La
fe es un ancho canal que favorece que el agua viva de la salvación se
manifieste en nuestra vida. La fe nos hace entrar en comunión con Dios mismo y
participar su salvación integral, incluyendo la sanación, sea física, sea
interior.
La
fe es confiar, depender y entregarse sin condiciones a Dios y su designo sobre
nuestra vida, renunciando a nuestros planes y medios de salvación. Es decir,
nos hace tener los ojos fijos en el Señor Jesús que murió por nosotros y ya resucitó.
Hay personas que tienen los ojos en ellas mismas y no en el Señor. Están pensando más en su sanación que en el
Sanador.
Se
trata de tener fe en Jesús; no fe en nuestra fe. Esto último no sirve de nada. El mejor acto
de fe es cuando creemos que Dios es más grande que nuestra poca fe y que no
puede depender de nosotros.
Llamamos
fe expectante a aquella que espera con certeza y confianza que Dios actúe de
acuerdo a sus promesas, sabiendo que Él quiere sanarnos. Cuando creemos de esta
manera es como si en vez de tener unos cables delgados extendemos unos gruesos
para que la acción de Dios sea de alto voltaje.
Yo
generalmente no acepto orar por los enfermos sin antes edificar su fe con
algunos testimonios para que esperen y confíen en que el Señor quiere sanarlos.
Un
día concelebraba la Eucaristía con un Obispo. Su homilía fue una joya que
mostraba elocuentemente el valor de la cruz y del sufrimiento. Después de la Comunión
me sorprendió al pedir que orara por los enfermos. Yo le repliqué:
-Monseñor,
su homilía sobre la cruz fue tan bella que nadie quiere ya sanarse… pero si me
permite hablar antes sobre el poder de la cruz y como la sanación es un signo del
amor de Dios…
Jesús
nos ha prometido que obtendremos aquello que creemos que ya hemos recibido. (Mc
11,24). El Evangelio esta lleno de personas que piden y reciben, buscan y
encuentran, llaman y se les abren la puerta. Dios nos pide ser sencillos en
nuestra fe. Sin embargo, hay gente que ora asi:
-Señor,
si es tu voluntad, si me conviene si va a servir para mi santificación y salvación
eterna… entonces cúrame.
Ponen
tantas condiciones que más bien parecen excusas a su falta de fe. Debemos ser
pobres que dependen totalmente de su Padre. Un niño nunca dice a su mamá:
-Mamá,
si me conviene y no me hace daño el colesterol, dame un huevo.
El
niño simplemente pide y la mamá sabe si le conviene o no. A nosotros nos
corresponde ser pobres y humildes y pedir con la confianza de recibir.
Otros
limitan el poder de Dios y dicen así:
-Señor
yo estoy enfermo del corazón, la garganta y mi rodilla. Pero con tal que me
sanes el corazón, me consuelo.
Estos
también están orando mal. Hay que pedir el paquete completo, sin poner límites
a la acción de Dios. Él es magnánimo y da abundantemente. Si tiene y da el Espíritu
Santo sin medida, de igual manera concede sus dones.
Cuando
el Papa León XIII cumplía 50 años de Obispo, un Cardenal quiso halagarlo diciéndole:
-Le
pedimos a Dios que llegue a cumplir otros cincuenta.
El
Papa replicó con sagacidad:
-No
le pongamos límites a la providencia de Dios.
El
13 de junio de 1975 fui a un campo para celebrar la fiesta de San Antonio. Confesé,
prediqué, celebré la Eucaristía y oré por los enfermos. Salí rápido de la sacristía
pues todavía me faltaba hacer unos bautizos y otras muchas cosas. Una joven me salió
al paso llevando der la mano a su mamá. Sin introducciones me dijo muy decidida:
-Padre,
ore por mi mamá para que se sane.
Yo
le contesté un poco enfadado:
-Pero
si acabo de hacer la oración por todos los enfermos…
Ella,
con la fe de la mujer sirio fenicia del Evangelio, argumentó:
-Es
que mi mamá esta sorda y no se dio cuenta cuando usted oró.
Sentí
compasión de esa gente tan pobre y sencilla. Le hice una seña que se sentara rápido
y toda mi oración fue esta:
-Señor,
sánala; pero aprisa, porque tengo mucho trabajo.
Inmediatamente
me agaché y pregunté a la señora:
-¿Hace
mucho que usted está sorda?
-Desde
hace ocho años.
Me
sorprendí que me respondiera, pues se suponía que no debería haber escuchado mi
pregunta.
Entonces
le hablé en voz más baja y le dije:
-Usted
parece ser una buena mamá…
Ella
se sonrió. ¡Me había escuchado! Pero, más bien, fue el Señor quien nos escuchó
en esa oración tan original. Ella sintió como un viento rápido que entró en sus
oídos y los destapó.
Yo
puedo comprobar que es verdad aquella palabra del Señor.
Antes
de que me llamen Yo responderé, aun estarán hablando y Yo los escucharé. (Is
65, 24)
Y
la convicción del creyente que afirma:
-No
está aun en mi lengua la palabra y ya Tú, Yahvé, la conoces entera. (Sal 139,
4).
Que
la fe y la curación van íntimamente unidas lo expresa de una manera muy bella María
Teresa G. de Báez a quien Dios sanó de artritis reumatoide a raíz de lo cual
toda su familia se acercó al Señor.
-“Me
faltan palabras, pues hoy no solo le debo agradecer a Dios mi curación física sino
algo mucho mas grande y maravilloso que es la “Fe”, por la cual Dios es la letra
de mis canciones, la imagen de mis ilusiones y la luz de mis ojos”
Asunción,
Paraguay, 25 de agosto de 1981.
P.
Emiliano Tardif
FUENTE:
Jesús está vivo
Publicado
por: José Miguel Pajares Clausen
(Continuará)
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