¿Por qué nos Quejamos?... ¡Dios se encarga de
conducirnos y nosotros nos inquietamos!»
¡Oh! si penetráramos mejor sus amorosos designios sobre nosotros, le bendeciríamos hasta en sus aparentes rigores.
Este filial abandono multiplicaría nuestros méritos, nos traería la paz, movería el corazón de Dios y sería frecuentemente el mejor medio de acertar.
Después de habernos purificado, Dios!, en el horno del sufrimiento, como el oro en el crisol, nos hallará dignos de sí y nos recibirá como víctimas de holocausto.
¡Oh! si penetráramos mejor sus amorosos designios sobre nosotros, le bendeciríamos hasta en sus aparentes rigores.
Este filial abandono multiplicaría nuestros méritos, nos traería la paz, movería el corazón de Dios y sería frecuentemente el mejor medio de acertar.
Después de habernos purificado, Dios!, en el horno del sufrimiento, como el oro en el crisol, nos hallará dignos de sí y nos recibirá como víctimas de holocausto.
La adversidad es una mina de oro de donde se pueden
sacar las más sublimes virtudes y méritos inagotables.
El que lleva
su cruz con paciencia, se salva; el que la lleva con impaciencia, se pierde».
Dos fueron los crucificados a cada lado de Jesús, y
la misma pena hizo, del uno, un santo y, del otro, un réprobo.
La adversidad o la prosperidad, tanto para nosotros como para los que nos son queridos (familia, comunidad,
etc.).
Se puede hacer un buen uso de la prosperidad y de
la adversidad, y se puede abusar de ellas.
¿Seremos del número de los sabios o de los necios?
¿Querrá Dios hacernos pasar por buena o por mala
fortuna?
¿Tendrá intención de retenernos mucho tiempo sobre
la cruz?
Nada
sabemos, y, por consiguiente, el partido más acertado es establecernos en la
santa indiferencia, esperar en paz el divino beneplácito aceptado con amorosa
confianza, y sacar de él todo el provecho posible.
A la luz de una fe viva, la prosperidad se nos
presentará como una sonrisa perpetua de la Providencia, y por lo mismo
abriremos gustosos nuestro corazón al reconocimiento, al amor, a la confianza
para con nuestro Padre Celestial.
Cada nueva prenda de su afecto hará brotar de nuestros labios un gracias
sincero. Con ella aliviaremos a nuestros
hermanos menos afortunados, llevándolos así a bendecir con nosotros al Autor de
todos los bienes.
Más
desgraciadamente tiene razón San Francisco cuando dice: «La prosperidad tiene
atractivos que encantan los sentidos y adormecen la razón; imperceptiblemente
nos hace cambiar, de suerte que nos aficionamos a los dones, olvidando al
Bienhechor.»
Y hasta nos hace descender, por decirlo así, y sin darnos cuenta, hacia una vida menos austera,
en busca de nuestras comodidades, por los senderos de relajación.
Se verá
quizá, y no sin asombro, que algunos hacen profesión de vivir unidos a
Jesucristo en la cruz y, sin embargo, andan ansiosos de la prosperidad, ávidos de procurarse los
bienes de la tierra, ardientes por fijar en ellos su corazón, presurosos en
recurrir a Dios cuando la espina de la adversidad llega a punzarles,
impacientes por librarse de ella.
Y, sin embargo, el Evangelio no pone la bienaventuranza cristiana sino en la
pobreza, en los desprecios, el dolor, las lágrimas, las persecuciones; la misma
filosofía nos enseña que la prosperidad es la madrastra de la verdadera virtud
y la adversidad su madre.
Con harta frecuencia el estado
de prosperidad habitual es un lazo, y recordando que ella no ha sonreído de esta manera a Nuestro Señor y a
los santos, el verdadero espiritual concluirá por inquietarse y deseará no
gozar tanto de este mundo; sólo una cosa le dará seguridad: estar en manos de
Dios y sentirse bajo su mirada.
LA ADVERSIDAD NOS ABRE UN CAMINO MÁS SEGURO.
Dios, que es amigo constante y solícito, nos quita la prosperidad que nos perjudicaría,
emplea la espada de la adversidad para cortar los afectos rivales de su santo
amor; unas veces por la privación, otras por el sufrimiento nos aparta más
pronto y seguramente del placer, arranca nuestro espíritu y corazón de esta
tierra y los atrae hacia las riberas eternas.
Es la mejor
escuela del desasimiento, y también un purgatorio anticipado menos terrible que el de la
otra vida, eficacísimo, sin embargo; porque Dios no castigará dos veces la
misma falta. Después de habernos purificado en
el horno del sufrimiento, como el oro en el crisol, nos hallará dignos de sí y
nos recibirá como víctimas de holocausto.
