viernes, 2 de mayo de 2014

¿QUIÉN ROBÓ LA CABEZA DEL SANTO?


Al cielo se llega con la cabeza bien puesta, pues sin cabeza, ¿en dónde nos colocarán la aureola?

En la provincia de Viterbo, Italia, hay un enclave de la antigua civilización etrusca: la ciudad de Tuscania. Sobre una colina que se yergue en la vertiente derecha del río Marta y poco al sur del magnífico lago de Bolsena, Tuscania ha atesorado el tributo que le han rendido los siglos de su larga historia. Una muralla protege el núcleo medieval de la ciudad. Las nuevas construcciones se han levantado fuera del recinto. Diríamos que la ciudad moderna se asienta extra muros y que la muralla queda como una sólida aureola de la antigüedad.

Quien visita Tuscania, por primera vez, va directamente al conjunto arquitectónico medieval, reconstruido tras un terremoto que asoló la región en 1971. Allí se encuentran dos iglesias de fundación paleocristiana: san Pedro y santa María Mayor. Son un tesoro único para el deleite cristiano y para el paladar artístico.

Habría mucho que decir sobre la cultura etrusca y sobre el posterior nacimiento de la fe cristiana en esa región. Sin embargo me ganó la atención un hecho curioso. Fijándose bien en las estatuas de san Pedro y de san Pablo que custodian el ingreso de la iglesia de santa María Mayor, uno se da cuenta de algo extraño. A estos protectores de la iglesia, ¡les robaron un día la cabeza! Según escuché, una persona cortó las cabezas de las estatuas y se las robó como piezas de museo. Como era de esperar no pasó mucho tiempo sin que la conciencia le reclamara la restitución. La persona, arrepentida y con un noble propósito de reparación, restauró y limpió bien las cabecitas antes de volverlas a colocar sobre los hombros de los santos. Y ahí están los protectores Pedro y Pablo con sus cabezas restauradas y sus cuerpos carcomidos por la intemperie. Se nota a leguas que las cabezas les quedaron un poco postizas, pero ya las tienen. Menos mal.

Maliciosamente pensé para mí: ¿y cuántas veces no me han robado a mí la cabeza?, ¿en cuántas ocasiones no he obrado como un decapitado? ¿cuántos actos he realizado más con los pies que con la razón iluminada por la fe? Es una pregunta que a todos nos viene bien al término de cada jornada o ante las decisiones que la vida va exigiendo. Cuántas veces uno se da cuenta de que en nuestra sociedad muchos caminamos sin usar nuestra materia gris y nuestra fe. Los grandes altavoces de los medios de comunicación social nos roban la cabeza. ¡Hay personas con un rostro de televisión! De verdad que o agarras bien el cráneo o alguien te lo roba.

La falta de laboriosidad de nuestra cabeza ha provocado que aceptemos las reflexiones del que grita más fuerte. La falta de discernimiento nos ha ido imponiendo las modas más aberrantes. La débil capacidad de análisis de los principios nos ha puesto en manos de los mercaderes de la humanidad. La falta de sentido común ha ido desnaturalizando el comportamiento de nuestros jóvenes. Una malentendida libertad ha ido robando nuestro tesoro de virtudes humanas: el respeto por la vida, la gratitud, la honestidad, la justicia, etc. Y, lo que es peor, la falta de fe ha ido generando en nuestras familias unos guillotinados espirituales.

No es fácil para un adolescente mantener la cabeza sobre sus hombros. Cuando menos se da cuenta le llega la espada de un criterio mundano, de una visión hedonista de la vida, de un sentir libertino e individualista, y, ¡zas!, le corta de cuajo su cabeza. Y ahí va el pobre, con la cabeza entre las manos, creyendo vivir mejor sin pensar seriamente en el valor de sus elecciones de cara a la eternidad.

Por eso admiro a los padres de familia que cuidan la salud de sus hijos, pero más, mucho más, a los que velan y alimentan la educación de sus criterios y los principios de su vida sobrenatural. Cuando el niño, el adolescente o el joven empiezan a repetir lo que escuchan por la televisión, lo que ha recogido en corro de sus amigos o lo que algunos profesores dan como dogma de vida, hay que pensar que están con la cabeza bajo la lama de la guillotina. Hay que prevenir el golpe con una educación sana, verdaderamente humana y cristiana, que parta desde la tierna infancia. Aquí bien vale el dicho: más vale prevenir que lamentar. Diría que es difícil atornillar de nuevo la cabeza en su lugar. Hay que adelantarse a los cazadores de cabezas.

Nuestra sociedad peca de superficialidad porque piensa poco en su vocación de eternidad, porque en la cabeza le faltan los ojos de la fe para ver el amor de Dios. He pedido a los santos Pedro y Pablo que nos hagan el milagro de restaurar nuestra manera de pensar, nuestra visión del tiempo y de la eternidad. Mirando sus cabezas restituidas, les he pedido que nos protejan contra el mundo incrédulo y materialista. Al cielo se llega con la cabeza bien puesta, pues sin cabeza, ¿en dónde nos colocarán la aureola?

Autor: Álvaro Correa

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