“Es el símbolo que guarda la Iglesia Romana, la que fue sede de Pedro,
el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común”. San Ambrosio de Milán (340-397) – symb. 7
PRESENTACION
Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó su fe en fórmulas breves
y normativas para todos los cristianos. Quiso recoger lo esencial de la fe en
resúmenes orgánicos y articulados.
El Credo es una declaración de fe cristiana que describe las creencias de
la comunidad religiosa. La afirmación del Credo en el catolicismo afirma la
creencia de la naturaleza trinitaria de Dios. Esta síntesis de fe no ha sido
hecha según formas humanas, sino que se han tomado las partes más importantes
de las Sagradas Escrituras para poder dar en su integridad la enseñanza de la
fe, a la cual se la denomina profesión de fe, que es la oración a la que
comúnmente llamamos Credo.
Pero aunque basado en los textos sagrados, el Credo no se encuentra
literalmente en la Biblia, ya que se trata de los principios fundamentales de
la fe cristiana basados en los Evangelios y en las Cartas apostólicas
principalmente.
Recitar con fe el Credo es recordar nuestro bautismo y entrar en
comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como con toda la Iglesia
que nos transmite la fe, y en el seno de la cual creemos.
Según el Catecismo Católico, el Credo es un sumario breve y normativo.
La palabra Credo viene del latín y significa yo creo, palabra con la que
empieza el Credo, también conocido como símbolo de la fe (Numeral 187).
Pero si el Credo es la confirmación de nuestra fe en la Santísima
Trinidad y también nuestra forma de comunión con ella, ¿por qué existen dos
textos distintos del Credo?
LOS DOS CREDOS: EL CORTO Y EL
LARGO
De esta forma se denomina técnicamente a los dos Credos. El Credo corto
es el Credo Apostólico o de los Apóstoles, mientras que el Credo largo es el
denominado Credo Niceno o niceno-constantinopolitano, o sea, el Credo emitido
en el Concilio de Nicea del año 325 y en el de Constantinopla del 381.
El Credo de los Apóstoles (Credo corto) es una síntesis o resumen de la
fe cristiana, que se desarrolló a partir del símbolo utilizado en el bautismo
por la primera Iglesia. A este Credo se le considera como un resumen fiel de la
fe de los apóstoles (Catecismo Católico, Numeral 194).
En cuanto al Credo de Nicea o Credo niceno, es una profesión de fe que
se redactó en los dos primeros concilios ecuménicos, el de Nicea y el de
Constantinopla, y es el Credo común a todas las Iglesias Orientales y
Occidentales (Catecismo Católico, Numeral 195-196).
EL CREDO APOSTOLICO
“Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder
de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los
infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y
está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso, y desde allí va a venir
a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia
Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección
de la carne y la vida eterna. Amén”.
La leyenda cuenta que los propios apóstoles redactaron este Credo a los
diez días de la Ascensión de Jesús, pero en realidad no fueron ellos quienes le
escribieron. Se le denomina Credo de los Apóstoles o Credo apostólico porque
está basado en la doctrina que ellos mismos enseñaron. Está considerado como el
resumen fiel de la fe de los Apóstoles.
Sin embargo surgió una crisis dentro de la Iglesia en el siglo IV cuando
Arrio, un presbítero de Alejandría de origen libio y fundador del arrianismo,
sostuvo que no estaba de acuerdo con la creencia de la Iglesia en la Santísima
Trinidad ya que, según Arrio, Jesucristo era Hijo de Dios, pero no Dios; o sea,
negaba la divinidad de Jesucristo.
Para poder combatir el arrianismo y reafirmar así la fe de los creyentes
en la Santísima Trinidad, la Iglesia convocó un Concilio en el año 325, el de
Nicea, seguido por el de Constantinopla en el 381.
EL CREDO NICENO
“Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la
tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios,
Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la
misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho. Que por nosotros, los
hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue
crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, y resucitó al
tercer día según las Escrituras, y subió al cielo y está sentado a la derecha
del Padre, y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su
reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que
procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es
una, santa católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el
perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del
mundo futuro. Amén”.
El Credo niceno-constantinopolitano se escribió formalmente durante los
dos Concilios citados anteriormente, el de Nicea y el de Constantinopla. Es más
explícito y más detallado que el Credo apostólico, y con él se respondió en el siglo
IV a la herejía arriana que negaba la creencia en la divinidad de Cristo y, por
consiguiente, en el Espíritu Santo.
Por ello, en lo referente a Jesucristo este Credo dice: “Engendrado
del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero
de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre”.
Todas estas palabras quieren afirmar que Jesucristo, el Hijo de Dios, es
también Dios, igual que el Padre. Confirma también que ha sido engendrado,
indicando así el origen eterno del Verbo, por lo cual tiene un principio
distinto al de las criaturas, que han sido creadas.
En lo referente a la parte del Espíritu Santo, el Credo niceno dice así:
“Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y
del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que
habló por los profetas”. Con estas palabras se quiere reafirmar la
divinidad del Espíritu Santo, que es igual al Padre y al Hijo, y también su
papel en la historia de la salvación. La frase “y del Hijo” es un
añadido que se hizo en la España visigoda de Toledo (siglos V al VIII) para
reafirmar la divinidad de Jesucristo, en contra también de las creencias
arrianas.
El Credo niceno se recita especialmente en la Misa dominical para así
confesar públicamente nuestra fe en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu
Santo, que es el centro de nuestra fe católica.
CONCLUSION
Ambos Credos, el apostólico y el niceno, tienen en común que ambos están
estructurados en tres partes, siguiendo la Santísima Trinidad: creo en Dios
Padre creador; creo en Jesucristo, su Hijo, nuestro Salvador; creo en el
Espíritu Santo y en la Iglesia.
Estos dos Credos poseen un lenguaje y una distinta forma de decir las
cosas, pero al final manifiestan lo mismo. La diferencia es que el Credo
apostólico habla de Jesucristo enumerando sus acciones históricamente, como es
su nacimiento, Pasión, muerte y Resurrección, usando expresiones bíblicas como
la de resucitar al tercer día.
El Credo niceno, en cambio, utiliza un lenguaje que no es bíblico, sino
que ha sido tomado de la filosofía griega. No es que ello sea extraño al
contenido de la fe, puesto que en el siglo IV la fe cristiana se había
introducido en el Imperio Romano y se había amoldado a la cultura clásica; ya
no era sólo una fe hebrea o semítica, sino que consiguió expresar las verdades
de la fe con el lenguaje filosófico griego, el cual había sido adoptado
mayoritariamente por muchas civilizaciones de aquel entonces.
‘Creo’ es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente,
principalmente en su bautismo. ‘Creemos’ es la fe de la Iglesia confesada por
los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica
de los creyentes. ‘Creo’ es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a
Dios por su fe y que nos enseña a decir: ‘creo’, ‘creemos’.
Agustín Fabra
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