La
adversidad es una mina de oro de donde se pueden sacar las más sublimes
virtudes y méritos inagotables.
«¿Cuál es el camino más corto y más seguro para
llegar a la perfección y al cielo?»
«Sufrir
muchas adversidades grandes por amor de Jesucristo.»
Una gran adversidad nos lleva al cielo, pero muchas
nos llevan a él más pronto y más lejos; porque,
para los hombres de fe, según el P. Baltasar Álvarez, «los sufrimientos son
como caballos de posta que Dios envía para atraerlos más prontamente a sí, o
como una escala que les ofrece para elevarse a virtudes más eminentes...
Considérese
el dolor de un propietario cuando una terrible granizada viene a destruir su
viña, pero si los
granizos fueran de oro, ¿sería razonable su aflicción? Pues oro son los desprecios y demás aflicciones que
caen como granizo sobre un alma que en verdad es paciente.
Lo que
gana vale infinitamente más que lo que pierde. El cielo es el reino de los
tentados, de los afligidos, de los despreciados».
LA ADVERSIDAD ES EL CAMINO MÁS CORTO PARA LA
SANTIDAD.
Según Santa Catalina de Génova las injurias, los desprecios, las enfermedades, la pobreza, las
tentaciones y todas las demás contrariedades nos son indispensables para
sujetar por completo nuestras torcidas inclinaciones, y el desarreglo de
nuestras pasiones; es el medio de que el Señor se vale para disponemos a la
unión divina, y según San Ignacio, «no hay madera más a propósito para producir
y conservar el amor de Dios que la madera de la cruz».
San
Alfonso añade: « La ciencia de los
Santos consiste en sufrir constantemente por Jesucristo, y éste es el medio de
santificarse pronto».
Los favores
con que el Señor ha beneficiado a sus amigos, los hechos extraordinarios que les han dado celebridad, son quizá lo
que más impresiona en su vida, pero sin motivo alguno.
Lo que sí debiéramos señalar son las debilidades, las sequedades, las desolaciones, las persecuciones de todo género que Dios les ha prodigado, y su inalterable paciencia en este dilatado martirio, pues por este medio han llegado a ser santos. Como amantes generosos del divino Maestro, han deseado ser como El pobres, sufridos, despreciados.
Lo que sí debiéramos señalar son las debilidades, las sequedades, las desolaciones, las persecuciones de todo género que Dios les ha prodigado, y su inalterable paciencia en este dilatado martirio, pues por este medio han llegado a ser santos. Como amantes generosos del divino Maestro, han deseado ser como El pobres, sufridos, despreciados.
Dios Padre
los ha crucificado con su Hijo tiernamente amado, y los más amantes han sido
los más probados, siendo hacia el fin de su vida, época de su más elevada
perfección, cuando de ordinario más han sufrido.
«Porque eran agradables a Dios, fue necesario que la tentación los probara». La tribulación ha sido, por decirlo así, la recompensa de sus trabajos pasados a la vez que la consumación de su santidad.
Nadie hay que no haya vivido sobre la cruz, ni uno que no se haya alegrado de sufrir en ella
con su adorado Maestro. Todos, como Nuestro Padre San Benito, han preferido
«padecer los desprecios del mundo a recibir sus alabanzas, y a agotarse con
trabajos más bien que ser colmados de los favores del siglo».
El bienaventurado Susón, cuando por excepción
disfrutaba una tregua en sus continuas pruebas, lamentábase ante las religiosas, sus hijas
espirituales: «Temo mucho ir por mal camino, porque hace ya cuatro semanas que
no he recibido ataques de nadie; tengo miedo de si Dios no pensará ya en mí».
Apenas acababa de hablar cuando se le viene a anunciar que personas poderosas han jurado su perdición. A esta noticia no pudo menos que experimentar inmediatamente un movimiento de terror.
Apenas acababa de hablar cuando se le viene a anunciar que personas poderosas han jurado su perdición. A esta noticia no pudo menos que experimentar inmediatamente un movimiento de terror.
«Desearía saber por qué he merecido la muerte. - Es por las conversiones que obráis. - ¡Entonces!
¡Sea Dios bendito! » Vuelve lleno de gozo a la reja: «Animo, hermanas mías, que
Dios ha pensado en mí y aún no me ha olvidado». Nosotros decimos en nuestras pruebas:
Basta, Dios mío, basta.
