EFECTOS DEL ESPÍRITU SANTO
EL DÍA DE PENTECOSTÉS
I/ES I/FUNDACIÓN
1. Si
queremos entender correctamente la relación entre el Espíritu Santo y la
Iglesia, debemos detenernos en los efectos que tuvo su venida el día de
Pentecostés. Los discípulos fueron transformados. Hasta entonces los discípulos
no comprendían la obra de Cristo; poco antes de su Ascensión se vio que todavía
no entendían la misión de Cristo (Act. 1, 6; véanse además Mc. 4, 13. 40; 6,
50-52; 7, 18; 8, 16-21; 9, 9. 32; 14, 37-41; Lc.`18, 34, lo. 2, 22; 12, 16; 13,
7. 28; 14, 5. 8; 16, 12. 17). El día de Pentecostés el Espíritu Santo les
reveló el misterio de Cristo y del reino de Dios; ahora ven a Cristo a la luz
del Antiguo Testamento, entendido de nuevo (Lc. 24, 25-47; Jo. 2, 22; 12, 16;
20, 9; Act. 2, 25-35; 3, 13. 22-25; 4, 11. 24-28; 10, 43; I Cor. 15, 3). Desde
ahora el testimonio a favor de Cristo se les impone como ineludible deber; ni los
peligros ni los tormentos les eximen de ese deber. Con alegría, confianza y
constancia predican a Cristo como Hijo de Dios crucificado y resucitado,
delante del Sanedrín y delante de todo el pueblo; no lo hacen por la excitación
o el entusiasmo de un momento; los acontecimientos de Pentecostés crearon un
estado duradero y los apóstoles no temen ninguna amenaza ni mandato.
Todos los
varones y mujeres que estaban reunidos al ocurrir la venida del Espíritu Santo
fueron inundados de El (Act. 2, 4). El Espíritu Santo reveló a los oyentes el
sentido del testimonio de los apóstoles; lo entendieron y se convirtieron y se
hicieron bautizar.
Más de
tres mil se sumaron a la Iglesia en la primera hora gracias al servicio de
Pedro (Act. 2, 41). Consecuencia y efecto de la presencia del Espíritu Santo en
la joven Iglesia es la vida floreciente descrita en Act. 2, 42-47. Los miembros
de la Iglesia de las primicias estaban tan unidos que repartían sus bienes
(cfr. Act. 4, 31-32).
2. El día
de Pentecostés puede, por tanto, ser llamado el día del nacimiento de la
Iglesia. Todo lo anterior fue preparación y trabajo previo. En la mañana de
Pentecostés puso Dios el sello a la obra de su Hijo. La Iglesia fue
consecuencia de la efusión y derramamiento del Espíritu (Act. 2, 42). Ahora se
cumplen las promesas hechas por Cristo, ahora se cumple su misión; antes no
había ni bautismo ni perdón de los pecados, no había predicación del Evangelio
ni administración de sacramentos. Ahora entran en vigencia los poderes y
deberes concedidos e impuestos por Cristo a sus apóstoles. Aquella mañana
apareció por vez primera como comunidad la reunión de los cristianos; esa
comunidad está conformada y configurada por el Espíritu Santo, da testimonio a
favor de Cristo, perdona los pecados y concede la gracia. Aunque ya existía se
parecía al primer hombre hecho de barro antes de serle alentada la vida; era un
cuerpo muerto que esperaba la chispa de la vida.
«¿Cuándo
empezó la Iglesia a vivir y a actuar? El día de Pentecostés. Ya antes existían
sus elementos esenciales y estaban reunidos, organizados y dotados de los
poderes necesarios; la doctrina había sido predicada, los apóstoles elegidos,
los sacramentos instituidos y organizada la jerarquía, pero la Iglesia no vivía
ni se movía. Las fuerzas divinas dormitaban, nadie predicaba ni bautizaba ni
perdonaba los pecados y nadie ofrecía el santo sacrificio; impacientes
esperaban ante las puertas el mundo judío y el mundo gentil, pero nadie abría;
la Iglesia estaba en un estado parecido al sueño, como Adán antes de que le
fuera alentada la vida… Así estaba la Iglesia hasta la hora nona del día de
Pentecostés, en que el Espíritu Santo descendió sobre ella en el ruido del
viento y en las lenguas llameantes. Este fue el momento de empezar a vivir;
todo empezó a moverse y a actuar» (Meschler, Die Gabe des hl. Pfingstfestes,
103).
