jueves, 17 de julio de 2014

ESPÍRITU Y MATERIA


Esta es la gran dicotomía…, que condiciona nuestra vida terrenal y no escribo nuestra futura vida porque en ella, dado que es verdad, que tendremos un alma y un cuerpo diferenciado, pero este cuerpo, que será semejante, al cuerpo glorioso de Jesucristo cuando resucitó, no será puramente material. A este respecto San Pablo nos escribe diciendo: “42 Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; 43 se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; 44 se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales. Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual”. (1Cor 15,42-44).

En otras palabras nuestro cuerpo futuro estará espiritualizado y la materia ya no nos acosará con sus deseos y apetencias. Y esto es así porque si no lo fuera, las cualidades de un cuerpo glorioso que todos conocemos chocan frontalmente con la materia; un cuerpo glorioso puede atravesar a materia sin romperla ni mancharla, trate uno de atravesar una puerta cerrada o una pared d su casa y se partirá sus narices.

            En nosotros ahora en este mundo, la materia de nuestro cuerpo nos domina anula, la belleza de nuestra alma. Quizás haya un par de personas quizás alguna más, que Dios las haya iluminado los ojos de su almas por razón de su amor y entrega al señor y sean capaces de ver ya n este mundo, las almas de los demás, cosa que nosotros no vemos, aunque haya veces que lo intuyamos. Si esto es así, podrán ver la terrible repugnancia de las almas machadas por el pecado y también la tremenda belleza de las almas que son templos vivos de Dios al vivir en gracia e inhabitar en ellas la Santísima Trinidad.

Ninguna belleza material de las muchas que se encuentran, aquí, en mares, bosques, ríos, praderas cumbres o simas, son comparables a la belleza que irradia un alma humana en gracia de Dios. Porque esa belleza es espiritual y la que ven o pueden ver, los ojos de nuestra cara, son bellezas materiales. Jorge Manrique, en las Coplas a la muerte de su padre el Maestre don Rodrigo Manrique su hijo, pone por encima de la belleza corporal, la belleza de lo espiritual, al escribir:

Si fuese en nuestro poder tornar la cara fermosa corporal, como podemos hazer el ánima gloriosa angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta, en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta!

            Pero desgraciadamente no tenemos abierto los ojos de nuestra alma, y le damos carta de naturaleza a lo que contemplan nuestros ojos materiales, a la materia que es lo único que ellos pueden ver.

            Dios no ha dispuesto esto así, sino que ello trae causa del pecado original de nuestros primeros padres. Como consecuencia de este pecado original se trastocó la naturaleza humana, y la materia que es de orden inferior pasó a dominar el espíritu de nuestra alma que es de orden superior. Cuando lo que domina en un ejército o en otro tipo de organización, son los mandos los que organizan, todo funciona ordenadamente, es el orden lo que impera, pero cuando toma el mando el orden inferior, lo que sobre viene es el desorden el caos, y a esto nos llevó el pecado original.

Con el fin de salir de esta situación Dios misericordioso y amoroso nos envió a su hijo para redimirnos. “16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; 17 pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”. (Jn 3,16-17).

            Los beneficios, que el hombre ha obtenido de Dios, como consecuencia de sacrificio del Señor, de s Pasión, Muerte y Resurrección, no los podía ni imaginar siquiera, ninguno de los Patriarcas y profetas que nos precedieron. Tal es esto así, que: La Iglesia se atreve a decir en la Liturgia pascual el Sábado Santo: “¡Oh ciertamente necesario pecado de Adán, que por la muerte de Cristo fue borrado! ¡Oh feliz culpa que mereció tener tan grande Redentor!”.

San Juan refiriéndose a la inhabitación Trinitaria nos dice en su primera epístola: 4 Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. 5 Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. 6 Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error”. (1Jn 4,4-6).

            La mayoría de nosotros no tenemos ni somos conscientes de lo que significa ser templos vivos de la Santísima Trinidad. Es Dios mismo, el creador de todo, el omnipotente, el omnisciente, el que nos ha creado y que nos ama de tal forma que no quiere separarse de nosotros y quiere vivir con nosotros disfrutar de nuestras alegrías, sufrir con nosotros, nuestras angustias, nuestros problema, soportar con nosotros nuestras cruces, alentarnos en nuestras luchas ascéticas, dándonos las ayudas de sus divinas gracias. Pero el encanto de esta íntima relación con el Señor, se puede romper, si caemos en un pecado mortal. Pero no importa porque podemos recomponer la antigua relación de amor con el Señor, arrepintiéndonos y pidiendo perdón por el sacramento de la penitencia, un regalo que Adán y Eva no lo tuvieron

            Nosotros no somos de este mundo, no pertenecemos a este mundo, el nuestro está más allá de las estrellas, y para vivir en él, en eterna felicidad, hemos sido creados, nuestro hogar no está aquí, vivimos atravesando un puente del que no sabemos nada acerca de su punto de llegada, solo es la fe, la que de una forma muy velada nos da testimonio de nuestra casa definitiva.

Nuestro cuerpo sabe que él fenecerá tarde o temprano su interés está contrapuesto al nuestro, él quiere que hagamos la casa en medio del puente y que aprovechemos las ventajas que este mundo nos ofrece. Pero nuestra casa la conoceremos cuando terminemos de atravesar este puente que ahora atravesamos. Nos espera el amor tremendo de Dios Padre que tiene sus brazos esperando al hijo pródigo que a tracas barrancas va hacia Él, pero Él a pesar de todo nos ama, nos ama, con nuestros defectos con nuestras infidelidades, y nos ama porque el amor, tal con escribe San Pablo el amor todo los disculpa: “El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; no es grosero ni egoísta, no se irrita; no toma en cuenta el mal. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”.(1Cor 13,4-7).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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