La venerable
María Magdalena Postel, por el contrario, repetía sin cesar: «Aún más, Señor, aún más; ven, cruz, que te abrazo. ¡Dios mío, bendito seáis! Vos no nos humilláis sino
para elevarnos más». En una circunstancia muy penosa, Santa Teresa del Niño
Jesús escribía a su hermana:
« ¡Cuánto nos ama Jesús, pues que nos envía dolor
tan grande! La eternidad no será bastante larga para bendecirlo por ello.
NOS COLMA DE SUS FAVORES COMO COLMABA A LOS GRANDES SANTOS...
NOS COLMA DE SUS FAVORES COMO COLMABA A LOS GRANDES SANTOS...
El sufrimiento y la humillación son el único camino
que forma los Santos.
Nuestra prueba es una ruina de oro que es preciso explotar. Ofrezcamos nuestro sufrimiento a Jesús para salvar las almas».
Nuestra prueba es una ruina de oro que es preciso explotar. Ofrezcamos nuestro sufrimiento a Jesús para salvar las almas».
De todo esto concluyamos con San Alfonso: «Algunas personas se imaginan que son amadas de
Dios, cuando prosperan en todo y no tienen nada que sufrir. Pero se engañan,
porque Dios prueba la fidelidad de sus servidores, y separa la paja del grano
por la adversidad y no por la prosperidad:
El que en las penas se humilla y se resigna con la voluntad de Dios, es el grano destinado al Paraíso, y el que se enorgullece, se impacienta, y por fin abandona a Dios, es la paja destinada al infierno.
El que en las penas se humilla y se resigna con la voluntad de Dios, es el grano destinado al Paraíso, y el que se enorgullece, se impacienta, y por fin abandona a Dios, es la paja destinada al infierno.
El que lleva
su cruz con paciencia, se salva; el que la lleva con impaciencia, se pierde». Dos fueron los crucificados a cada lado de Jesús, y
la misma pena hizo, del uno, un santo y, del otro, un réprobo.
¡Ojalá que tomáramos nuestras cruces, no sólo con
paciencia y resignación, sino aun con amor y confianza
filial! Dos cosas nos ayudarán especialmente a conseguirlo:
El espíritu de fe y la humildad. Por poco que se escuche a la naturaleza, retrocederá siempre ante la adversidad; mas impóngasele silencio para no considerar sino a Dios, y pronto diremos con el Rey Profeta: «Me he callado, Señor, y no he abierto mi boca, porque sois Vos quien lo ha hecho todo».
El espíritu de fe y la humildad. Por poco que se escuche a la naturaleza, retrocederá siempre ante la adversidad; mas impóngasele silencio para no considerar sino a Dios, y pronto diremos con el Rey Profeta: «Me he callado, Señor, y no he abierto mi boca, porque sois Vos quien lo ha hecho todo».
El orgulloso cree con facilidad que no se le hace
justicia, y los caminos de Dios, cuando son dolorosos, le espantan y
desconciertan.
El humilde, por el contrario,
penetrado por un vivo sentimiento de sus miserias y de sus faltas,
bendecirá a Dios hasta en sus rigores: «Adoro,
Señor, la equidad de vuestros juicios y hasta me hacéis gracia y yo alabo
vuestras misericordias, pues estáis lejos de castigarme tanto como he merecido.
Y además, me es necesario el remedio del
sufrimiento, y las penas que me enviáis son precisamente las que mejor
responden a mis necesidades».
Debemos conformarnos con la voluntad de Dios en las
calamidades públicas, tales como la guerra, la peste,
el hambre, y todos los azotes de la divina Justicia.
Otro tanto es preciso hacer cuando la desgracia viene a caer sobre nosotros personalmente o sobre los nuestros.
Otro tanto es preciso hacer cuando la desgracia viene a caer sobre nosotros personalmente o sobre los nuestros.
El gran secreto para conseguirlo, es mirar todas
las cosas con los ojos de la Fe, adorar
los juicios del Altísimo con corazón contrito y humillado, y sean cualesquiera
los azotes que nos hieran, persuadirnos bien de que la Providencia,
infinitamente sabia y paternal, no se determinaría a enviarlos ni a permitirlos, si no fueran en sus manos los instrumentos de renovación y de salvación para los pueblos o para las almas.
«Así es como ella conduce al cielo por el camino del sufrimiento a una multitud de personas que se perderían siguiendo otra dirección.
infinitamente sabia y paternal, no se determinaría a enviarlos ni a permitirlos, si no fueran en sus manos los instrumentos de renovación y de salvación para los pueblos o para las almas.
«Así es como ella conduce al cielo por el camino del sufrimiento a una multitud de personas que se perderían siguiendo otra dirección.