También
Schell dice: «Efecto de la efusión y derramamiento del Espíritu de Dios fue la
fundación de la primera Iglesia cimentada en la doctrina apostólica, unida por
la constitución jerárquica y cuidadosa de la vida del renacimiento mediante la
celebración del misterio eucarístico.» Santo Tomás de Aquino dice que el día de
Pentecostés es el día de la fundación de la Iglesia (Sententiarum I d. 16, q.
1, a. 2; M. Grabmann, Die Lehre des hefligen Tharnas von Aquirz von der Kirche
AIs Gotteswerk, 1903, 125). San Buenaventura dice: «La Iglesia fue fundada por
el Espíritu Santo descendido del cielo» (Primera Homilía de la fiesta de la
Circuncisión del Señor, edición Quaracchi IX, 135).
3 La
tesis de los Santos Padres de que la Iglesia nació de la herida del costado de
Cristo no está en contradicción con la doctrina de que la Iglesia fue fundada
el día de Pentecostés, porque Muerte, Resurrección, Ascensión y venida del
Espíritu Santo forman una totalidad. La muerte, resurrección y ascensión están
ordenadas a enviar el Espíritu Santo y sólo en esa misión logran su plenitud de
sentido. Viceversa: la misión del Espíritu Santo presupone los tres sucesos
anteriores. Es el Hijo del hombre introducido en la gloria de Dios mediante su
muerte y resurrección quien envía al Espíritu Santo: por eso es, en definitiva,
Cristo quien funda la Iglesia mediante el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Dice San Juan Crisóstomo en el primer sermón de Pentecostés comentando a
/Jn/07/30 (PG 50, 457): «Mientras no fue crucificado no le fue dado al hombre
el Espíritu Santo. La palabra «glorificado» significa lo mismo que
«crucificado». Porque aunque el hecho mismo de ser crucificado es ignominioso
por naturaleza, Cristo lo llamó gloria, porque era causa de la gloria de lo que
El amaba. ¿Por qué, pues -pregunto-, no fue dado el Espíritu Santo antes de la
Pasión? Porque la tierra yacía en pecado y perdición, en odio y vergüenza,
hasta que fue sacrificado el Cordero que quitó los pecados del mundo.»
La
vinculación de la Iglesia a la muerte de Cristo destaca especialmente el
carácter cristológico de la Iglesia. Digamos una vez más que la Iglesia no es
ni sólo la Iglesia del Espíritu ni sólo la Iglesia del Resucitado, sino la
Iglesia del Cristo total, cuyo misterio abarca la vida terrestre y la vida
glorificada del Señor, de El recibe su estructura mientras que del Espíritu
Santo recibe la vida. Es significativo que San Agustín diga unas veces que la
Iglesia procede de la Pasión y otras que procede del Espíritu Santo. Dice, por
ejemplo, en el Trat. 120 sobre el Evangelio de San Juan: «Uno de los soldados
abrió su corazón con una lanza e inmediatamente brotó sangre y agua
(/Jn/19/34). El evangelista escogió cuidadosamente la palabra y no dijo:
traspasó o hirió su costado, sino: «abrió», para que fueran como abiertas las
puertas de la vida, por las que fueran derramados los sacramentos de la Iglesia
sin los que no se entra en la verdadera vida. La sangre fue derramada para
perdón de los pecados y el agua suaviza el cáliz salvador y concede a la vez
baño y bebida. Prefiguración de esto fue la puerta que Noé abrió al costado del
arca para que entraran en ella los animales liberados del diluvio; por la
Iglesia fue extraída la primera mujer del costado del dormido Adán y fue
llamada vida y madre de lo viviente; pues significaba un gran bien antes del
pecado que es el mayor mal. Aquí durmió el segundo Adán con la cabeza reclinada
sobre la cruz para serle formada una esposa de lo que manó de su costado. ¡Oh
muerte que resucita a los muertos! ¿Qué cosa hay más pura que esta sangre y más
saludable que esta herida?».
