismo, entonces lo sabemos: Él ha resucitado verdaderamente.
Él es el Viviente. A Él nos encomendamos en la seguridad de estar en la senda
justa. Con Tomás, metemos nuestra mano en el costado traspasado de Jesús y
confesamos: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28)"
(J. Ratzinger, Jesús de Nazaret,
vol. II, pp. 320-321).
Siendo la
discreción -acompasada por la virtud de la prudencia y la templanza- un estilo
divino, la Iglesia en su labor y en su evangelización, deberá ser igualmente discreta,
más parecida a la semilla que al rayo; y siendo así la pedagogía divina, éste
será el método del cristiano mostrando la Verdad y acompañando a los hombres
(pastoral, apostolado, compromisos...): suavidad, discreción, paciencia
madurada, firmeza, progresividad...
Javier Sánchez Martínez
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