¡Cuántos
pecadores, llamados a Dios por el duro camino de la aflicción, renuncian a sus antiguas
iniquidades y mueren en los sentimientos de un verdadero arrepentimiento! ¡Cuántos cristianos ocuparán un día un puesto
glorioso en el cielo, que sin esta saludable prueba, hubieran gemido
eternamente en las llamas del infierno!
Lo que nosotros llamamos calamidad y castigo es frecuentemente una gracia de primer orden, una prueba brillante de misericordia.
Lo que nosotros llamamos calamidad y castigo es frecuentemente una gracia de primer orden, una prueba brillante de misericordia.
Acostumbrémonos a no considerar las cosas sino
desde estos magníficos puntos de vista de la Fe, y nada de lo que sucede en este mundo nos
escandalizará, nada alterará la paz de nuestra alma y su confiada sumisión a la
Providencia. Mas entremos en algunos pormenores, comenzando por las desgracias
públicas.
Es fácil ver
la mano de la Providencia en la peste, el hambre, las inundaciones, la tempestad y demás calamidades de este
género, porque los elementos insensibles obedecen a su autoridad sin resistirla
jamás.
Pero, ¿cómo verla en la persecución con su malignidad satánica, o en la guerra con sus furores? Y allí está, sin embargo, como dejamos ya dicho.
Pero, ¿cómo verla en la persecución con su malignidad satánica, o en la guerra con sus furores? Y allí está, sin embargo, como dejamos ya dicho.
Por encima
de los hombres buenos y malos, y hasta más allá de los satélites del infierno, está el Arbitro
supremo, la Causa primera que los mueve quizá sin ellos saberlo, y sin la cual
nada puede hacerse.
La
política de los príncipes, las órdenes de los jefes, la obediencia de los
soldados, los proyectos tenebrosos de los perseguidores, su ejecución por los
subalternos, las ruinas y el sufrimiento que de esto ha de resultar, todo ha
sido previsto hasta el menor detalle; todo ha sido combinado y decretado en los
consejos de la Providencia, formándose de esta suerte una extraña colaboración
de la malicia del hombre y de la santidad de Dios.
El, infinitamente santo, no puede dejar de odiar el
mal, y si lo tolera, es por no quitar
a los hombres el libre uso de su libertad.
Mas su
justicia pedirá cuenta a cada uno a su tiempo: a las naciones y a las
familias aquí abajo, porque no cuentan como tales en la eternidad; a los
individuos, en este mundo o en el otro. Entre
tanto, Dios quiere utilizar para conseguir sus intentos, la malicia de los
hombres y sus faltas, no menos que sus buenas disposiciones y santas obras, de
suerte que aun el desorden del hombre entra bajo el orden de la Providencia.
Por parte de los hombres puede haber en ello no
poco que reprender, y Dios los juzgará. Por parte de
la Providencia, «todo es justo, todo sabio, todo es bueno, todo recto, todo
dirigido a un fin laudable, todo llega a un resultado final, absoluto e
infinitamente amable. Nerón es un monstruo, pero hace mártires.
Diocleciano lleva hasta los últimos límites los
furores de la persecución, mas prepara la reacción y el
advenimiento de Constantino. Arrio es un demonio encarnado, que quisiera
arrebatar a Jesucristo su divinidad, pero da ocasión a las definiciones de la
Iglesia sobre esta misma divinidad.
Los bárbaros, precipitándose sobre el viejo mundo, le inundan de sangre, mas preparan al Evangelio
una raza capaz de ser cristiana. Las Cruzadas parecen fracasar porque no salvan
a Jerusalén, mas salvan a Europa.
La revolución francesa lo trastorna todo, mas, con esta ocasión, el vigor y la vida renace en la sociedad cristiana obligada a la resistencia».
La revolución francesa lo trastorna todo, mas, con esta ocasión, el vigor y la vida renace en la sociedad cristiana obligada a la resistencia».
En nuestra época de persecución es evidente que
Satanás está suelto, y que ha recibido el poder de
cribar al justo.
Y ¿por qué es este triunfo de los malos?, ¿por qué
esta aparente derrota de la Iglesia?, ¿por qué esta prevención de las muchedumbres?, ¿por qué estos gobiernos
impíos que pierden a los pueblos?, ¿por qué este oscurecimiento y tibieza de los que se llaman buenos?, ¿por
qué, en una palabra, el imperio del mal sobre el bien?
¿POR QUÉ?
Por respeto a la libertad que es la condición del
mérito y del demérito.
Dios deja obrar, pero cuando juzgare llegado el
tiempo, para confundir a los malos, para
despertar a los dormidos, para reanimar a los tibios, para defender a los
justos, dejará desencadenarse sobre el mundo culpable una guerra universal.
Preséntase el azote, se hace un silencio inquietante, cállase la política, despiértase la fe, las Iglesias se llenan.
