Desde antes que la Iglesia se
constituyó, ya necesitaba de una reforma. ¿A quiénes eligió Cristo? ¿Eran
santos y perfectos? ¿Quién podría querer tener a un traidor como Judas
manejando el dinero e intrigando a la espalda del grupo? Lo curioso es que fue Cristo mismo quien
eligió a cada uno de ellos y no los echó. Sabría Cristo cómo somos los
humanos.
Sin duda todos queremos una Iglesia estructural perfecta, llena de
santos y capaz de total humildad y desprendimiento. Nadie quiere que haya
personas que manejen el dinero deslealmente o que desprestigien a la
institución. Nadie quiere a personas que creen reductos controlados para
conseguir sus ambiciones, aunque estas ambiciones tengan la apariencia de
santidad. Algunos de nosotros nos
preguntamos la razón por la que el Papa Francisco no da órdenes directas para
limpiar su entorno de personas con puestos de responsabilidad inadecuados. Para algunos, ya tarda en
desmontar el Estado Vaticano y sumir a la Iglesia en la pobreza de medios y
relevancia más completa. Piensan que sin dinero, poder o relevancia, no habría
corrupción, todos serían santos y evangélicamente pobres y humildes. Pero ¿Es
cierta esta visión? ¿Cuánta hay de verdad en este entendimiento?
Si lavé mis pies, ¿por qué me los ensucio de nuevo? En aquella memorable
cena en que Cristo lava los de sus apóstoles, se oculta un doble misterio de
fe, y de humildad significada en las palabras del Maestro, que dijo: "Si
yo, siendo Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, con mayor razón debéis
vosotros lavároslos unos a otros"; lo cual toca a la humildad.
Pero la misteriosa enseñanza, pasa adelante, significando que debe lavar sus pies quien quiera tener parte
con Cristo, como lo manifiesta a Pedro al decirle: "Si no te lavo,
no tendrás parte conmigo", y en la persona de Pedro a nosotros, para que
entendamos que aun habiendo limpiado los nuestros, necesitaríamos nuevo
lavatorio si de nuevo nos los manchásemos. La Iglesia Santa en cambio dice: lavé mis pies, y no pregunta si tendrá
que lavarlos segunda vez, ni duda si se los manchará nuevamente, porque segura
de conservarlos limpios, olvida la mancha antigua y no teme nuevo
contagio, dándonos así regla de vida espiritual, para que entendamos que quien
fue lavado en las aguas de la fuente eterna y purificado por el Sacramento, ha
de huir de las impurezas de la carne y de los placeres de la sensualidad. Estos son los pies que David lavó en espíritu
y nos exhorta a conservar los limpios (San Ambrosio, Tratado de la Vírgenes)
Donde haya seres humanos hay y habrá pecado y Gracia de Dios. En los
lugares y momentos en que más pecado existe, la Gracia se multiplica haciendo
de imposible que las puertas de la Iglesia sean derrumbadas. Sólo es necesario
leer como la Iglesia salió del momento en que existían tres Papas y el clero
era un desastre en muchos sentidos. ¿Cómo
salió de ese terrible momento? Por la santidad. ¿Santidad general? Me
temo que no. Santa Catalina de Siena y el Beato fueron capaces, con la Gracia
de Dios, de poner todo en su sitio.
Si leemos el texto de San Ambrosio nos daremos cuenta de que la Iglesia tiene una realidad natural,
corruptible y pecadora y una dimensión sobrenatural, llena de santidad y Gracia
de Dios. Igual que Cristo no echó a Judas, ni a Pedro, ni a todos los
Apóstoles que corrieron asustados tras su prendimiento, la Iglesia no puede
estar llena de santos sin necesidad de penitencia.
¿Por qué Cristo dijo a Pedro, en el lavatorio de lo pies, que si no se
dejaba lavar no querría tener nada que ver con él? Porque la misión de la Iglesia, simbolizada en el
lavatorio, es tomar al pecador y conducirlo hasta Cristo. Si Cristo
hubiera echado a todos los Apóstoles que le iban a negar, engañar o traicionar,
la redención hubiera sido sólo un empeño divino, sin complicidad de cada uno de
nosotros.
El camino de la santidad no es camino institucional, sino un diálogo
interior de Cristo y cada uno de nosotros. ¿La Iglesia está llena de personas
hipócritas, egoístas y miserables? ¡Claro! Gracias a Dios que no nos cierran las puertas a todos los que somos así.
Sólo acogiéndonos podremos ir dando pasos hacia la santidad. Pasos lentos,
personales y a veces contradictorios. Pero siempre pasos hacia la centralidad,
que es Cristo.
Si el Papa Francisco anda lento en las reformas,
paciencia y esperanza. Esperanza en Cristo, no en el Papa. Sólo Cristo puede hacer de una piedra un Hijo
de Abraham. Los demás podemos poner las piedras en fila para que sea El
quien haga el milagro según Su Voluntad. Nuestra voluntad no cambia la Iglesia.
Creer que las reformas institucionales harán que no haya personas que pequen
dentro de la Iglesia, conlleva inocencia y cierto pelagianismo. Nuestra
esperanza es Cristo. Sólo El quita el pecado del mundo. Ten misericordia de nosotros, pecadores.
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