La Iglesia siempre está en crisis, ya que vivimos la tensión
escatológica entre “ya” y el “todavía no”. “Ya” es el momento de Dios, que se propaga
a través de los siglos. El “todavía no” es el tiempo de los seres humanos, que
se hace pleno en la Esperanza.
Cada época ha tenido su crisis específica, que necesita de respuestas que tenemos que dar para que el “todavía no” siga
adelante hacia el “ya”. La sociedad de cada momento padece los mismos
problemas de siempre, pero vivenciados de forma particular. Necesita respuestas
nuevas que no dejan de ser aspectos de la respuesta que Cristo nos reveló.
El verdadero problema de las crisis está no estar abiertos a estos
nuevos aspectos de las respuestas dadas por Cristo. Hay quienes buscan
respuestas diferentes, que desechan la
respuesta de Cristo como improcedente o inadecuada. Otros recurren a los
aspectos ya utilizados y que ya no son
capaces de responder a las demandas de cada persona. Ambas opciones nos
llevan a detenernos en el camino hacia el ansiado “ya”.
La Iglesia es una inmensa obra que Dios va construyendo, piedra a
piedra, en paralelo con la construcción de la sociedad. La Iglesia debe ser obra de Dios para acercarse al ser humano. La
sociedad debe ser obra del ser humano para atender al plan de Dios. La
Iglesia se construye desde el “ya”, la sociedad, desde el “todavía no”.
Tristemente los seres humanos
tendemos a construir la sociedad a base de enfrentamientos e ideologías
contrapuestas. Esto genera guerras, sufrimiento y muerte. La Iglesia
debe responder mostrando el “ya”, pero, por desgracia, a veces se pliega a una
construcción de conveniencia, realizada para adecuarse a la sociedad. Iglesia y
sociedad deberían de buscar armonía, belleza, paz y verdad, pero los seres
humanos no estamos dispuestos a ello.
Hermanos: Ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos
de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre
los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo.
En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo
santo en el Señor. En él, también
ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en
el Espíritu. (Ef 2,19-22)
La Iglesia se edifica sobre los apóstoles y los profetas. Cristo es la
clave de bóveda, que permite elevar los arcos que dan solidez a la
construcción. La Tradición Apostólica es fundamento y Cristo da solidez a la
construcción.
Por tanto, así dice el Señor Dios: He aquí, pongo por fundamento en Sión
una piedra, una piedra probada, angular, preciosa, fundamental, bien colocada. El que crea en ella no será perturbado. (Is 28, 16)
Quien crea en Cristo,
Piedra Angular de la Iglesia, no será perturbado. Es evidente que una piedra que forme parte de la estructura no puede,
ni debe ser removida, ya que esto entrañaría gran peligro para todos. En cambio,
las piedras que están libremente dispersas por el suelo, están a disposición
del constructor o del picapedrero.
Cada piedra de la Iglesia, somos uno de nosotros. Según sea nuestra naturaleza (carisma)
tenemos un lugar donde realizar la función para la que fuimos pensados.
Hay piedras bellas, pero frágiles. Otras robustas, pero que trabajan con
dificultad. Otras sirven para las bóvedas, otras para las columnas, otros para
el altar, otras para la entrada. Dios quiere lo mejor para cada uno de nosotros.
La Iglesia actual sufre de diversos problemas. Padecemos la perdida de
los cimientos, lo que hace que aparezcan grietas que nos separan y alejan. Padecemos de la pérdida de la
integridad de la Palabra de Dios, por lo que los arcos tienden a derrumbarse y los techos a caerse.
Cuando las piedras caídas se rompen contra el suelo, sólo podemos
recoger sus pedazos con tristeza y desazón. ¿Qué será de nosotros si las
piedras que volaban alto se han convertido en inservible grava? Pero no
desesperemos. Cuando una piedra cae se
puede detectar dónde está problema: no han sabido dejarse sustentar por
la Piedra Angular.
Pero hay algo que nadie puede tocar y esos son los cimientos: apóstoles
y profetas. Tampoco es posible dañar
los sillares que dan sustento a los muros y columnas: los santos.
Podemos reconstruir las paredes y los arcos con paciencia y humildad, sin
olvidar que todo arco deberá tener en la parte más alta, la Clave de Bóveda.
No cabe la desesperanza ni la tristeza. Los errores humanos generan dolor
y sufrimiento, pero también señalan las
razones que producen los problemas eclesiales. Allí donde duele, es
necesario que el Medico tome el protagonismo. ¿Qué nos duele? Es fácil de ver.
Si alguien señala un problema y saltamos de dolor, es que allí hay algo que es
necesario curar.
Lo que nunca podremos es proponer es echar
el edificio abajo para que no pueda destruirse. Quien proponga esa solución ya no tiene la necesaria Esperanza en su
corazón.
Néstor Mora Núñez
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