Preséntase el azote, se hace un silencio inquietante, cállase la política, despiértase la fe, las Iglesias se llenan.
Dejábase a
Dios en el olvido, pero ahora se recuerda que El es el dueño de los
acontecimientos. Y ¿cómo no verlo? Los hombres que
han desencadenado la tempestad no saben ni dirigirla ni ponerse a cubierto de
ella, mas Dios, reservándose el hacer justicia a su tiempo, utilizará la
previsión de unos y la imprevisión de otros, las máquinas perfeccionadas y los
planes hábilmente concebidos, el valor y las acciones brillantes, las faltas,
la malicia y aun el crimen.
Todo le sirve para pasear su azote sobre las naciones, las familias y los individuos. Pero no lo hará sino en la medida útil a sus fines.
Todo le sirve para pasear su azote sobre las naciones, las familias y los individuos. Pero no lo hará sino en la medida útil a sus fines.
Caiga el
hombre de rodillas, que El gustoso se apaciguará; mas si las buenas impresiones
de los primeros días se disipan, si los ojos se obstinan en permanecer cerrados
y los corazones sin arrepentirse, ¿habrá
derecho a extrañar que la guerra se prolongue y surjan quizá otros nuevos
azotes?
¿Sería preferible que, siguiendo un funesto olvido de las leyes divinas, las naciones continúen descendiendo al abismo y las almas al infierno?
¿Sería preferible que, siguiendo un funesto olvido de las leyes divinas, las naciones continúen descendiendo al abismo y las almas al infierno?
Y ¿cómo explicar semejante severidad en un Dios tan
bueno? Para extrañarse, preciso es no
haber comprendido los desconocidos derechos de Dios, su amor despreciado, la
multitud de sus gracias y los excesos de nuestra malicia, las alegrías de la
eternidad feliz o los tormentos de un infierno sin fin.
Precisamente porque es infinitamente bueno, es por
lo que Nuestro Padre celestial nos ama sin debilidades y tal como lo exige
nuestra eternidad.
Todas las prosperidades del mundo serán el peor de los azotes, si adormecen a las almas en el descuido y en el olvido, y su despertar se verificará en el fondo del abismo.
Todas las prosperidades del mundo serán el peor de los azotes, si adormecen a las almas en el descuido y en el olvido, y su despertar se verificará en el fondo del abismo.
Por el
contrario, las más espantosas calamidades, aun cuando durasen años enteros,
nada son al lado de un infierno eterno, pues hasta son gran misericordia de parte de Dios, y para nosotros
dichosa fortuna si podemos a este precio desarmar la justicia divina, evitar el
infierno y recobrar nuestros derechos al Cielo.
Tal es el designio de Nuestro Padre celestial. No le gusta castigar, pero si a ello le constreñimos por el olvido de nuestros deberes y de nuestros verdaderos intereses, nuestra es la falta.
Tal es el designio de Nuestro Padre celestial. No le gusta castigar, pero si a ello le constreñimos por el olvido de nuestros deberes y de nuestros verdaderos intereses, nuestra es la falta.
SI MANIFESTAMOS INSUBORDINACIÓN CUANDO NOS CORRIGE, NUESTRA FALTA ES MUCHO MAYOR.
Después de
todo, Dios no se apresura a castigar, y para no verse precisado a hacerlo, amenaza largo tiempo, hasta usa de
tanta paciencia que los débiles se maravillan y los malos blasfeman.
Vendrá empero un día en que Dios se verá obligado a obrar como Soberano y justo Juez para restablecer el orden, y como Padre Salvador de las almas para volverlas al camino de salvación por los medios del rigor, ya que se obstinan en hacer inútiles los medios de dulzura.
Vendrá empero un día en que Dios se verá obligado a obrar como Soberano y justo Juez para restablecer el orden, y como Padre Salvador de las almas para volverlas al camino de salvación por los medios del rigor, ya que se obstinan en hacer inútiles los medios de dulzura.
Los azotes de Dios traen a unos la prueba, a otros, el castigo, y a todos los de buena voluntad gracias de
renovación. ¡Dichoso el que sabe reconocerlas y aprovecharse de ellas!
«Estas desgracias, son para muchos otras tantas
gracias de predestinación.
Mas es necesario declarar que pueden ser al mismo
tiempo para otros motivos de reprobación, bien que
esto no sucederá sino por culpa suya, y por no pequeña culpa, pues, ¿qué más razonable y fácil, en cierto
sentido, que hacer de la necesidad virtud?
¿Por qué levantarse inútil y criminalmente contra la mano paternal de Dios, que no nos castiga, sino para despegarnos de los miserables bienes de acá abajo?