La
relación entre la pasión de Cristo y la misión del Espíritu Santo puede ser
comparada a la que hay entre la creación del primer hombre y la infusión de la
vida en él. Según la descripción de la Sagrada Escritura el cuerpo del primer
hombre fue formado sin vida. Entonces el Señor sopló sobre él y le alentó la
vida y el hombre se convirtió en viviente (Gen. 2, 7). Algo parecido es
atribuido al Espíritu en la visión de Ezequiel; vio un cementerio lleno de
huesos y oyó que el Señor le decía: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de
hombre, y di al espíritu: Así habla el Señor, Yavé: Ven, ¡oh espíritu!, ven de
los cuatro vientos, y sopla sobre estos huesos muertos y vivirán. Profeticé yo
como se me mandaba, y entró en ellos el espíritu, y revivieron» (Ez. 37, 9-10).
CONTINUA ACTIVIDAD DEL ESPÍRITU
SANTO EN LA IGLESIA
La
actividad que desarrolló el Espíritu Santo al descender sobre los reunidos en
el cenáculo de Jerusalén no se limitó a la mañana de Pentecostés primero; desde
aquel día se está realizando sin pausa hasta la vuelta de Cristo. La Iglesia
está convencida de que está continuamente bajo la influencia decisiva del
Espíritu Santo y, por tanto, de que todo lo que hace lo hace en el Espíritu
Santo.
A. LA ACTIVIDAD DEL ESPÍRITU EN
GENERAL ES/ACTIVIDAD:
1. La
actividad del Espíritu fue profetizada por Cristo en sus palabras de despedida:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Abogado, que estará con vosotros para siempre, el Espíritu de verdad, que el
mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis,
porque permanece con vosotros y está en vosotros» (lo. 14, 15-17). De El dice
Cristo: «Os he dicho estas cosas mientras permanezco entre vosotros; pero el
Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os enseñará
todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (Jo. 14, 25-26).
«Cuando venga el Abogado, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de
verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y vosotros daréis
también testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (lo. 15, 26-27).
Cristo dice también a los discípulos: «Mas ahora voy al que me ha enviado y
nadie de vosotros me pregunta ¿Adónde vas? Antes, porque os hablé estas cosas,
vuestro corazón se llenó de tristeza. Pero os digo la verdad, os conviene que
yo me vaya. Porque si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me
fuere, os le enviaré. Y en viniendo éste argüirá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio. De pecado, porque no creyeron en mí; de justicia, porque
voy al Padre y no me veréis más; de juicio, porque el príncipe de este mundo
está ya juzgado. Muchas cosas tengo aún que deciros, más no podéis llevarlas
ahora; pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la
verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y
os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y
os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os he dicho
que tomará de lo mío y os lo hará conocer» (lo. 16, 5-15).
En estas
palabras Cristo reprende a los discípulos porque se han entristecido al
decirles que se marcha sin preguntar las ventajas que podía tener su vuelta al
Padre. Si El no marchara no vendría el Paráclito. La venida del Espíritu es de
trascendental importancia porque la actividad del Paráclito es ineludible si se
quiere entender correctamente la relación de los discípulos a Cristo. Da la
impresión de que Cristo no pudiera abrir los ojos de los apóstoles y de que
tuviera que ser necesariamente e] Espíritu Santo quien les hiciera comprenderlo
todo. Pero como esa comprensión es decisiva para la auténtica y verdadera vida,
la venida del Espíritu Santo a los discípulos es también fundamental. La marcha
de Cristo es, en realidad, un bien para los discípulos (Jo. 16, 7) porque es la
condición de la venida del Espíritu Santo.
2. Las
funciones del Espíritu Santo son enumeradas por Cristo en ]as palabras de
despedida. El Espíritu Santo hace que los discípulos recuerden a Cristo; este
recuerdo tiene fuerza psicológica y ontológica. El Espíritu Santo hace que los
discípulos no se olviden de Jesús; pero a la vez les actualiza continuamente a
Cristo. La función memorativa del Espíritu Santo es función actualizadora y su
fin es que los discípulos tengan a Cristo como interna posesión. Cristo debe
actuar en ellos. El Espíritu Santo crea la «presencia activa» de Cristo en los
discípulos, el ser de Cristo en ellos.
El
Espíritu Santo introduce a los discípulos en la verdad hasta que ellos
reconocen la riqueza y profundidad de la sabiduría de Dios; da además
testimonio de Cristo de forma que ese testimonio desarrolla lo que Cristo ha
predicado y abre a la vez su sentido. Esta función iluminadora y explicativa es
tan importante que el Espíritu Santo recibe nombre de ella: es el Espíritu de
verdad. El hecho de que Cristo diga dos veces que el Espíritu Santo tomará de
lo suyo y lo anunciará, demuestra que Cristo habla aquí no de verdades nuevas y
no predicadas, sino del testimonio de la verdad predicada ya por El (cfr. I Jo.
