Esta es la gran dicotomía…, que condiciona nuestra vida terrenal y no
escribo nuestra futura vida porque en ella, dado que es verdad, que tendremos
un alma y un cuerpo diferenciado, pero este cuerpo, que será semejante, al
cuerpo glorioso de Jesucristo cuando resucitó, no será puramente material. A
este respecto San Pablo nos escribe diciendo: “42 Lo mismo pasa con la
resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán
incorruptibles; 43 se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se
siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; 44 se siembran cuerpos
puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales. Porque hay un cuerpo
puramente natural y hay también un cuerpo espiritual”. (1Cor 15,42-44).
En otras palabras nuestro cuerpo futuro estará espiritualizado y la
materia ya no nos acosará con sus deseos y apetencias. Y esto es así porque si
no lo fuera, las cualidades de un cuerpo glorioso que todos conocemos chocan
frontalmente con la materia; un cuerpo glorioso puede atravesar a materia sin
romperla ni mancharla, trate uno de atravesar una puerta cerrada o una pared d
su casa y se partirá sus narices.
En nosotros ahora en
este mundo, la materia de nuestro cuerpo nos domina anula, la belleza de
nuestra alma. Quizás haya un par de personas quizás alguna más, que Dios las
haya iluminado los ojos de su almas por razón de su amor y entrega al señor y
sean capaces de ver ya n este mundo, las almas de los demás, cosa que nosotros
no vemos, aunque haya veces que lo intuyamos. Si esto es así, podrán ver la
terrible repugnancia de las almas machadas por el pecado y también la tremenda
belleza de las almas que son templos vivos de Dios al vivir en gracia e
inhabitar en ellas la Santísima Trinidad.
Ninguna belleza material de las muchas que se encuentran, aquí, en
mares, bosques, ríos, praderas cumbres o simas, son comparables a la belleza
que irradia un alma humana en gracia de Dios. Porque esa belleza es espiritual
y la que ven o pueden ver, los ojos de nuestra cara, son bellezas materiales.
Jorge Manrique, en las Coplas a la muerte de su padre el Maestre don Rodrigo
Manrique su hijo,
pone por encima de la belleza corporal, la belleza de lo espiritual, al
escribir:
Si fuese en nuestro poder
tornar la cara fermosa corporal, como podemos hazer el ánima gloriosa
angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta, en
componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta!
Pero desgraciadamente
no tenemos abierto los ojos de nuestra alma, y le damos carta de naturaleza a
lo que contemplan nuestros ojos materiales, a la materia que es lo único que
ellos pueden ver.
Dios no ha dispuesto
esto así, sino que ello trae causa del pecado original de nuestros primeros
padres. Como consecuencia de este pecado original se trastocó la naturaleza
humana, y la materia que es de orden inferior pasó a dominar el espíritu de
nuestra alma que es de orden superior. Cuando lo que domina en un ejército o en
otro tipo de organización, son los mandos los que organizan, todo funciona
ordenadamente, es el orden lo que impera, pero cuando toma el mando el orden
inferior, lo que sobre viene es el desorden el caos, y a esto nos llevó el
pecado original.
Con el fin de salir de esta situación Dios misericordioso y amoroso nos
envió a su hijo para redimirnos. “16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para
todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; 17 pues Dios
no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por El”. (Jn 3,16-17).
Los beneficios, que el
hombre ha obtenido de Dios, como consecuencia de sacrificio del Señor, de s
Pasión, Muerte y Resurrección, no los podía ni imaginar siquiera, ninguno de
los Patriarcas y profetas que nos precedieron. Tal es esto así, que: La
Iglesia se atreve a decir en la Liturgia pascual el Sábado Santo: “¡Oh
ciertamente necesario pecado de Adán, que por la muerte de Cristo fue borrado!
¡Oh feliz culpa que mereció tener tan grande Redentor!”.
San Juan refiriéndose a la inhabitación
Trinitaria nos dice en su primera epístola: “4 Vosotros, hijos míos, sois
de Dios y los habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que
está en el mundo. 5 Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el
mundo los escucha. 6 Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha,
quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad
y el espíritu del error”. (1Jn 4,4-6).
La mayoría de nosotros
no tenemos ni somos conscientes de lo que significa ser templos vivos de la
Santísima Trinidad. Es Dios mismo, el creador de todo, el omnipotente, el
omnisciente, el que nos ha creado y que nos ama de tal forma que no quiere
separarse de nosotros y quiere vivir con nosotros disfrutar de nuestras
alegrías, sufrir con nosotros, nuestras angustias, nuestros problema, soportar
con nosotros nuestras cruces, alentarnos en nuestras luchas ascéticas, dándonos
las ayudas de sus divinas gracias. Pero el encanto de esta íntima relación con
el Señor, se puede romper, si caemos en un pecado mortal. Pero no importa
porque podemos recomponer la antigua relación de amor con el Señor,
arrepintiéndonos y pidiendo perdón por el sacramento de la penitencia, un
regalo que Adán y Eva no lo tuvieron
Nosotros no somos de
este mundo, no pertenecemos a este mundo, el nuestro está más allá de las
estrellas, y para vivir en él, en eterna felicidad, hemos sido creados, nuestro
hogar no está aquí, vivimos atravesando un puente del que no sabemos nada
acerca de su punto de llegada, solo es la fe, la que de una forma muy velada
nos da testimonio de nuestra casa definitiva.
Nuestro cuerpo sabe que él fenecerá tarde o temprano su interés está
contrapuesto al nuestro, él quiere que hagamos la casa en medio del puente y
que aprovechemos las ventajas que este mundo nos ofrece. Pero nuestra casa la
conoceremos cuando terminemos de atravesar este puente que ahora atravesamos.
Nos espera el amor tremendo de Dios Padre que tiene sus brazos esperando al
hijo pródigo que a tracas barrancas va hacia Él, pero Él a pesar de todo nos
ama, nos ama, con nuestros defectos con nuestras infidelidades, y nos ama
porque el amor, tal con escribe San Pablo el amor todo los disculpa: “El
amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni
orgulloso; no es grosero ni egoísta, no se irrita; no toma en cuenta el mal.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”.(1Cor
13,4-7).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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