Como su misma ira nace de su misericordia, no nos hiere sino para apartarnos del pecado y salvarnos.
A manera de un sabio cirujano que corta hasta lo vivo las carnes podridas, a fin de conservar la vida y de preservar el resto del cuerpo.»
¿Por qué levantarse inútil y criminalmente contra la mano paternal de Dios, que no nos castiga, sino para despegarnos de los miserables bienes de acá abajo?
Como su misma ira nace de su misericordia, no nos hiere sino para apartarnos del pecado y salvarnos.
A manera de un sabio cirujano que corta hasta lo vivo las carnes podridas, a fin de conservar la vida y de preservar el resto del cuerpo.»
¿CÓMO PORTARNOS EN MEDIO DE LAS CALAMIDADES?
«Humillarnos
bajo la poderosa mano de Dios», y abandonarnos a su Providencia
con sumisión filial, en la íntima convicción de que es Dios quien lo ha
dirigido todo, de que sus designios impenetrables tienen por principio el amor
de las almas, y de que sabrá poner al servicio del bien los acontecimientos más
desconcertantes.
Por lo que personalmente nos concierne, nos
conviene recordar que estamos en manos de Nuestro Padre celestial, y si quiere salvarnos, le es tan fácil hacerlo en
medio de los peligros, como llamarnos a Sí cuando ningún peligro pareciera
amenazarnos, y si es que quiere probarnos, ¡bendito sea su santo nombre para
siempre!
Cumplir nuestros deberes del mejor modo posible y
sacrificarnos por el bien común, según el
tiempo y las circunstancias, y como nuestra situación lo permita.
«La tempestad es tempestad. A ella se resigna el marinero y trabaja.»
Hagamos nosotros lo mismo. No entremos en la agitación de las olas que nos sacuden, y adhierámonos a la roca de la Providencia, diciendo: «¡Dios mío, os adoro, os alabo, acepto la prueba, soporto estos malos días y me mantengo en paz!»
Hagamos nosotros lo mismo. No entremos en la agitación de las olas que nos sacuden, y adhierámonos a la roca de la Providencia, diciendo: «¡Dios mío, os adoro, os alabo, acepto la prueba, soporto estos malos días y me mantengo en paz!»
EN CONSECUENCIA, ES PRECISO ORAR, ANTE TODO ORAR Y
SIEMPRE ORAR.
Pidamos, busquemos, llamemos, importunemos a Dios,
ya para que abrevie la calamidad si tal es su beneplácito, ya también, y esto de un modo absoluto, para que perezcan las
menos almas posibles en la tormenta, para que los pueblos vuelvan a Dios con
corazón contrito y humillado, los santos se multipliquen, la Iglesia sea más
fielmente escuchada y Dios menos ofendido.
Y como «la oración unida al ayuno es especialmente buena y la limosna hace
hallar misericordia»,
la época de
las calamidades es el tiempo oportuno cual ningún otro, para renovarnos en la
fidelidad a nuestros deberes, y de añadir a nuestros sacrificios obligatorios algunas mortificaciones
que las sobrepasan, a fin de aplacar mejor el justo enojo de Dios.
Porque las calamidades son, en general, el castigo
del pecado, y cuando son más universales y
terribles, es señal que fue mayor la ola de iniquidad que provocó la cólera
divina.
Nada mejor puede hacerse que enmendar nuestra propia vida y ofrecer al Dueño irritado, al Padre no reconocido, un acrecentamiento de amor y de fidelidad por lo referente a nosotros, un abundante tributo de desagravio y reparación por nuestras culpas y por las del mundo pecador.
Nada mejor puede hacerse que enmendar nuestra propia vida y ofrecer al Dueño irritado, al Padre no reconocido, un acrecentamiento de amor y de fidelidad por lo referente a nosotros, un abundante tributo de desagravio y reparación por nuestras culpas y por las del mundo pecador.
Casi idéntica ha de ser nuestra manera de
conducirnos cuando la calamidad venga a
descargar sobre nosotros, sobre nuestras familias o sobre nuestra Comunidad.
Trataremos de no ver a ella sino a Dios, y a Dios paternalmente ocupado en el bien de las almas.
«La muerte de una persona querida me parece una calamidad, y si hubiera vivido algunos años más, quizá hubiera muerto en estado de pecado. Yo debo treinta o cuarenta años de vida a esa enfermedad que he sufrido con tan poca paciencia.
Trataremos de no ver a ella sino a Dios, y a Dios paternalmente ocupado en el bien de las almas.
«La muerte de una persona querida me parece una calamidad, y si hubiera vivido algunos años más, quizá hubiera muerto en estado de pecado. Yo debo treinta o cuarenta años de vida a esa enfermedad que he sufrido con tan poca paciencia.
