martes, 8 de julio de 2014

LOS MODOS PEDAGÓGICOS DIVINOS


Es éste un tema muy querido para mí: la pedagogía divina.

Lo descubrí hace ya mucho leyendo a san Ireneo y completándolo con la "condescendencia" de la que habla san Juan Crisóstomo.

Dios tiene una manera propia de actuar, una pedagogía, mediante la cual ha ido educando a la humanidad hasta ser capaz de recibir a su Hijo. Más aún, san Ireneo señalaba que esta pedagogía divina incluía que el hombre se fuera acostumbrando al obrar divino y a las costumbres divinas, y que Dios se encarna también para acostumbrarse a los modos humanos.

La pedagogía es un arte que va en función de la educación, guiando a alguien en su crecimiento interior completo hasta llegar a la Verdad. Y Dios es sumo Pedagogo.

Una de las notas de esta pedagogía divina es la "discreción".

Los modos divinos de actuar son suaves y discretos para no imponerse nunca, sino suscitar la adhesión libre mediante el reconocimiento y la certeza. Aquello que Jesús predicaba sobre la semilla de mostaza, tan pequeña, o sobre cómo la semilla va creciendo de noche sin que el agricultor se dé cuenta, se verifica ante todo en la pedagogía de Dios. Discreción y no estruendo, moderación y tiempo en lugar de impetuosidad y fugacidad: así obra Dios que parece no tener nunca prisa ni querer imponerse de manera "obligatoria". Algunos pedían eso, lo impositivo, que baje un signo del cielo -le exigían a Jesús- y creeremos o que se aparezca Moisés o Abraham para convertirse en lugar de escuchar la ley y los profetas -como en la parábola del rico epulón-.

"Al final, sin embargo, permanece siempre en todos nosotros la pregunta que Judas Tadeo le hizo a Jesús a Cenáculo: "Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?" (Jn 14,22). Sí, ¿por qué no te has opuesto con poder a tus enemigos que te han llevado a la cruz?, quisiéramos preguntar también nosotros. ¿Por qué no les has demostrado con vigor irrefutable que tú eres el Viviente, el Señor de la vida y de la muerte? ¿Por qué te has manifestado sólo a un pequeño grupo de discípulos, de cuyo testimonio tenemos ahora que fiarnos?

Pero esta pregunta no se limita solamente a la resurrección, sino a todo ese modo en que Dios se revela al mundo. ¿Por qué sólo a Abraham? ¿Por qué no a los poderosos del mundo? ¿Por qué sólo a Israel y no de manera inapelable a todos los pueblos de la tierra?

Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta. Sólo poco a poco va construyendo su historia en la gran historia de la humanidad. Se hace hombre, pero de tal modo que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la historia. Padece y muere y, como Resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de "ver".

Pero ¿no es éste acaso el estilo divino? No arrollar con el poder exterior, sino dar libertad, ofrecer y suscitar amor. Y lo que aparentemente es tan pequeño, ¿no es tal vez -pensándolo bien- lo verdaderamente grande? ¿No emana tal vez de Jesús un rayo de uz que crece a lo largo de los siglos, un rayo que no podía venir de ningún simple ser humano; un rayo a través del cual entra realmente en el mundo el resplandor de la luz de Dios? El anuncio de los Apóstoles, ¿podría haber encontrado la fe y edificado una comunidad universal si no hubiera actuado en él la fuerza de la verdad?

Si escuchamos a los testigos con el corazón atento y nos abrimos a los signos con los que el Señor da siempre fe de ellos y de sí mismo, entonces lo sabemos: Él ha resucitado verdaderamente. Él es el Viviente. A Él nos encomendamos en la seguridad de estar en la senda justa. Con Tomás, metemos nuestra mano en el costado traspasado de Jesús y confesamos: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28)"

(J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, vol. II, pp. 320-321).

Siendo la discreción -acompasada por la virtud de la prudencia y la templanza- un estilo divino, la Iglesia en su labor y en su evangelización, deberá ser igualmente discreta, más parecida a la semilla que al rayo; y siendo así la pedagogía divina, éste será el método del cristiano mostrando la Verdad y acompañando a los hombres (pastoral, apostolado, compromisos...): suavidad, discreción, paciencia madurada, firmeza, progresividad...

Javier Sánchez Martínez

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