lunes, 2 de junio de 2014

EL MONSTRUO DEL LAGO NESS



EL PRIMER AVISTAMIENTO TUVO LUGAR EN EL SIGLO VI.

El último gran estudio orientado a encontrar al monstruo del Lago Ness lo patrocinó la BBC en 2003. Seiscientos sonares independientes y un seguimiento por satélite peinaron sus aguas con capacidad para detectar cualquier objeto del tamaño de una boya. Pero las pantallas no ofrecieron ninguna silueta que se aproximase a los casi ocho metros de largo, uno de alto y largo cuello que George Spicer y su mujer declararon haber visto el 22 de julio de 1933.

Fue el primer avistamiento de la era moderna, al que siguieron sus dos más célebres imágenes: la fotografía que tomó Hugh Gray el 12 de noviembre de ese año, y sobre todo la celebérrima del ginecólogo londinense Robert Kenneth Wilson publicada por el Daily Mail el 21 de abril de 1934, y cuya autenticidad ha sido objeto de innumerables controversias.

En total, hay registrados 1036 avistamientos, señal de que, para bien del turismo local, con Nessie pasa como con las meigas [brujas]: que tal vez no existan, pero "haberlas, las hay". Todavía el pasado 21 de abril se confundió una barca hundida con el enorme bicho, y el 1 de mayo un rastro de sónar ha vuelto a desatar las especulaciones.

EVANGELIZANDO A LOS PICTOS Y SUS DRUIDAS

Así lo desean también quienes se fían más de los santos antiguos que de los ultrasonidos modernos. Porque la primera referencia histórica que se tiene del animal (si tal era o es) data del año 565, y fue un santo abad quien lo vio: San Columba (521-597), monje irlandés evangelizador de Escocia. Lo cuenta San Adomnán (627-704), sucesor suyo al frente del monasterio de Iona (foco de expansión de la fe en las rudas tierras de Braveheart) en su Vida de San Columba.

Éste y otros doce compañeros cruzaron el mar desde Irlanda hasta la tierra de los glen en una barca fabricada de mimbre y pieles. Fue en 563, y el buen religioso ya no dejó de predicar allí hasta su muerte.

La historia relata un milagro con el que arrancó la conversión de los pictos. San Columba y sus monjes llegaron al castillo del rey Brude, cerca de Inverness, pero aquellos fieros paganos se negaban a escucharles y cerraron las puertas de la fortaleza para impedirles entrar. Ellos entonces las marcaron con la cruz de Cristo... y los portones se abrieron. Brude, maravillado, accedió entonces a oír la Buena Nueva y acabó pidiendo el bautismo, en el que le siguieron los suyos.

UN MONSTRUO, UN MUERTO, UN VALIENTE Y UN SANTO
Al cabo de unos meses de aquello, según cuenta San Adomnán en el capítulo 28 de la Vida... (titulado De cómo un monstruo acuático fue ahuyentado por el Venerable mediante la oración), San Columba, que llevaba unos días en tierra de los pictos, tuvo que cruzar el Lago Ness. Cuando llegó a la orilla, se encontró con que algunos lugareños estaban enterrando a un hombre que había sido atacado y terriblemente mordido mientras nadaba "por un monstruo que vivía en el agua": "Su cuerpo destrozado había sido extraído con un gancho, aunque demasiado tarde, por los que habían acudido en un bote a ayudarle".

Al oír esto, "lejos de arredrarse" -continúa el memorialista-, el santo ordenó a uno de sus acompañantes que se echase a nadar en la misma zona del ataque, y un tal Lugne Mocumin, "al recibir la orden de un hombre tan excelente", no lo dudó y se tiró al agua: "Pero el monstruo, que lejos de estar saciado buscaba más presas, estaba en el fondo del río, y cuando sintió que el agua era agitada en la superficie por el hombre que nadaba, surgió de repente y, dando un rugido terrible, se lanzó hacia él con la boca abierta".

"Viendo esto, el Venerable alzó su mano santa, y mientras todos los demás, tanto sus hermanos como los extranjeros, estaban paralizados por el terror, él invocó el nombre de Dios, hizo la señal de la Cruz en el aire y ordenó al feroz monstruo: ´Detente, no toques a ese hombre y vete inmediatamente´. A la voz del santo, el monstruo, como espantado, huyó más deprisa que si le estuviesen arrastrando, justo cuando acababa de acercarse a Lugne hasta una distancia inferior al tamaño de una lanza".

GLORIA AL DIOS CRISTIANO
Cuando los demás vieron al monstruo huir y a Lugne volver sano y salvo, "llenos de admiración dieron gloria a Dios en la persona del Venerable". Y lo que es más importante y tal vez buscaba San Columba: "Los bárbaros paganos presentes, forzados por la magnificencia del milagro que ellos mismos habían visto, alabaron al Dios de los cristianos".

Los siglos pasaron, y no ese prodigio, sino la rectitud de vida de San Columba y sus monjes, la pureza de la doctrina que predicaron y la virtud propia de los sacramentos que administraban hicieron católicas las Highlands.

Aquel monstruo debió de ocultarse, atemorizado por el santo, y alguna vez morir y desaparecer su especie. O bien quedaron sepultados bajo las gélidas aguas, él o su progenie, hasta asomar de nuevo la cabeza al arrancar el siglo XX. Tal vez -sólo tal vez- porque los santos se habían retirado del paisaje.

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