Mi salud
eterna pendía de esta confusión que me ha costado tantas lágrimas. No había
remedio para mi alma, si yo no hubiera perdido ese dinero.
¿DE QUÉ NOS QUEJAMOS?
¡Dios se encarga de conducirnos y nosotros nos inquietamos!» ¡Oh!
si penetráramos mejor sus amorosos designios sobre nosotros, le bendeciríamos hasta en sus aparentes rigores.
Este filial abandono multiplicaría nuestros méritos, nos traería la paz, movería el corazón de Dios y sería frecuentemente el mejor medio de acertar.
¡Dios se encarga de conducirnos y nosotros nos inquietamos!» ¡Oh!
si penetráramos mejor sus amorosos designios sobre nosotros, le bendeciríamos hasta en sus aparentes rigores.
Este filial abandono multiplicaría nuestros méritos, nos traería la paz, movería el corazón de Dios y sería frecuentemente el mejor medio de acertar.
Dos meses después de la fundación de la Orden de la
Visitación, enfermó tan gravemente Santa
Juana de Chantal, que la muerte parecía inevitable.
Fue esta una dura prueba para el piadoso Obispo de Ginebra, porque teniendo la seguridad de que aquella obra era de Dios y destinada a producir mucho bien, veía con toda claridad que, caído el pastor, se dispersaría el rebaño.
Fue esta una dura prueba para el piadoso Obispo de Ginebra, porque teniendo la seguridad de que aquella obra era de Dios y destinada a producir mucho bien, veía con toda claridad que, caído el pastor, se dispersaría el rebaño.
Sin embargo,
tuvo el ánimo de decir: «Dios quiere quizá contentarse con nuestros primeros pasos, sabiendo
que no somos bastante fuertes para realizar el viaje entero.» Dios, que no esperaba sino este acto de abandono,
inmediatamente devolvió a la Santa Fundadora la salud para largos años.
Los principios más penosos, las dificultades de reclutar gente, los muertos, las decepciones, un cisma, una insurrección, la pobreza rayana en miseria, la persecución de fuera y las importunidades de la autoridad, nada le faltó a San Alfonso de Ligorio en el establecimiento de su Congregación.
Los principios más penosos, las dificultades de reclutar gente, los muertos, las decepciones, un cisma, una insurrección, la pobreza rayana en miseria, la persecución de fuera y las importunidades de la autoridad, nada le faltó a San Alfonso de Ligorio en el establecimiento de su Congregación.
Pero en
medio de las tempestades oraba, y hacia todo cuanto humanamente era posible, «no quería sino sólo la voluntad de Dios».
Era, pues, designio del cielo que el piadoso fundador llegase a ser un perfecto modelo, y su Instituto un plantel de santos, y para esto, ¿no convenía que el Padre de este ilustre linaje se asemejase al divino Redentor, pobre y humilde y perseguido?
Era, pues, designio del cielo que el piadoso fundador llegase a ser un perfecto modelo, y su Instituto un plantel de santos, y para esto, ¿no convenía que el Padre de este ilustre linaje se asemejase al divino Redentor, pobre y humilde y perseguido?
Una de las pruebas más fuertes es la pérdida de los
seres queridos. Después de la muerte de su
madre, el dulce Obispo de Ginebra escribe a Santa Juana de Chantal: «¿No es
preciso en todo y por todo adorar esta suprema Providencia, cuyos consejos son
santos, buenos y amables? He aquí que ha sido de su agrado retirar de este
miserable mundo a nuestra muy querida madre para tenerla, como lo espero, cerca
de Si, y a su derecha.
Confesemos
que Dios es bueno y eterna su misericordia. Todas sus voluntades son justas;
todos sus decretos, equitativos, su beneplácito es siempre santo y sus
decisiones, muy dignas de amor.» Como hijo amante, experimentó con esta muerte
un dolor vivísimo, pero tranquilo; no osaría manifestar descontento ni aun
lamentarse porque es Dios quien ha descargado ese golpe. Después de la muerte
de su hermana, escribe a Santa Juana de Chantal, muy afligida con tal motivo:
«Menester es no sólo aceptar el que Dios nos hiera, sino también conviene
conformarse en lo que haga en la parte que sea de su agrado.
Es preciso
dejar a Dios la elección, porque le pertenece... ¡Jesús, Señor mío!, sin reserva, sin condiciones,
sin peros, sin excepción, sin limitación, hágase vuestra voluntad acerca del
padre, de la madre, de la hija, en todo y por todo.
