En el momento de entrar,
estaban ocupadas la mitad de las sillas. Todos estaban en silencio. La chica
que me acompañaba hablaba fuerte y me decía cosas de las que se enteraba todo
el mundo. De lo primero que se enteraron es de que yo era cura y de que me
iban a dar quimio y radio cada día durante mes y medio. Este hecho atrajo la
mirada de todos y poco a poco entramos en diálogo. Había gente muy simpática,
entre ellos los padres de un novillero y con una hija casada también con un
torero ya bastante conocido. La conversación taurina abundaba todos los días
en aquella sala. Era por los sanfermines.
Casi todos los días nos veíamos
con lo que la confianza iba creciendo hasta el punto de echarnos mucho de
menos cuando alguno faltaba a la cita. La que más intrigados nos tenía era un
chica joven muy rubia y de muy buen parecer. En los tres primeros días no le
sacamos ni una palabra. Tenía el casco de la moto sobre su regazo y se pasaba
el tiempo absorta en su móvil. Me propuse acercarme y sonsacarle algo. Al día
siguiente, al llegar, había una silla vacía a su lado y allí me coloqué.
Comencé a preguntarle cosas y, ante mi sorpresa, no solo respondía sino que
charlaba mucho y era muy simpática aunque su conversación era solo para mí.
Al tercer día, ya con bastante intimidad, me dijo:
-Yo quiero charlar un día contigo a solas.
-Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué estás aquí?
-Tengo cáncer en un pecho.
Me quedé mirándola un rato.
- Y ¿qué sentiste cuando te enteraste?
-Cuando me dieron el resultado de la biopsia me
llevé un susto de muerte, pero eso y otras cosas te las quiero contar
despacio y a solas.
Todavía, después de diez meses, seguimos
guasapeándonos mucho. La chica se llama Perla.
Su susto de muerte me llegó al
alma. Sentí su dolor y desconcierto dentro de mí. Esto sería hacia las ocho
de la tarde y pasé toda la noche dándole vueltas en el subconsciente. Desde
mi primera biopsia hace cinco años tengo una especial sensibilidad para los
que pasan por ese trance. Todos han pasado por ese susto de muerte. Nada
puedo hacer pero me conmueve su situación. Toda mi ayuda se reduce al cariño
y a rezar por ellos. Además estoy escribiendo una serie de artículos como
éste que habla de situaciones y experiencias por las que pasan los que tienen
cáncer que, a lo mejor, un día se trasforma en un libro. Escribo sobre todo
para ellos y para vosotros si algún día, Dios no lo quiera, pasáis por lo
mismo en el futuro.
Para mí el cáncer se me ha
convertido ya en un episodio de mi vida espiritual más que de mi vida física.
Mí íntimo deseo es que todos los que padecen cáncer no se dejen vencer sino
que lo vivan con fe y si es la fe en Jesucristo y en su resurrección mucho
mejor. La falta de salud me ha recluido mucho en mí mismo, no para huir de la
realidad sino para observarla desde lejos y ver lo bonita que es y la belleza
de todas las cosas. A mí me han quitado el recto, un trocito de tripa que yo
nunca había agradecido ni había imaginado lo importante que es. Ahora con la
cantidad de disfunciones que su falta me genera me doy cuenta del regalazo
que he tenido con el recto íntegro al final de mi colon durante tantos años.
Aprovecho las infinitas curas,
dolores y diarreas para vivir un contrapunto diáfano y brillante. Me voy
acercando a Dios a través de Jesucristo y le agradezco lo bien que lo ha
hecho todo. Me encanta ver a la gente pasear por la calle mientras pienso:
“Todos estos seguro que tienen recto. “Señor, cuídales, que no lo pierdan”.
Me cuesta todavía un poco dar gracias por mi cáncer pero tampoco quiero no
haberlo tenido porque percibo la riqueza espiritual que me genera. Morir sin
un cáncer o algo que se le parezca me parece ir al cielo con una entrada de
gallinero bastante alejada de las butacas de primera fila en un espectáculo
que va a durar toda la eternidad. Todo el mundo tiene derecho a una cruz.