4, 1; Apoc. 19, 10).
3. Lo que
Cristo promete del Espíritu Santo lo vemos cumplido en los Hechos de los
Apóstoles y en las Epístolas. La actividad del Espíritu Santo se desarrolla
siempre en torno a Cristo. En el Apocalipsis de San Juan vemos hasta qué punto
está vinculada a Cristo la actividad del Espíritu Santo, en las cartas a las
siete iglesias se dice constantemente que se las invita a oír lo que el
Espíritu dice (2, 7. 11. 17. 29; 3, 6. 13. 22); sin embargo, al principio de
cada carta se dice que es Cristo quien habla a las iglesias (2, 1. 8. 12. 18;
3, 1. 7. 14). Evidentemente es Cristo quien habla por medio del Espíritu Santo.
Cristo es también descrito como el Señor que dirige la historia; es también el
«Cordero sacrificado», que en una grandiosa escena es convocado a ser Señor de
la historia y del mundo (Apoc. 5).
4. En los
textos de San Juan antes citados se enumeran algunas funciones más del Espíritu
Santo. Frente al mundo aparece en el papel de acusador; sobre este tema dice A.
Wikenhauser (Das Evangelium nach lohannes, 1948, 242): «Detrás de las difíciles
palabras de Jesús está la idea de un proceso desarrollado ante Dios. El mundo
descreído que ha rechazado a Cristo y le ha llevado a la cruz es el acusado y
el Paráclito es el acusador. La misión definitiva del Espíritu consiste en
argüir al mundo, lo que no quiere decir que lo convencerá de su culpa, sino
sólo que pondrá en claro su culpa, es decir, que demostrará que no tiene razón.
Pero este proceso no ocurrirá al fin de los tiempos (en el juicio final), sino
en todo el proceso de la historia que transcurre desde la Resurrección.
El
argumento del Paráclito consiste en dar testimonio a favor de Cristo delante
del mundo (15, 26), es decir, en la predicación cristiana inspirada por el
Espíritu, que pone en claro la culpa y la sinrazón del mundo. Al decir que
arguye de pecado, de justicia y de juicio quiere decir que el Paráclito pondrá
en claro qué significan el pecado, la justicia y el juicio, con lo que a la vez
responde a la cuestión (como indican los versículos 9-11) de a qué parte hay
que buscar el pecado la justicia y el juicio. Pecado significa la incredulidad
frente a la revelación de Dios ocurrida en Cristo. El verdadero pecado del
mundo es haberse cerrado a la predicación de Jesús y el cerrarse obstinadamente
a la predicación cristiana (/Jn/15/21-25). La palabra «justicia» debe ser
entendida en sentido jurídico como justificación o declaración de inocencia
ante la ley; debe ser considerada como justicia hecha en un proceso, porque los
argumentos son una acusación o polémica jurídica. Su vuelta al Padre y su
glorificación significan que la victoria está de parte de Cristo (cfr. 1 Tim.
3, 16 y la interpolación apócrifa de Mc. 16, 14: revela ahora tu
justicia=victoria). La vuelta al Padre es expresión típica de San Juan para
decir lo que los demás escritores del Nuevo Testamento enuncian como elevación
o glorificación de Cristo por Dios (cfr. Act. 2, 33, 5, 31; Eph. 1, 20; Phil.
2, 9; Hebr. 1, 3). El argumento contra el mundo consiste en que el Paráclito
demuestra testificando (15, 26) que Cristo ha vuelto al Padre. El Espíritu
pondrá en claro finalmente qué es el juicio y quién será juzgado. El mundo
creyó que había juzgado a Cristo, pero de hecho en la muerte de Cristo se
cumplió el juicio de Dios contra el dominador del mundo que había crucificado a
Cristo (cfr. 13, 2. 27); en su muerte precisamente venció Cristo al diablo,
porque a través de la muerte volvió al Padre y fue glorificado. Desde entonces
el diablo no tiene poder; es el sometido, el juzgado (cfr. 12, 31; Col. 2,
15).»
SCHMAUS
TEOLOGIA
DOGMATICA IV
LA
IGLESIA
RIALP.
MADRID 1960.Págs. 331-337
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