Y no digo que no se haya de rogar y desear su salud, pero decir a Dios: "dejad esto y tomad aquello", en manera alguna conviene, hija mía, tal lenguaje... Tenéis cuatro hijos, un suegro, un hermano muy amado, además un padre espiritual, todo esto es muy querido y con razón, porque Dios lo quiere.
Y no digo que no se haya de rogar y desear su salud, pero decir a Dios: "dejad esto y tomad aquello", en manera alguna conviene, hija mía, tal lenguaje... Tenéis cuatro hijos, un suegro, un hermano muy amado, además un padre espiritual, todo esto es muy querido y con razón, porque Dios lo quiere.
¡Bien! Si Dios os arrebatara todo esto, ¿no tendríais lo suficiente con
poseer a Dios? ¿No pensáis así?
Aunque nada poseyéramos fuera de Dios, ¿no sería
esto mucho? Por una parte, la muerte es tan
sólo una breve separación.
Un fin dichoso después de una santa vida y la eterna reunión cerca de
Dios, ¿no es lo esencial?
¿Y no sabe Dios mejor que nadie el tiempo y el modo más favorable ya
para nosotros, ya para los nuestros?
«Que se viertan algunas lágrimas en la muerte de un
pariente, de un amigo -dice San Alfonso-,
es una debilidad perdonable, mas abandonarse a toda la vehemencia del dolor, es
falta de virtud, falta de amor de Dios.
Esto no es decir que las buenas religiosas no sientan la pérdida de los parientes y de ciertas personas particularmente estimadas, pero piensan: Así lo quiere Dios, y se van resignadas y tranquilas a suplicar por estas almas queridas, multiplicando oraciones y comuniones, a fin de unirse más estrechamente a Dios, y de consolarse con la santa esperanza de volver a encontrar un día a todos reunidos en el Cielo.»
Esto no es decir que las buenas religiosas no sientan la pérdida de los parientes y de ciertas personas particularmente estimadas, pero piensan: Así lo quiere Dios, y se van resignadas y tranquilas a suplicar por estas almas queridas, multiplicando oraciones y comuniones, a fin de unirse más estrechamente a Dios, y de consolarse con la santa esperanza de volver a encontrar un día a todos reunidos en el Cielo.»
San Bernardo perdió a uno de sus hermanos. «Resistía -nos dice- a los sentimientos de mi
corazón con todas las fuerzas de mi fe, representándome que la muerte es el
tributo a la naturaleza, la deuda universal, la necesidad de nuestra condición,
la orden del Todopoderoso, la decisión del justo Juez, el azote del Dios
terrible, y finalmente el beneplácito del Señor.
Pude imponerme a mis lágrimas, mas no a mi dolor, que cuanto más lo
comprimía dentro, más violento se hacía; y declaro que fui vencido.
Vosotros
sabéis cuán justo es mi dolor, qué fiel compañero era aquel que me ha sido arrebatado, hasta qué
extremo era vigilante, laborioso, dulce y agradable.
¿Quién me
amó como él? ¿Quién me fue tan necesario?
Era yo débil
de cuerpo y él me llevaba y animaba, perezoso y negligente y él me excitaba, olvidadizo y sin previsión y él
me advertía. Menos unidos estábamos por los
lazos de la sangre que por el parentesco del espíritu, la armonía de
sentimientos y la conformidad de carácter.
Nuestras almas no formaban sino una sola, y un mismo golpe las ha herido, enviando una mitad
al cielo y dejando la otra en la tierra. Y mi Gerardo ¡era tanto para mí! ...
hermano mío por la sangre, hijo mío por la profesión, mi padre por su piadosa
solicitud, un otro yo por el espíritu, mi íntimo por el cariño. Me ha dejado, y
siento el golpe, herido como estoy hasta el fondo del alma.
Lloro, pero
no dirijo reconvención alguna a la mano que me ha herido. Mis palabras están llenas de dolor, mas no de
murmuración, reconociendo que una misma sentencia ha castigado al uno y
coronado al otro, a cada cual según su mérito; el Señor dulce y justo ha hecho
misericordia a Gerardo su servidor, y a mí me ha hecho sentir el peso de su
justicia.
Señor, vos
me disteis a Gerardo, Vos me lo habéis quitado.
Lloro porque me ha sido arrebatado, pero
no olvido que de Vos lo había recibido
y os doy gracias por haber podido
disfrutar de él.
Habéis reclamado vuestro
depósito y tomado lo que era vuestro.
Mis lágrimas ponen fin a mi discurso; poner, Señor, medida y fin a mis lágrimas.»
Mis lágrimas ponen fin a mi discurso; poner, Señor, medida y fin a mis lágrimas.»
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Publicado por Wilson f.
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