Perla tiene un corazón de oro con una
religiosidad muy popular. Me cuenta cosas que me parto de risa. Cada tres
meses tiene que pasar revisión y tiembla como las hojas amarillas de otoño.
Va, de vez en cuando al pueblo de sus padres, en Guadalajara, y pone velas
por ella y por mí, para que no se nos reproduzca nada malo. Yo no pongo velas
pero rezo al Cristo que tengo dentro gracias al cáncer, por ella y por todos
los que pertenecemos al mismo club. Es como si me hubiera brotado una
vocación nueva. Me siento ungido por el Espíritu Santo para orar por este
colectivo para que nadie desfallezca. Esta unción es muy interior y te llena
de amor. Pienso que cuando el Espíritu le mueve a uno a orar de esta manera
es que mucha gente de esta enfermedad lo necesita. Yo lo hago de mil amores
porque noto también que el hacerlo me humaniza.
Uno sabe bien de las tentaciones e inventos del
demonio para que pierdas la confianza. Cada vez que el oncólogo pronuncia la
palabra quimio o radio se abate una plaga sobre ti. Tienes que reaccionar con
fortaleza pero muchos no pueden porque trabajan, tienen hijos, están
sometidos a mil complicaciones familiares, económicas sociales. Hay edades
especialmente malas, cuando tienes los hijos a medio criar, cuando ves que
nada en tu vida ha concluido todavía. Ahí es donde miras a la ventana, donde
sufres la tentación del balcón, donde ves tu vida como un despropósito total.
Elevarse desde ahí a la oración, encontrar sentido a algo en la vida, parece
una tarea imposible.
A mí el cáncer me ha hecho perder todo
protagonismo en la vida del convento. Es peor que estar colocado en el
pelotón de los torpes. En lo físico sufro mil trabas y mil menguas en todos
los sentidos, pero lo tengo muy compensado por la vida interior. Es bueno, ya
que no se puede hacer ejercicio físico, hacer ejercicio espiritual. Este para
mí ha consistido en no recluirme en mí mismo sino estar abierto a todo lo que
me sea posible. Acepto mi momento y estoy tranquilo pero si mi enfermedad me
concede tres metros más, los aprovecho. Estoy también acostumbrado a la vida
interior y a la oración con lo cual el cáncer me pilló en plena actividad
pero ya bastante ejercitado y ya mayor. Esta circunstancia me ha facilitado
asumir espiritualmente la enfermedad e incluso crecer en ella. Mi Cristo de
ahora es mucho más interior y más profundo que el que tenía hace cinco años.
Esta presencia del Señor en el interior da una seguridad interior
inimaginable. Cada momento lo tengo que vivir en fe porque en cualquier
santiamén puedo desfallecer, mas también es cierto que cada vez me noto más
cerca de entrar por las llagas de Cristo hasta su corazón.
Tú, quienquiera que seas y estés como estés, en
las cosas del Señor no hay galones ni clasismos. Tampoco favoritismos. Tú
eres tanto como cualquiera y cualquiera es tanto como tú. Por eso cultiva la
vía de la fe para que tu sufrimiento tenga sentido. Todo es cosa de descubrir
al Espíritu Santo en tu vida. Él te quiere a ti, hayas sido como hayas sido,
tanto como al que más. Eres hijo o hija suyo y le encanta rescatarte. Búscalo
por donde puedas y no te amilanes por nada. Aunque tuvieras que morirte será
buenísimo para ti. Se puede llegar hasta dar gracias por tu cáncer o por
cualquier otra desgracia que tengas.
Me acaban de decir que están preparando una
reunión con todos los que nos juntábamos en la sala de espera de la radioterapia
hace diez meses. No cabe duda de que los españoles somos gente encantadora.
Creo que vamos a ir al campo, charlar y merendar juntos. A mí me ha dado
muchísima alegría. Yo no he intervenido para nada en la preparación. Pienso
que cuando la gente se mueve es que allí hubo algo y quieren recordarlo.
Espero encontrarme con muchos corazones sanados y llenos de alegría y espero
también que muchos estén ya definitivamente curados. A los que no les haya
ido tan bien les arroparemos con todo cariño.
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Chus Villarroel O.P
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