“Cantar salmos con el espíritu, pero
cantarlos también con la mente”. San Ambrosio.
Hace unos días recibí de un amigo
este fragmento de san Ambrosio en el que habla de los salmos y que había
meditado en el oficio de lecturas. Me resultó muy cercano.
Los salmos están presentes en el
Oficio Divino y en la Liturgia de las Horas y estamos acostumbrados a escucharlos,
a leerlos y a cantarlos, según el momento. Pero muchas veces los oímos y
entonamos con una gran inconsciencia. El pasado domingo, el versículo del salmo
decía: “¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!” (Salmo 118). Me estremecí al decir
estas palabras casi sin pensarlas, porque al momento pensé en las innumerables
veces en que, en lugar de amar la voluntad del Señor, me resisto a ella. Pero,
afortunadamente, mi pertenencia al Señor no es fruto de una coherencia, sino de
su misericordia. Así, el salmo que estaba recitando me hacía decir lo que
realmente deseo: amar tu voluntad, Señor. Los salmos nos hacen expresarnos en
la profundidad de nuestro ser y no hay sentimiento que no aparezca reflejado en
ellos: el amor, el temor, la espera, la desesperanza, la certeza, la duda, el
rencor, la ira, el agradecimiento, el arrepentimiento. Pero siempre aparecen en
el diálogo con quien me ama hasta lo más profundo de mi ser, conociendo todos
los sentimientos de mi corazón, toda mi persona:
“Señor, tú me sondeas y me
conoces; me conoces cuando me siento o me levanto;
de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares”. Salmo 138.
de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares”. Salmo 138.
SAN AMBROSIO LO EXPRESA
MAGNÍFICAMENTE:
"¿Qué cosa hay más agradable
que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: Alabad al Señor, que
los salmos son buenos; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Y con
razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios,
el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de
la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra
entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría
desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos
consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en
el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos
expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia,
son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares.
Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su
ocaso.
En los salmos rivalizan la
belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que
instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos. Leo
en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor;
en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la
resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a
sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.
¿Qué otra cosa es el Salterio
sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la
tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del
Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de
diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de
cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas voces; porque nos
enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no antes, poner de
manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes, con las cuales
pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.
Nos enseña, pues, el salmista que
nuestro canto, nuestra salmodia, debe ser interior, como lo hacía Pablo, que
dice: Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la
inteligencia; quiero cantar llevado del Espíritu, pero cantar también con la inteligencia;
con estas palabras nos advierte que debemos orientar nuestra vida y nuestros
actos a las cosas de arriba, para que así el deleite de lo agradable no excite
las pasiones corporales, las cuales no liberan nuestra alma, sino que la
aprisionan más aún; el salmista nos recuerda que en la salmodia encuentra el
alma su redención: Tocaré para ti la citara, Santo de Israel; te aclamarán
mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste.
San Ambrosio, Comentarios
sobre los salmos 1,9-12
HOY NO PROPONGO NINGUNA AUDICIÓN,
PERO SÍ DOS REFLEXIONES.
La primera es el agradecimiento a
esta herramienta que nos da la Iglesia para que podamos dialogar con el Señor,
en la misa, en el oficio de lecturas, en un momento de oración, poniendo en
nuestra boca y en nuestra mente palabras verdaderas y cercanas (a pesar de
haber sido escritas hace tantos siglos) que nos educan y nos dan la posibilidad
de expresarnos de una forma más profunda y humana y de ensimismarnos con la
relación de amor y de misericordia que Dios ha tenido desde siempre con los que
le reconocen y le aman, amándonos y perdonándonos como un padre y una madre
hacen con sus hijos:
“Cuando Israel era joven, lo amé,
desde Egipto llamé a mi hijo. Cuando lo llamaba, él se alejaba, sacrificaba a
los Baales, ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín, ofrecía
incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos y él no
comprendía que yo le curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo
atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz; me inclinaba y
le daba de comer”.
Oseas 11,1-4
La
segunda es que, justamente por el valor que tienen sus palabras, el salmo se
hace imprescindible en la liturgia (lamentablemente, a veces se cambia por otro
canto en las misas dominicales) y la melodía que acompaña a los salmos no
debería nunca hacer que éstas perdieran su significado, cambiándolo inútilmente
para ajustarse a tal o cual melodía, de modo que podamos expresarnos en unidad
con toda la Iglesia, como hijos, con estas palabras profundamente humanas,
cargadas de todos los sentimientos humanos que saben que sólo pueden ser
respondidas, como de hecho lo son en los salmos, por un padre, por Dios.
Paulino Carrascosa
Paulino Carrascosa
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